«Verdad, leyenda y arqueología: excavando en el Jardín Botánico de Buenos Aires»
El artículo «Verdad, leyenda y arqueología: excavando en el Jardín Botánico de Buenos Aires» de Daniel Schávelzon ha sido publicada como ponencia presentada el día 10 de octubre de 2006 en el XVII Congreso Nacional de Arqueología Chilena, realizado en la Universidad Austral de Valdivia, realizado entre los días entre los días 9 y 14 de octubre del año 2006 en la ciudad de Valdivia, Chile.
Resumen
Una pequeña observación arqueológica hecha veinte años atrás sobre la posible existencia de restos de un antiguo polvorín en el Jardín Botánico actual, hizo que los historiadores locales lo asumieran como verdad absoluta, transformándolo en sitio turístico. Fue necesario una excavación sistemática para demostrar que no lo era y darle atribución y fechamiento. La ponencia describe lo hecho a la vez que presenta un caso de construcción del imaginario colectivo a partir de información arqueológica, sin considerar el alto nivel de hipótesis que esta conlleva.
Abstract
One limited archaeological reconnaissance conducted twenty years ago to define the possible presence of an old powder magazine led local historians to assume this as an absolute truth, so that the site turned into a tourist attraction. A systematic excavation was conducted to prove that this was not the case, and to give the site an attribution and a chronological framework. This paper describes the work accomplished and simultaneously presents a case where a collective imaginary was built through archaeological information, disregarding the high hypothetical level this entails.
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Durante parte del año 2005 se hicieron excavaciones en el lugar considerado tradicionalmente como el del antiguo Polvorín de Cueli, antiguo depósito de pólvora en los últimos años del gobierno colonial, ahora en los terrenos del Jardín Botánico de Buenos Aires. Este informe presenta los resultados obtenidos en dicha investigación y los contrastamos con los de una pequeña excavación anterior ya que contradice lo asumido en dicha oportunidad.
Antecedentes
Durante el mes de junio de 1985 se había hecho dentro del terreno que ocupa el Jardín Botánico, una reducida excavación y estudio de lo que en una primera instancia parecía ser una construcción antigua, que había quedado semienterrada bajo un invernadero supuestamente hecho con posterioridad. El tema había surgido varios meses antes en una visita conjunta al lugar, en cuyo transcurso se nos planteó la posibilidad de hacer un estudio de esta intrigante cuestión y que asociaban desde siempre con el preexistente Polvorín de Cueli. El relevamiento del edificio, la limpieza de algunos muros y la excavación se hicieron en forma simultánea en un solo día de trabajo y tal como se escribió en su momento era “indudable que solo una exploración de mayor envergadura podrá dilucidar varios problemas que apenas podemos destacar aquí”, entre ellos la atribución al Polvorín sin evidencias demasiado concretas. Se decía como conclusión de dicha presentación inicial de 1986 que el trabajo hecho, “aunque muy reducido, sirvió a sus objetivos iniciales: identificar con cierta precisión la ubicación y estado de conservación del antiguo Polvorín de Cueli para su futura excavación, contribuir al Plano Arqueológico de Palermo con una nueva construcción y servir de ejercicio para nuestro equipo de trabajo interesado en la utilización de nuevas técnicas en la investigación de la historia de la arquitectura de Buenos Aires”.
Resultado de ese primer estudio fue un informe académico1, pero de inmediato el tema se transformó en una noticia pública2, lo que llevó a que una revista de la zona reprodujera el informe en forma completa3 e incluso que historiadores del Botánico asumieran lo que eran ideas, hipótesis e interpretaciones discutibles y preliminares, como verdades absolutas4. A esto se le sumó el hallazgo de una moneda de 1827 producido en algún sitio no bien identificado pero cercano a este lugar5. Con los años la atribución del sitio al Polvorín se estableció con certeza indiscutible, entró a la folletería del Botánico que se reparte en forma masiva y en 1990 fue tema para evitar la privatización del conjunto. Hubo incluso un fallo judicial basado en que en el sitio había ruinas históricas por lo que no debía pasar a manos fuera del Estado6. Por supuesto todo esto se hizo sin consultar a los que habían excavado en el sitio.
En el año 2000 se destruyó totalmente el conjunto dejando a la vista sólo la construcción superior, lo que aumentó el peso del mito, a partir de allí transformado en indiscutible. La posibilidad de volver a excavar en el lugar era más que interesante ya que por nuestra parte teníamos dudas desde que entendimos que el sistema de cimentaciones por arcos, en la ciudad de Buenos Aires, fue habitual en el siglo XIX, lo que en 1985 desconocíamos por completo7.
La información documental
El llamado tradicionalmente Polvorín de Cueli fue un edificio de reducidas dimensiones que se remonta al final del período colonial y que se hallaba enclavado en un terreno de larga historia, de forma triangular, que remataba en la actual Plaza Italia. Actualmente está delimitado por las calles Santa Fé, Las Heras y Siria (ex Malabia). La familia Cueli tuvo varias posesiones en la zona y este terreno desempeñó un papel particular en la región ya que quedaba inserto como cuña entre los terrenos altos, a partir de Santa Fé, y los bañados que había remodelado masivamente Juan Manuel de Rosas, el actual Palermo; la posesión de este sitio fue motivo de diversas vicisitudes en la historia3. Los terrenos de su propiedad eran relativamente amplios ya que por otra parte eran baratos y marginales en su tiempo, con los límites a veces difusos y llenos de conflictos, cosa también habitual; pero es claro que ellos arrendaron al estado esta tierra para poner esta defensa de la ciudad. Con el tiempo hubo en la zona otras fábricas y depósitos de pólvora, tanto cercanas como sobre el Maldonado hacia el río.
Dividido entre cuatro propietarios en 1867, uno de ellos de los Cueli; hay dos construcciones en su interior, seguramente uno era el Polvorín. El terreno estaba delimitado al este por una baja barranca que permitía una vista libre sobre el río y los alrededores. El edificio tenía planta rectangular con techo a dos aguas cubierto de tejas sobre cabriadas de madera y sus muros eran de ladrillos. A su alrededor y dejando un paso de ronda se hallaba
otra pared que rodeaba toda la construcción, dejando un paso de ronda para la guardia, que a su vez impedía que nadie se acercara o que un golpe o choque casual provocara una explosión Eran normas de seguridad establecidas desde la colonia y que caracterizaron a todos los depósitos de pólvora de América. Muy cerca y sobre la barranca existía una pequeña casa que ocupaba la guardia. Es factible observar esta forma de construir en muchísimos otros polvorines levantados durante la colonia y los inicios del siglo XIX8.
Hay varios planos de la ciudad que ubican el Polvorín en el sitio aunque son notables las diferencias entre unos y otros. La cartografía de la época era, lógicamente, despareja; a esto hay que sumarle que se trataba de una pequeña construcción en un gran terreno libre. Pero de todas formas el plano de Adolfo Sourdeaux de 1867 muestra su forma con bastante detalle9, pero por razones que luego veremos es posible que la ubicación real esté un tanto desfasada. Antes de este plano sólo figura una referencia en el plano catastral hecho por Teodoro Premiot en 1863 que dice “Estado, Pólvora de Cueli” y da la superficie de todo el terreno triangular. En diverso planos de época el terreno aparece dividido en dos entre la Pólvora y la familia Escurra primero y los Sanguinetti después. Los planos posteriores a 1885 lo ubican mejor; ya se había construido el edificio de ladrillos del Departamento de Agricultura, que luego fue Museo Nacional de Historia y hoy es la Dirección de Paseos En algunos casos figura sin nombre, en otros se lo observa totalmente recostado sobre la ex calle Malabia –donde funcionaba para fin de ese siglo el Conservatorio de Vacuna-, terreno que en gran parte aún forma una plaza abierta separada del Botánico.
La demolición del edificio la llevó a cabo, seguramente, Carlos Thays en algún momento no precisado aún pero en 1892 ya no figura en los planos del sitio. Su destrucción se debió a que Thays, fundador del Botánico y Director de Paseos, no pudo adjudicarle una función acorde con el nuevo proyecto y también a su escaso valor estético, cosa que para Thays era prioritaria. El Jardín Botánico Municipal fue creado en 1892 e inaugurado en 1908. Posiblemente en 1903 se le agregó al predio original el terreno del ángulo de Plaza Italia, adquirido a Buschiazzo y parte del terreno del Conservatorio de Vacuna; en 1897 el Museo Nacional de Historia que allí venía funcionando se había trasladó a Parque Lezama y su edifico de ladrillos, que ahora es la Dirección del Botánico, había sido construido por el ingeniero militar Jordan Wysocky en 1881 para el Departamento Nacional de Agricultura. De allí que fuera necesario con los años transferir el edificio de la Nación al Municipio10. El que allí funcionara ya la Dirección citada fue en factor importante en la decisión de construir el Botánico en el mismo lugar.
Al parecer el proyecto para el Botánico –que sufrió varios cambios menores durante los años que insumió su creación- no tuvo en cuenta el Polvorín desde un principio. Existe un plano hecho por Thays en 1892 –un levantamiento topográfico del terreno- en el que figuran varias casillas y construcciones menores, pero no el edificio en cuestión. Es evidente que la decisión de demolerlo ya había sido tomada. También sabemos que el terreno fue modificado parcialmente al cambiar ligeramente los niveles mediante rellenos de tierra negra acarreada al sitio para dar un mejor suelo a las plantas que se habrían de sembrar y modificar los pasos del agua para encauzarlos en el sistema de fuentes aun en funcionamiento.
Entre la fecha del proyecto inicial de Thays en 1892 y la inauguración en 1908, pasaron muchos años con sus consabidos vaivenes burocráticos, por lo que hubo cambios en el proyecto. Si bien se respetó el esquema básico inicial, algunos detalles se fueron adaptando al sitio y a las posibilidades técnicas y económicas, sobre todo lo referente a las construcciones. En el viejo archivo de la Dirección General de Paseos se guardan muchos de estos diseños y ahora es difícil saber con exactitud que fue lo que se construyó y luego demolió. Hubo varios invernaderos de madrea que ya no existen y que pueden verse en fotografías antiguas7; asimismo, varios de los que ahora vemos se han hecho con posterioridad pero usando parte de los anteriores. En el invernadero que estudiamos se da precisamente este caso.
El Invernadero Caliente
El edificio existente en 1985 y destruido en 2000 era el denominado como Invernadero Caliente, una estructura semi-subterránea de grandes dimensiones, que mantenía a temperatura constante y elevada plantas tropicales, mediante un sistema de caldera y bombeo de agua por cañerías de hierro. No se tenía fecha ni autoría pero era razonable pensar que había sido construido hacia 1920. En 1986 supusimos que su estructura elevada dejando un paso subterráneo y el sistema de cimentación hecho con arcos de ladrillos se debía a que cabía “suponer que al empezar la obra dieron con los restos de las fundaciones del antiguo depósito de pólvora, concretamente con las bóvedas y muros de cimentación –por las bóvedas bajo el piso circulaba aire y mantenía seca la pólvora-, y aprovecharon los restos en la nueva obra, tapándolos y más tarde cubriendo todo con un revoque de cal”. No había otra posible explicación para este sistema constructivo tan extraño, al menos en 1986. Este Invernadero Caliente tenía forma de T con el brazo horizontal más largo, era semi-subterráneo sólo en la parte corta y había sido remodelado en varias oportunidades, como se ve en los planos de 19368. Al bajar al interior del invernadero se notaba en la pared orientada al este una serie de arcos y muros, todos de menos de 1,20 m. de altura y siempre debajo de nivel actual del suelo. A simple vista no formaban parte de la mampostería del resto de la construcción, y más aún, daban la sensación de haber sido aprovechados en forma arbitraria. De norte a sur se trataba de tres pilares seguidos por cuatro arcos regularmente espaciados entre sí. No conocíamos estructura alguna en Buenos Aires con estas características y aun hoy resulta muy poco habitual, incluso inusitado el sistema empleado para sostener una construcción sobre la otra teniendo recursos como hormigón y acero disponibles. En el extremo sur el invernadero tenía una casilla de mampostería y madera que, en un sótano, tenía la caldera y los equipos para circular el agua caliente.
Para estudiarlo en la primera excavación se procedió simultáneamente a una limpieza de revoques en el interior y a excavar en el piso hasta encontrar el arranque de los arcos; por afuera se excavó un pozo de sondeo para ver su forma exterior, su unión con la tierra circundante y la posible existencia del muro perimetral exterior. En el interior se limpió el arco número 7, de 1,78 m de altura hecho con ladrillos puestos de lado en la base y de punta de la base para arriba; las juntas eran de cal y el revoque sencillo que lo cubría era sin duda posterior. Una vez identificado el sistema portante se procedió a estudiar el piso del arco número 6. Se pudieron identificar tres niveles de piso; el superior es el más moderno –colocado en 1972 de acuerdo con la documentación de archivo-, encima de él hay otro de ladrillos, posiblemente el original del invernadero, el que descansaba sobre la tierra misma bien nivelada. En la parte interna de los arcos no encontramos marca del enganche con los pisos lo que se debe simplemente a que al colocarse el último piso se levantaron los ladrillos viejos, dejando así un cantero para plantas, que fue rodeado con los ladrillos tomados de abajo. Un detalle a destacar es que los muros levantados para cerrar los arcos fueron hechos más atrás que estos, es decir que son posteriores a dichos arcos aunque parte de la mima construcción.
Actualmente el conjunto sólo tiene a la vista el invernadero metálico que estaba sobre el nivel de piso y la caseta que en su sótano tenía la caldera, todo lo demás fue destruido y enterrado. Todo el sistema constructivo es improvisado, de mala calidad, hecho a ojo, sin una mano rectora, un proyecto y con decisiones tímidas producto de un no especialista en la materia. Quizás una obra hecha por el mismo personal del Botánico sin un arquitecto que haga el proyecto y dirija la obra y reusando materiales obtenidos de descarte o de un depósito municipal. Los ladrillos son los elementos más extraños ya que son una imitación en sus dimensiones, de los ladrillos de máquina, los llamados habitualmente “ingleses”, que se usaron en el país entre 1880 y 1910. Ciertamente desconocíamos que hubieran existido copias hechas sin maquinaria. En el exterior se procedió a realizar un poco de sondeo (no. 1) de 1,50m. por 1m. y hasta la profundidad de 1,50 m. Allí se pudo comprobar que el sistema constructivo consistía en el agregado de una pared exterior a los arcos, que servía mediante losas de piedra de Hamburgo, para sostener la actual estructura del techo. A un metro de distancia se hallaba el cimiento de una pared formada por tres hiladas de ladrillos colocados en forma regular y hecha con fragmentos rotos. Este sistema de aprovechar en los cimientos la pedacería de ladrillos fue común en toda la ciudad y en todas sus épocas9. Por encima de los restos de esta pared se hallaron evidencias estratigráficas de la forma de la zanja hecha para su construcción y de la posterior para su demolición. Una capa de tierra negra cubría todo el terreno y fue puesta después de demoler el muro. En ese momento y teniendo la hipótesis del Polvorín presente, consideramos que estos restos pertenecían al muro perimetral; hoy entendemos que era de otra construcción precedente conocida como Las Vidrieras, usada para sembrar plantines.
Las excavaciones de 2005
Se estableció como estrategia de excavación comenzar con una trinchera que cruzara el cantero de tierra en forma completa, en la medida en que: 1) ya conocíamos lo que había debajo, su forma y ubicación, y 2) no sabíamos cuánto había sido destruido. De esta manera podíamos observar el estado de destrucción del edificio antes de acercarnos a la zona bajo el invernadero metálico, en especial por cuestiones de precaución sobre el posible derrumbe de todo el conjunto sobre el vacío bajo ese invernadero que, suponíamos, no debió haber sido rellenado, cosa que resultó cierta.
Esta Trinchera A fue trazada de un metro de ancho por 8.40 metros de largo, es decir cortando el cantero completo y a 3.70 metros de distancia del Invernadero Metálico. Las cuadrículas A1 y A2 permitieron ubicar restos de dos muros, uno de ellos (el de A2) fue el que en 1986 fue pensado como el del muro de ronda; ahora pudimos entender que se trata de dos cimientos paralelos, muy destruidos, que sostuvieron unas estructuras vidriadas para plantíos de macetas hechos antes del Invernadero caliente. En el sedimento hubo fragmentos de macetas, mucho escombro de ladrillo, vidrio y pocos objetos que sin duda se atribuyen cronológicamente al siglo XX temprano. A continuación se fueron encontrando los restos de la parte semi-subterránea precedente, destruida en forma apresurada posiblemente con maquinaria, empujando las paredes hacia el interior y luego rellenado con basura, escombro y tierra negra. Como puede verse en los planos y fotos hallamos las dos paredes paralelas incluyendo los arcos tan discutidos, los canteros interiores, los caños para el agua caliente, los dos niveles de piso, macetas y objetos todos del siglo XX tardío. La estructura fue empujada por la máquina de forma tal que se quebraron las paredes a la altura del piso, cayendo enteras hacia adentro, quedando en parte sostenidas horizontales por las cañerías que pese a su tamaño y a ser casi nuevas, no fueron retiradas.
Una vez completada la trinchera y ubicados los muros, canteros y pisos interiores se procedió a trazar un grupo de cuadrículas que liberara el interior del antiguo edificio al menos en su mitad de ancho (cuadrículas A4 a E4 y A5 a E5) hasta llegar al invernadero metálico. En E4 se encontró que se había construido una losa vertical de hormigón armado para cerrar el paso por debajo del invernadero, el que fue roto y abierto. Esto permitió penetrar en la zona estudiada en 1986 y ver casi completos los arcos y su mampostería para volver a estudiarlos. Efectivamente el techo es una losa de hormigón pero las paredes son de mampostería de ladrillos hecha con arcos con su intradós relleno también de ladrillos, aunque los que están bajo el edificio tienen los rellenos a nivel externo, los del resto del conjunto lo tienen por detrás, cosa extraña por cierto como sistema constructivo. En el interior de esa construcción se limpió de basura y escombro un espacio de 3.85 por 5 metros, es decir todo el espacio existente entre los muros este y oeste, y ambas paredes para poder estudiarlas.
El estudio del conjunto ahora abierto y con tiempo suficiente permitió entender que se trataba de una construcción hecha en los inicios del siglo XX, sin intervenciones anteriores o relictos de ellas; que sin duda era un sistema complejo en su propia sencillez, producto de alguien no acostumbrado a trabajar con hormigón armado y que seguí haciendo cimientos en el viejo sistema, o porque fue hecha por gente sin práctica constructiva que solucionaron las cosas a su saber y entender, sin la lógica racional de un arquitecto o ingeniero moderno. Hoy entendemos que para esta obra se procedió a excavar en la tosca, o al menos en lo que llamamos de esa manera, dándole la forma deseada incluyendo la plataforma central para macetas, luego se hicieron los muros mediante arcos altos en el centro en donde iría el invernadero de hierro encima y arcos menores a sus costados, luego se procedió a cerrar los arcos con simples muros de ladrillos, se hizo el piso y finalmente se construyó la losa de hormigón para el invernadero superior, se hizo la caseta de la caldera y se pasaron los caños. Todo se hubiera solucionado con muros de ladrillos normales y una viga de hormigón encima, pero es obvio que no se decidió por ese sistema; el porqué es el interrogante que queda abierto. Es tan complejo que generó y generará dudas. Algunos detalles rayan en el absurdo constructivo: el techo de vidrio tenía inclinación para desaguar, lo que resulta obvio, pero para que ésta no destruyera el muro se le hizo un murete con agujeros cuadrados, separado unos 20 cm, sostenido con piedras lajas de gran tamaño. Al final ni el agua pasaba por esos agujeros ni las piedras cumplían función alguna, de allí a que pensáramos que eso podría ser relicto de una construcción destruida; pero era todo lo mismo: una mala construcción. El fechamiento según la documentación histórica no es demasiado exacta, pero ubica al Invernadero Caliente como hecho hacia 1925 o 1926.
Los materiales excavados en 2005
La excavación se hizo en condiciones muy especiales en cuanto al trabajo de los materiales culturales ya que el relleno del Invernadero Caliente realizado entre 1998 y 2000 fue simplemente de basura proveniente del Botánico mismo: cientos de bolsas de plástico rellenas de botellas, latas de gaseosas, restos de comida, gatos muertos, juguetes rotos y material que no había tenido tiempo de descomponerse, lo que hizo todo muy lento y desagradable. Como ejemplo, hubo en el relleno, por si hiciera falta, tres objetos con fechamiento absoluto: un calendario de plástico del año 1999 y dos monedas de 1 y 10 centavos del mismo año. Se hallaron pocas evidencias del uso del sitio en los finales del siglo XIX y la mayor parte es del siglo XX. Podemos citar un único fragmento de loza Creamware y uno de una botella de vino inglesa verde oscuro, como lo más antiguo. En cuanto a la masiva presencia de fragmentos de macetas y cantos rodados los pensamos como parte del relleno para el mejoramiento de la tierra, una práctica habitual en la jardinería. Es evidente que el sitio no tuvo ocupación anterior, y que la posterior al fin del siglo XIX, asociada al Botánico, no presenta materiales de la vida cotidiana; es muy posible que hasta la llegada masiva del plástico no haya habido casi basura en el sitio, lo que coincide con su función de área recreativo-contemplativa. Pese a su modernidad, todo ematerial fue registrado de acuerdo a la Ley Nacional 25.743 de Registro Arqueológico.
Los canteros de la Yerba Mate
El trabajo en el Botánico nos abría, además del interrogante del Polvorín, otra inquietud referente a un hecho histórico altamente significativo producido en el cantero vecino, y del cual tenemos poca información. Allí nació la industria de la Yerba Mate gracias a los experimentos hechos por Carlos Thays, quien logró la domesticación de la planta, la que hasta ese momento se explotaba sólo donde se crecía naturalmente. Si bien es posible que los jesuitas en los siglos XVII y XVIII la hayan controlado, eso se había perdido; según muchos historiadores lo mismo había logrado Amadeo Bompland a mitad del siglo XIX, pero tampoco había información disponible. La posibilidad de sembrar yerba en donde se quisiera o pudiese abría enormes potenciales económicos al país. De allí que Tahys iniciara experiencias para tratar las semillas y poderlas sembrar. La Memoria Municipal de 1897 decía “Con éxito feliz se han proseguido los ensayos de aclimatación y cultivo de algunos vegetales útiles bajo el punto de vista industrial, entre ellos la yerba mate (ilex paraguayensis), el ramio, el algodón y el tabaco, y se ha comprobado por primera vez que las plantas de yerba mate expuestas al aire libre, no van a menos bajo la influencia de los fríos invernales, habiendo soportado sin cansancio o menoscabo alguno de su lozanía, temperaturas prolongadas de 3 grados centígrados sobre cero” 11. Es decir que a cinco años de creado el Botánico ya estaba cumpliendo funciones importantes para la economía nacional. Lo más llamativo es que Tahys hizo pública su fórmula sin percibir dinero alguno ya que lo consideraba un deber de funcionario público. Era nuestra hipótesis que pudieran haber quedado semillas no germinadas bajo tierra, lo que nos permitiría reconstruir el proceso de experimentación hecho por él en esos años, pero lamentablemente no fue posible encontrar ninguna de Ilex paraguariensis12. Se hicieron otros sondeos en los alrededres para completar los estudios paleobotánicos, aun en curso.
¿Vidrieras o Pasos de Ronda?
Una vez completada la excavación y descartada la posibilidad del Polvorín de Cueli, surgió la necesidad de explicar ese muro cercano que habíamos hallado en 1985 y confundido con el muro de ronda. Era evidente que se trataba del mismo de las cuadrículas A2-A3 y similar a otro paralelo encontrado en A1. Estos cimiento eran, a todas luces construcciones de finales del siglo XIX o del inicio del XX y los materiales asociados así lo determinaban. Esto llevó a una revisión de las fotografías y planos al igual que a la relectura de la documentación sobre los primeros años del Botánico, encontrado que se trataba de unas “vidrieras”, consistentes en paredes paralelas y bajas con un grueso vidrio encima que funcionaban como invernaderos pequeños para plantines desde 1901. Desaparecen de los planos y fotografías hacia 1926 con la construcción del Invernadero Caliente. En los diferentes volúmenes de la Memoria Municipal son descritas como “la construcción de 30 metros de chasis de mampostería con 26 vidrieras de 1.90 m por 1.30 metros” o “la pintura de noventa y nueve vidrieras de 1.90 por 1.30 metros” (13).
Conclusiones
La arqueología, como todo campo del conocimiento, es una construcción permanente que implica revisar lo hecho una y otra vez. En este caso el Polvorín de Cueli no era tal, las confusiones se debieron a la presencia de una construcción semi-subterránea que pasaba debajo de otra, hecha con un extraño sistema de arcos tapiados, abandonada por años. Era muy lógico que el imaginario se depositara allí y creara esa fantasía. El primer trabajo arqueológico, muy reducido y con pocos antecedentes para interpretarlo, nos llevó a la misma confusión; si no podíamos explicar qué era se optó por sumarse a la interpretación general, sin siquiera tener conciencia de ello. Por suerte la duda quedó y, aunque se demorara tiempo en volver a revisar el sitio, hoy se ha logrado dilucidarlo; por supuesto se abren otras preguntas, la primera de ellas es ¿dónde estuvo el Polvorín? Quizás la pueda responder otra generación.
Agradecimientos
El trabajo de 1985 se realizó de acuerdo con la en ese entonces Dirección General de Paseos de la Municipalidad y con la colaboración del ingeniero Jorge Muñiz. Actualmente debemos agradecer a su director Carlos Cosentino, a José María Menini, al personal de la Biblioteca y al personal que nos facilitó las cosas todos los días. La conservación de los objetos y fotografías es de Patricia Frazzi; la excavación fue hecha por Mario Silveira, Victoria Schávelzon, Daniel Rampa, Diana Waipan, Guillermo Paez, Mónica Carminati, Guido Martignone, Julieta Penesis, Flavia Zorzi y Melina Bernardz. Agradezco planos y fotografías antiguas a Sonia Berjman.
Referencias
- Daniel Schávelzon, El Polvorín de Cueli en el Jardín Botánico, informe preliminar, Arqueología Urbana, Instituto de Arte Americano, 1986 y Ubican en Palermo los restos de un viejo Polvorín, La Nación, pág. 22, 21 de octubre 1986, Buenos Aires
- Daniel Schávelzon, Excavación arqueológica del antiguo Polvorín de Cueli en el Botánico, La Gaceta de Palermo, n° 4, pp. 6-9, Buenos Aires, 1986
- Compilación de referencias documentales, Dirección de Geodesia, Catastro y Mapa de la Provincia, La Plata, 1933
- Diego del Pino, Historia del Jardín Botánico, joya de Palermo, Junta de Estudios Históricos de Palermo, Buenos Aires, 1990
- Información y dibujos suministrados por José María Menini (2005)
- Este tema, ampliamente publicado en los diarios de esa época, fue motivo para impedir la privatización del Botánico, entre otros temas
- Daniel Schávelzon, Túneles y construcciones subterráneas, Ediciones Corregidor, 1992 y Túneles de Buenos Aires, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2005
- Enrique Peña, Documentos y planos relativos al período edilicio colonial de la ciudad de Buenos Aires, 5 vols, Buenos Aires, 1910
- Alfredo Taullard, Los planos más antiguos de Buenos Aires, Editorial Kraft, Buenos Aires, 1936
- Diego del Pino, Op. Cit.; Arturo Cabrera, Antecedentes históricos del Jardín Botánico, Riel y Fomento, julio, Buenos Aires, 1926 y también: Los orígenes de nuestro Jardín Botánico: han cumplido cien años Bompland y Rivadavia, El Diario, 23 de julio 1926, Buenos Aires.
- Memoria de la Honorable Intendencia Municipal, Buenos Aires, 1897, pág. 65
- Existe una enorme bibliografía sobre la planta, imposible de citar aquí; recomendamos como síntesis de ésta a Eduardo Grondona, Historia de la Yerba Mate, Revista Argentina de Agronomía tomo 20, pp. 95, 1953 y tomo 21, pp. 9-24, 1954; la historia del hallazgo puede verse en H. Courtet, El cultivo del té del Paraguay (Yerba-Mate) en la República Argentina, reproducido del Boletín de la Sociedad de Aclimatación de Francia de enero 1908 e incluido en Carlos Thays, El Jardín Botánico de Buenos Aires, 1910.
- Memoria Municipal, Buenos Aires, 1918, pág. 420