«El estanque de Rosas y el baño de Manuelita en Palermo»
El artículo «El estanque de Rosas y el baño de Manuelita en Palermo», escrito por Jorge Ramos y Daniel Schávelzon, ha sido publicado en la Revista del Instituto de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas”, número 28, páginas 85 a 97, correspondiente a los meses de abril / septiembre de 1992, ISSN 0327-5574, Buenos Aires, Argentina.
Las obras del Caserón de Rosas y de su entorno han sido descritas en muchas oportunidades: han habido críticos, apologistas, historiadores, curiosos e interesados que echaron una ojeada más o menos minuciosa; pese a eso y a todo lo que se ha avanzado desde el inicio de su excavación arqueológica en 19851, aún quedan temas poco comprendidos, lagunas de conocimiento que nos indican lo complejo de la urbanización en su época y sus transformaciones posteriores. Es objeto de este artículo aportar mayor información sobre el estanque o lago artificial -el primero de Palermo y de la ciudad-, y de su ubicación actual. Este último tema resulta importante en la medida en que han habido artículos de divulgación que difundieron información errónea, la que ha cobrado estado público2.
Ya hemos descrito en artículos anteriores la historia del área ocupada por el Caserón de Rosas y la planificación de sus alrededores3, y para este lago artificial nos han sido de utilidad algunas fotografías ya conocidas como las de Witcomb, algunas no publicadas como las que aquí incluimos y en especial las acuarelas de Sívori de 1850 y la de Caamaña de 1852. El sitio fue un lugar de esparcimiento y solaz, un hito importante en el conjunto y eje compositivo de la urbanización de la zona.
La obra se hizo aprovechando una depresión en el terreno original incrementada por excavaciones para el relleno del sector donde se construyó el Caserón mismo y que servía de colector natural para el escurrimiento del agua de superficie de la zona. Quedó ubicado en un extenso prado limitado por el camino carretero público, los edificios de La Maestranza -actual plaza Intendente Seeber-, el edificio del Caserón y la calle que llevaba al Camino del Alto. Estaba dispuesto a lo largo el frente suroeste del Caserón y doblando a éste en longitud. Sin embargo es común observar en la cartografía urbana del siglo XIX que el largo del estanque coincide con el edificio, es decir casi 53 metros y así se lo ve en !as fotos de Witcomb. Esto lo atribuimos a que en la época de la creación del Parque 3 de Febrero, al trazarse la Avenida de las Palmeras -actual Sarmiento, se suprimió la mitad del piletón o lago artificial para continuar con la avenida hacia la actual Plaza Italia.
Tanto la acuarela de Sívori citada como el Plano del Departamento Topográfico de 1867 despejan la dudas sobre la ubicación, dimensiones y forma de ese estanque, determinada por la precisión con que ese plano fue trazado y por el realismo del pintor. Según ese plano medía 150 por 25 metros con lo que coincide Horacio Pando en sus escritos4 que lo estima en 150 por 30 metros. En cambio Miguel Angel Scenna5 le atribuye 100 varas con lo cual parece referirse al achicamiento tardío. En los planos más modernos como en el de Sarmiento las medidas son de 115 por 17 metros (1875), Pedro Uzal lo dibuja de 80 por 20 metros (1879) y Armando SaintYves le da 110 por 20 metros (1887). Por supuesto en esos casos debe tenerse en cuenta pequeñas variaciones debidas al error lógico el dibujo y de las escalas.
El conjunto del estanque estaba formado por: 1) el espejo de agua, 2) la terraza-mirador, 3) el muelle, 4) el balneario, 5) el baño de Manuelita y 6) el prado de paseo. Esta variedad de instalaciones aseguraba diversos usos y actividades como la natación, el baño, el paseo, el descanso, la navegación a remo y a vapor; es decir que estamos frente a un planteo de diseño no habitual en nuestro país hasta esa fecha. Desde el extremo del muelle que penetraba casi 40 metros en el estanque descendía una escalera hacia un mini-balneario que era “un recinto cerrado con varillas de madera que servían para semiocultar al bañista”6, a tono con el recato de la época, en especial para las mujeres.
Pese a eso, algunos enemigos de Rosas vieron, como Vicuña Mackenna, un atentado al pudor en ese baño al aire libre, e incluso un signo de disolución social7.
Parte del conjunto era el llamado baño de Manuelita, que conectado por un pequeño canal aparecía como un apéndice del conjunto principal. Allí el follaje trepaba por la estructura de madera rematada en cúpula que cubría ese estanque circular pequeño, rodeado de gradas. Debió tener unos 20 metros de diámetro aproximadamente. En realidad se trata de una interesante solución arquitectónica que permitía una relación indirecta, aunque no diferencial, con las personas que usaban el resto del conjunto.
La navegación del estanque fue descrita por varios viajeros: se extendía por el canal central del Camino de Palermo hasta su encuentro con el arroyo Manso (actual Austria). Para ello existían unos botes de remo y un pequeño buque de vapor -novedad absoluta en su época- con su tripulación incluida. Parece haber sido éste uno de los paseos preferidos de Don Juan Manuel. Otro clásico denostador de la arquitectura de la quinta, Eduardo Schiaffino, lo describió así: “el paseo acuático a bajo nivel debía ser poco placentero, y en tan corto circuito equivalía a la navegación en petiso. Pero Rosas estaba tranquilo, alzando la mirada veía la silueta, recortada en el cielo, de los centinelas que hacían la guardia junto a la baranda, escrutando el horizonte con el ojo avizor del tero”. Por supuesto no era tan así, pues desde el estanque se abría un amplio panorama hacia la barranca que estaba a 800 metros de distancia, ya que de ese lado no había muro de borde. Además el circuito no era corto, ya que se extendía por dos kilómetros; prueba de ello es que los puentes fueron diseñados con un muy marcado peralte para permitir el paso del vapor, lo que se ve en fotos y acuarelas de época.
El muelle al igual que las paredes de contención eran de mampostería de ladrillos sin revocar y tenía el largo suficiente para que varias embarcaciones amarraran al mismo tiempo, ofreciendo a su vez un excelente punto panorámico sobre el conjunto. Aun Witcomb, eligió ese lugar para varias de sus fotografías.
La terraza – mirador era un área reservada, dispuesta sobre el costado orientada hacia el río, lo suficientemente ancha como para un paseo a pie sombreada por una hilera de sauces llorones que la separaba del camino y del edificio y el pretil formado por muretes de mampostería y verjas de hierro dispuestas en forma alternada, detalle típico en la arquitectura de la época. A lo largo había bancos con apoyabrazos en forma de voluta probablemente de mármol8. Debía por cierto ser magnífica la vista contemplada desde esa amplia terraza, extendida por sobre el espejo de agua con su fauna acuática. En cierta forma se mantenía el diseño adaptado por Felipe Senillosa para la Alameda en el centro de la ciudad, construida en la misma época que el estanque.
Otro uso que algunos autores le atribuyeron al estanque fue el de ser un decantador para purificar agua9. De ésto no estamos seguros y, si bien es cierto que el agua decantaba por sí sola, no había procesos técnicos más complejos como purificación o decantación química, o filtración. Lo que sí es factible es su uso como jagüel o reserva de agua relativamente limpia y reciclada con un sistema de compuertas; éstas permitían contener el líquido en las bajantes y desaguar en las lluvias. Eso se lograba mediante el control del afluente principal (arroyo Manso) y los zanjones trabajando como reguladores. Aun hoy esa función la cumple el arroyo Manuelita respecto al lago ubicado en esa plaza, que desagua parte en superficie y cruza la avenida Alcorta y de alli hasta el río mediante un canal entubado. Ya hemos analizado cómo funcionaba el sistema de desagüe de la zona y el trabajo de planeamiento hecho por el ingeniero Nicolás Descalzi en ese sentido10.
Existen algunos testimonios gráficos y escritos que aportan datos interesantes sobre los detalles del estanque. En principio debemos decir que estaba totalmente construido con ladrillo y cal, y Vicuña Mackenna lo dice textualmente: “nos mostraron un zanjón de cal y ladrillos, a orillas del camino real, llamado el estanque…” 11. Es probable que sólo haya estado revocado el repisón que remataba los pretiles, ya que éstos aparecen blancos en el único testimonio a color que existe (acuarela de Sívori) mientras que los muros son de color rojo. Por su parte las rejas de la terraza-mirador, que alternan con muros bajos, eran del mismo diseño que la de la azotea del Caserón mismo, es decir hierros verticales que rematan en arcos entrecruzados. En las pinturas también se observa una reja con hierros verticales simples, que lo separa tanto del camino que venía del Alto como, pasando detrás de la fila de sauces, del llamado Camino del Paseo que venía desde el centro por el Bajo. La forma de estas rejas es importante ya que se las ha tratado de identificar con otras muy diferentes encontradas en el zoológico12.
Del lado del prado la pared del estanque apenas sobresalía del nivel del terreno; en cuanto a los pretiles del muelle podemos decir que eran
corridos, sin rejas, con bancos de mampostería a lo largo. De ésto existe un primer plano en una fotografía Witcomb en la cual también se aprecia la profundidad, la que estimamos en unos 2,20 metros desde el nivel de la terraza al de la superficie del agua. Desconocemos la profundidad del fondo. Lamentablemente el estanque y todos sus anexos quedaron destruidos con la campaña edilicia de la modernización de fin de siglo, existiendo la posibilidad que parte de todo eso se halle aún bajo los terrenos del Jardín Zoológico, cerca de la reja perimetral, y bajo la calle y las veredas de avenida Libertador. Por lo menos la experiencia de haber encontrado los restos del Caserón en tan buen estado así lo indican.
Referencias
1. Las excavaciones que permitieron encontrar los restos del Caserón fueron iniciadas en junio de 1985, a partir de allí una larga serie de publicaciones diversas hicieron aportes reviviendo así el tema en la historia de la arquitectura. Véase como ejemplo a Daniel Schávelzon y Jorge Ramos, “Excavaciones arqueológicas en el Caserón de Rosas en Palermo: informe de la segunda temporada de excavación (1983)”, Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas no. 26, pp. 71-92, Buenos Aires 1991; “El Caserón de Rosas en Palermo, las primeras excavaciones”, Historia no. 20, pp. 13-29, Buenos Aires, 1985; “El Estanque de Rosas, primer lago de Palermo”, La Gaceta de Palermo no. 14, pp. 16-20, Buenos Aires, 1988, etc.
2. Existe un cartel en el zoológico, de grandes dimensiones, que indica que el Baño de Manuelita coincidiría con el estanque de los cocodrilos, lo que confunde al público y es a todas luces erróneo. Esto surge de una nota sin sustento científico divulgada por Carlos Fresco, “Un caimán en la pileta de Manuelita”, la Gaceta de Palermo no. 11, Buenos Aires, 1987. Al respecto véase nuestra nota 11 más adelante.
3. Daniel Schávelzon y Santiago Aguirre Saravia, “Descubrimiento de un fusil de 1866 en el Caserón de Rosas”, Historia no. 29, pp. 77-79, Buenos Aires, 1988; Jorge Ramos y Daniel Schávelzon, “Arqueología Argentina, las excavaciones en Palermo”, Historia no. 29, pp. 59-77, Buenos Aires, 1988; “Palermo de San Benito, vindicación y rescate”, Revista de Arquitectura no. 141, pp. 30-33, Buenos Aires, 1988.
4. Horacio Pando, “Palermo de San Benito”, Anales del Instituto de Arte Americano, vol. 17, 1964, Buenos Aires.
5. Miguel Angel Scenna, “Palermo, ese confín porteño”, Todo es historia no. 36, abril 1970, Buenos Aires.
6. A. Taullard, Nuestro antiguo Buenos Aires, Editorial Peuser, Buenos Aires, 1927, pags. 128 y sigs.
7. Benjamín Vicuña Mackenna, La Argentina en el año 1855, edición de la Revista Americana, Buenos Aires, 1936. Con bastante imaginación decía: “se bañaban Rosas y su hija a la gran luz del día y delante de los centinelas, porque Manuelita Rosas, la emperatriz del Plata, podía decir como aquella de Roma al entrar al baño en presencia de su esclavo ¡Este no es un hombre!”.
8. El detalle de los bancos se ve muy bien en la acuarela de Caamaña y el pretil aparece con claridad en la de Sívori así como en algunas fotos de fin de siglo.
9. Pando, op. cit. pág.f 54.
10. Jorge Ramos y Daniel Schávelzon, “Excavaciones en el entorno del Caserón de Rosas”, Anales del Instituto de Arte Americano vol. 27, Buenos Aires, 1992.
11. Vicuña Mackenna, op. cit.
12. Las rejas encontradas en el zoológico durante las remodelaciones hechas en el año 1987 fueron medidas, fotografiadas y comparadas con las del Caserón, tanto las dos existentes como con las fotos ampliadas, no coincidiendo ni en forma ni en tamaño, incluso la tecnología es muy posterior (ca. 1880). Se trata de rejas diversas e incluso rotas en su época usadas como soporte de estructuras de contención en los lagos y canales. Esto también indica que el articulo de Fresco citado en nota 1 no tiene visos de ser verdadero.