¿Qué hay debajo de las plazas? : La fábula de una lombriz extraviada
El artículo «¿Qué hay debajo de las plazas? : La fábula de una lombriz extraviada» de Daniel Schávelzon (Director del Centro de Arqueología Urbana) ha sido publicado en la revista Todo es Historia, número 402, correspondiente al mes de enero del año 2001, en las páginas 50 y 51, en la ciudad de Buenos Aires.
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Además de ser «oxigenadores» del paisaje urbano, las plazas y los parques son los únicos lugares en donde todavía palpita nuestro pasado. En efecto, la excavación arqueológica de estos espacios, desnuda y muestra ese acervo cultural aún oculto detrás de una fina capa de césped.
Si Esopo reviviera me gustaría pedirle que escribiera una fábula con el siguiente tema: preguntarle a una lombriz —a él le encantaba que hablaran los animales— por qué las plazas de Buenos Aires no son el paraíso de la lombriz. Porque la lógica indica que ser lombriz en la tierra de la pampa húmeda —¿le decían el granero del mundo?—, debería ser perfecto: metros y metros de profundidad de humus negro, magnífico, para comer y vivir placenteramente. Pero lo divertido es que la lombriz contestaría que no, que no lo es: es más, se quejaría porque debajo de esos hermosos paisajes hay escombros, caños viejos y nuevos, cables varios, basura de todos los tipos y tiempos, y. más que nada, hay restos de todo lo que existió en ese sitio antes de ser plaza. Es decir. debajo de la gastronómica tierrita y los árboles está, lamentablemente para la lombriz, el pasado.
Esta idea, de que el pasado queda en forma material bajo la tierra en lugar de evaporarse, es interesante para nosotros, no para la lombriz—, ya que implica dos desafíos paralelos: excavar para estudiarla a la vez que desarrollamos los métodos de interpretación (de lectura diríamos) de este pasado que no está escrito en papeles ni narrado por voces, y por otra parte recuperarlo y preservarlo como parte integrante de nuestra memoria y nuestro patrimonio cultural.

Vista panorámica de la fuente del Parque Lezama a principios de siglo. Debajo de este apacible lugar, se buscaron infructuosamente los restos de la primera fundación de Buenos Aires. Los frondosos árboles actuales entremezclan sus raíces con precarios vestigios de sociedades pasadas.
¿Se fundó Buenos Aires en el Parque Lezama? No, al parecer no, pero la mejor forma de averiguarlo fue ir a excavar allí buscando evidencias materiales que debieron quedar del siglo XVI y que no estaban. Había otras cosas, pero eso no estaba. Este ejemplo puede demostrarnos la importancia que tienen los espacios verdes para resolver problemas históricos, contestar preguntas sobre nosotros, nuestra vida cotidiana, sobre cómo fuimos y el por qué somos como somos. Porque sí es cierto que los restos del Caserón de Rosas o el Pabellón de los Lagos están aún bajo Palermo, o el Café de Hansen y el sitio en que se inició el fútbol en el país. Es cierto que en la plaza Roberto Arlt estamos ex cavando desde hace dos años un cementerio del siglo XVIII, donde se enterraba a los afro-porteños con sus propios objetos y rituales. Porque debajo de Plaza de Mayo están los restos de la Recova y de la primera iglesia de los Jesuitas que se instalaron allí hacia 1610. Parque Saavedra ¿aún guarda bajo tierra su canal veneciano que recorrían las góndolas desde la avenida Cabildo? El Parque Avellaneda es la única estancia cuyo casco completo ha quedado dentro de la ciudad, ¿podríamos intentar interpretar los cambios en el tiempo del uso del terreno, los cambios en el clima, las alteraciones del paisaje? Sí, podríamos hacerlo y algún día se hará. ¿Nos podría dar una respuesta mejor al tema de las inundaciones el reestudiar el sistema de desagüe que hizo Descalzzi para Juan Manuel de Rosas en Palermo y que aún existe tapado por ineficientes municipios del pasado que no entendieron para qué estaba allí? La basura arrojada en el pasado, cercano y lejano, forma conjuntos de información que nos hablan de lo que se comía, de lo que se hacía, con qué se jugaba o qué se quería esconder en cada momento del pasado. Las preguntas que podemos hacernos son finitas y allí debajo, dentro de ese repositorio, de esa cápsula del tiempo que se supone que no es destruida por las obras nuevas, están encerradas muchas de las respuestas.

Restos de las paredes y pisos de la casa de la familia de Magdalena Barriles, excavada en Parque Lezama sobre la calle Brasil. Formó partre de la hilera de viviendas que se demolieron para hacer el parque en la amplia zona que no pertenecía a Gregorio Lezama (foto colección del autor)
La ciudad de Buenos Aires se construye y reconstruye a diario. Los terrenos públicos y privados se excavan con enormes topadoras en sólo días para nuevos edificios e instalaciones de cañerías. Esto no está ni bien ni mal, se hace en función del modelo de sociedad que queremos; podemos conservar nuestros centros históricos o destruirlos, o nuestras plazas o edificios históricos, esa es una decisión de la sociedad en su conjunto (mi postura personal es una más solamente); pero debemos tener claro que las plazas y parques, además de su valor histórico. cultural y patrimonial, son el único lugar que guarda evidencias materiales del pasado bajo su suelo que no han sido casi alteradas. Son el reservorio arqueológico del pasado hacia el futuro. Sí pueden ser modificadas pero con la intervención de expertos que recuperen la información que hay bajo el suelo. Si no cada vez que se haga un agujero –para algo muy útil o muy inútil —, se destruirá un patrimonio irrecuperable; no importa que el pasto vuelva a crecer, lo de abajo habrá sido destruido para siempre.
Lo lamentamos por la pobre lombriz de la fábula que nunca se escribió, pero los hombres preferimos que ella tenga incomodidades y nosotros una posibilidad más de interpretar nuestro pasado, de construir nuestra cultura como ciudad, de preservar nuestra memoria y construir nuestra propia identidad.

Lápida excavada en Parque Avellaneda. A mediados del siglo XIX, los cementarios municipales fueron desmantelados y los fragmentos de las lápidas descartadas eran rotos y quebrados, para luego usarlos como relleno en las zonas bajas (foto colección del autor)