Demoliendo mitos construidos: Arquitectura en piedra del siglo XX en el área de las Misiones, Argentina
La historia de la arquitectura de la región misionera ha asumido, casi con consenso absoluto, que toda obra en piedra en la región corresponde a los siglos XVII y XVIII, y obviamente fue hecha por o para los jesuitas. Un estudio detallado de la región cercana a San Ignacio demostró que no es así, que aun quedan en ruinas o en uso importantes obras hechas en piedra durante el siglo XX, algunos conjuntos de gran tamaño y complejidad, y que ese material constructivo se sigue usando hasta la actualidad. Se analizan viviendas y grupos de ellas construidos entre 1880 y 1950. Se propone que el peso histórico dado a lo jesuítico ha distorsionado la mirada de otras producciones culturales y otros períodos, minimizándolos o desconociéndolos.
Introducción
El imaginario colectivo no tiene límites. Y es lógico, es imaginario. La historia de la arquitectura de la actual provincia de Misiones, más que otras que también tuvieron misiones Jesuíticas, quedó impregnada de su materialidad y no hubo nada que lo reemplazara hasta que fue tarde. Olvidando que la historia de los jesuitas fue en su mayor parte escrita por ellos mismos, la apologética propia y de terceros llevó a presuponer que todo lo hecho en piedra –es decir: duradero, de calidad, europeo y no local-, debía atribuirse a ellos. Y si bien hay mucho de cierto en esto, no lo es todo. No porque ellos no hicieran muchísimo, sino también porque muchos otros hicieron su arquitectura en piedra y que no fue menor. Lo que queremos demostrar aquí no es sólo la densidad de ejemplos en una zona pequeña elegida al azar, como es San Ignacio y su entorno, si no también que se siguió haciendo estas obras al menos hasta la década de 1950. Y que aun hoy se hacen obras menores en ese material, tallada a mano.
En síntesis, si bien se siguió desde la expulsión de los jesuitas trabajando la piedra, y ya hemos conocido ejemplo varios como el caso de la capilla de Jesús[1] y sus peripecias, este proceso no se detuvo. Mutando técnicas y estilos llegó al presente tras un auge entre 1880 y 1930. No entraremos aquí a analizar lo hecho incluso dentro de las misiones mismas, en que una y otra vez se modificaron espacios, se cerraron vanos, se techaron lugares y se hizo capillas donde antes no estaban, sino veremos obras hechas afuera e incluso lejos de la Misiones y sus obras conexas, para evitar confusiones. Es un largo camino que otros deberán analizar con más detalle en el futuro.
Este proyecto, quizás en el fondo revulsivo al intentar demostrar que mucho de lo que habitualmente se nos muestra como producto del saqueo de las ruinas no es así (lo que no quiere decir que las ruinas no han sido saqueadas ya que eso es otro tema), surgió de una experiencia previa. Desde hacía varios años con Patricia Frazzi, Ana Igareta y un variado grupo interdisciplinario estábamos estudiando la arquitectura en piedra en el país. Se habían hecho estudios de sur a norte en diversas áreas y Misiones era atractivo por lo poco visible en Teyú Cuaré, nunca antes estudiado. Lo que veíamos era la continuidad hasta el presente incluso de formas de trabajar y construir que, desde Buenos Aires eran desconocidas. Una historia de la arquitectura argentina que desconoce los materiales usados ha sido la base para este atractivo intelectual. Y posiblemente este caso, Misiones, haya sido el más significativo de todos los estudiados.
Un poco de historia
Cuando en 1881 el presidente Roca creó el Territorio de Misiones, se cruzaron diversos factores que entraron en pugna o se superpusieron, creando una nueva realidad. Lo que había sido una zona marginal en el país, abierta a los países limítrofes, desbastada en buena parte en la Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay –que dejó también arquitecturas en piedra-, fue subdividida entre menos de cuarenta terratenientes, quedado tierra fiscal sólo sobre el río Uruguay. Eso estructuraría el futuro regional. Pero paralelamente había otras dos realidades. La primera era que para crear latifundios y que fueran eficientes había que construir poblados, reunir gente, mano de obra y que a la vez establecieran la infraestructura necesaria para explotar la tierra, cortar la vegetación y abrir caminos. Era la triste historia del mensú y su brutal explotación. Para eso Juan Queirel fue el responsable, luego famoso, que abrió el territorio explorando las regiones y trazando pueblo tras pueblo en base a una ley de 1877. La ubicación de esos pueblos encima de las viejas misiones no era casual ya que reunían varios elementos que facilitaban las cosas: la vegetación se había reducido, las viejas y enormes plazas presentaban superficies planas consolidadas, había agua y conductos y piedra lista para ser usada. Lógicamente no se siguió el patrón urbano sino lo contrario, se ubicó las nuevas –e inexistentes- manzanas en forma diagonal para borrar todo relicto del pasado. Parecía todo fácil, con lo que no se contó fue la absoluta ineficacia del Estado que no entregaba escrituras, no generaba infraestructura básica, no hacía escuelas, no hacía casi nada. Los libros de actas del primer intento de municipio de San Ignacio fueron escritos en portugués.
Se había iniciado, por otra parte, desde mitad del siglo XIX una fuerte inmigración europea que penetrando con absoluta libertad desde Brasil, cruzaba el territorio estableciéndose o pasando hasta Paraguay. No había control alguno, los caminos no eran más que picadas en la selva y cada uno se ubicaba donde quería o podía. Y si bien algunos europeos fueron llevados por el mismo Estado, éste entendió que era más simple y cómodo entregar tierras a empresas colonizadoras que pagaban; era cobrar en lugar de invertir. Y así se fueron formando las primeras de ellas, como Eldorado, Monte Carlo y otras, que son aun reconocibles por tener patrones urbanos no reticulares en el centro[2]. El sistema, llamado Waldhufendorf, se estuviera en el lugar del mundo en que se estuviera consistía en ubicar las casas a lo largo de una calle, en forma de doble peine, y desde un punto central en que estaba la casa del fundador[3]. La jerarquía no estaba determinada por el dinero ya que los lotes eran todos iguales, sino en la temporalidad de su ingreso a la nueva comunidad. Y esas colonias crecieron a un ritmo acelerado en relación a los poblados estatales, con la excepción de Posadas que tras algunas peripecias fue designada capital.
La arquitectura de la inmigración
La inmigración en especial centro europea trajo consigo conocimientos importantes en el trabajo de la madera y la piedra. Obvio que había tradiciones locales –que aunaban lo jesuítico con la pragmática regional-, por lo que veremos que lo que se produjo fue una interesante superposición de tradiciones. Los inicios fueron modestos para todos e imperó la arquitectura maderera, incluso con tejas de ese material. Pero luego, en una o dos generaciones las cosas cambiaron: un grupo iba a consolidar su hábitat con la arquitectura del modelo urbano, estatal, burguesa, de ladrillo; la otra la haría en piedra y madera. El Estado nacional marcaba su presencia con grandes obras públicas importantes, cada vez mayores: correos, policía, escuelas, ferrocarril, que serían los modelos a seguir. Ese Estado impondría modas y técnicas baratas de imitar, significativas aunque a veces absurdas para la temperatura local como eran las fachadas sin galería, prestigiosas al jugar a la moda de turno, mostrando estar en el nivel que correspondía a clases en ascenso que se despegaban de sus antepasados pioneros. Otros, especialmente polacos, rusos, alemanes, centro-europeos, tratarían de arribar a su sueño ideal: tener sus casas en el campo y construidas con materiales nobles, naturales, sin entender que el mundo había cambiado[4]. Fue concretar la aspiración cuando era tarde. Era ya inimaginable construir sin ladrillos porque era un producto mezcla de otros, mestizo, finalmente era racismo aplicado a la arquitectura. Absurdo como parece, así funcionó buena parte de la arquitectura de la inmigración, y explica porque Misiones fue buen lugar para que se aferre el nazismo, un nazismo lavado, sin compromisos verdaderos, pero donde asentarse complaciente para muchos. Por suerte no para todos.
Igualmente el hierro o el cemento no habían sido nobles durante la segunda mitad del siglo XIX cuando sus antepasados salieron de Europa y cuando no podían tener siquiera un techo digno, se mataron trabajando hasta lograr tenerlo, eso es cierto. O al menos muchos a los que mataron fue a los mensú que trabajaron para ellos, sean extranjeros o argentinos los explotadores. Pero cuando pudieron construir su propia gran casa, dejar la cabaña, haya sido en 1920 o en 1940, esos materiales ya no eran más considerados así por nadie, ni siquiera en sus países de origen. Esa fue justamente, una de las características de la inmigración centro-europeo: su marginación, aislamiento y conservadurismo. No todos, pero eso fue terrible para muchos. Otros las hicieron siguiendo las pautas culturales arraigadas pero sus hijos se fueron a vivir a otras partes, a estudiar, o a casas urbanas hechas con materiales modernos.
A comienzos del siglo XX, dijimos, la arquitectura local inició, en realidad continuó con un proceso edilicio basado en su origen en la construcción de cabañas de madera y techo de zinc. Lo notable es que pocas décadas después poco o nada quedaba de ello en las áreas urbanas o periurbanas, ya era arquitectura de la pobreza. La modernidad rápidamente se impuso a través del uso de ladrillos, tejas, cemento, hormigón armado, cañerías, con especial énfasis a partir de la década de 1930. No es una historia diferente a la del resto del país aunque comenzó más tarde que en otras regiones; las instituciones nacionales y provinciales fueron las que marcaron las tendencias de la arquitectura y las modas, y todo cambió muy rápido. Para 1945 Misiones mostraba una arquitectura moderna acorde a su tiempo y similar a la del resto del país, sea de más o menos recursos, pero con detalles constructivos locales como las galerías para disminuir el impacto del calor o el sótano para guardar alimentos o el aljibe de piedra para donde no había agua corriente. Aunque sobrevivían muchos ejemplos con galerías al frente ya entonces había casas que preferían colocarlas atrás para mantener la fachada lisa y limpia a imagen de las de Buenos Aires. Y porque lentamente las veredas se irían definiendo separadas de la calle, y el tránsito o los negocios enviaría a las familias a la parte de atrás del terreno.
Las plantas de la mayoría de las viviendas seguía un patrón local que ya ha desaparecido, al menos no se construye más: la casa consistía en tres ambientes paralelos entre si, con una entrada al frente y puertas laterales para cada cuarto. Por lo general son tres grandes espacios a lo que debe sumarse el área en sombra que funciona como el lugar de la socialización cotidiana.
En 1892 el sagaz observador que fue Juan Bautista Ambrosetti describió uno a uno los edificios hechos de material en Posadas y alguno de los que había en Santa Ana, por ser los primeros considerados como modernos de la región. Le llamaba la atención el que ya los hubiera, pero eso le hubiese sido imposible de hacer una generación más tarde ya que pasaron a unos pocos a ser miles[5]. Se observaban influencias directas de modelos europeos traídos por los inmigrantes o llegados por las revistas, o las fotos, o incluso con algún arquitecto o ingeniero titulado, pero antes de 1900 aun era un fenómeno raro. Estaba terminado para los europeos inmigrantes –no para criollos pobres e indígenas-, ese mundo que describía Jules Huret cuando contaba que:
“Nos albergamos, pues, en una cabaña de madera de agradable aspecto, enclavada en el ribazo y denominada hotel y almacén. El dueño era un alsaciano llegado a la Argentina ha veinticinco años y padre de ocho hijos. Su mujer, agotada por los frecuentes alumbramientos y sorda por el abuso de la quinina, tenía la frente vendada con un pañuelo húmedo y un semblante resignado y sufrido. El alsaciano, hombre de aspecto bondadoso, triste y serio, nos preparó las habitaciones, cosa que no pudo ser más sencilla. Dispuso dos especies de camastros de madera, donde colocó un colchón y una manta (…). No había ventana, formando el mobiliario una mesa de madera y un cubo de hierro”[6].
La llegada de la modernidad
Todo muestra que los territorios de dentro y de alrededor de Santa Ana tenían una arquitectura semejante a la de otras regiones y que la tradición de trabajo de piedra que había caracterizado siglos anteriores casi había desaparecido o al menos reducido. Pero también es cierto que algunos vecinos siguieron construyendo usando basamentos de piedra traídos de los antiguos edificios y hoy es fácil identificarlos por el escuadrado y tallado de los bloques, pero no pasaba de ese uso. Con los años se quiso mostrar que la destrucción de las Misiones se debió a las obras urbanas, pero eso no parecería poderse demostrar como cierto. Sabemos que hubo polémicas desde finales del siglo XIX sobre si usar o no esas viejas piedras, peleas de eruditos ya que la realidad local no cambiaba en nada ni siquiera con la tardía legislación del tema. Pero por lo visto no hay una sola casa que sea producto del desarmado y rearmado de una proveniente de una Misión. Pudo haberla, quizás la haya, pero por lo general no pasan del basamento, cimiento o un par de hiladas en la base. Era demasiado esfuerzo para esa época y no se ajustaban a las necesidades constructivas. El sistema del pulido con chapas mojadas era rápido y dejaba superficies perfectas, en último caso las viejas piedras podrán usarse modificándolas a nuevo. No casualmente la cantera de San Ignacio quedó dentro del pueblo mismo hasta que éste lo cubrió porque ya no le fue útil. Hoy están cerca, sobre el Paraná.
Para 1930 en todas las ciudades de la provincia se construía siguiendo los estilos de moda, como el Neocolonial, los revival con casas hasta en estilo Tudor, chalets típicos, el Racionalismo y aun continuaba en uso el Art Decó. Las casas de las clases altas y medias usaban hormigón armado para su estructura interna, lo que permite afirmar que para 1945, San Ignacio y otras localidades cercanas contaba con albañiles y constructores capacitados para levantar desde una casa de buena calidad hasta una iglesia, en estos casos con esfuerzos, pero con arquitectos e ingenieros que en su formación no habían visto jamás una piedra. Ya había materiales de construcción disponibles en cantidades ilimitadas, como ser cañerías de hierro y plomo, artefactos sanitarios, chapas de zinc o empetroladas, baldosas, mosaicos, tejas, chapa galvanizada y azulejos. Y la nueva generación tenía dinero para comprar, no eran inmigrantes sin nada más que lo que traían consigo. Por supuesto los altibajos de la importación durante las guerras, y la lenta sustitución de las importaciones, produjo problemas de suministro, pero por otro lado la lentitud de la venta mantenía la disponibilidad de la mayor parte de lo necesario. Las tejas de madera cambiaron a las españolas y las franceses, baratas, duraderas y no implicaban trabajo manual, las cosas valían en dinero no en esfuerzo físico.
La continuidad de la piedra
Lo que no ha sido analizado nunca ha sido que al menos un grupo importante de constructores continuaron con el uso de la piedra. En realidad la casi absoluta mayoría parece que fue un nuevo inicio ya que lo precedente estaba perdido. Igualmente hubo diversas tradiciones de formas de tallar, cortar, pegar, pero las siguieron usando y la modernidad no los afectó mucho; veremos casas Art Decó hechas en piedras casi sin escuadrar, imitando plantas y decoraciones pero no sistemas constructivos. Y aquí es donde nos encontramos con los problemas más complejos ya que hubo muchas y muy variadas formas de construir.
El método más común fue el de tradición germánica, que consistía en usar piedras blandas que pudieran aserrarse, o a veces terminarlas con hachuela usada verticalmente, y luego pulirse con el sistema de usar una chapa metálica húmeda por raspado. Esto dejaba sillares de diferentes largos aunque todos del mismo alto y ancho, lo que generó hiladas casi perfectas. Estas se tomaban con juntas de cal. Las carpinterías se colocaban más tarde en los agujeros que quedan al efecto ya que muy raramente se las unía con pasantes de hierro dado que era imposible clavar la piedra. Esto puede verse en que las carpinterías quedan colocadas al centro del muro y con gruesos rellenos de cal para tapar las irregularidades y que queden firmes. Muchas de estas casas, al verse la regularidad del trabajo, fueron adjudicadas como construcciones antiguas extraídas de las ruinas, pero no es así y una observación cuidadosa permite ver las diferencias que son obvias, como los marcos que no se empotran, los pisos irregulares de lajas y mil detalles imposibles de enumerar aquí. En algunos casos se usaron dinteles de madera ya que una piedra tan larga era difícil de obtener, y por encima se ayudaba con un arco vahído de ladrillos, siendo el único uso de ese material considerado “impuro” para la tradición constructiva centro-europea. Los pisos pueden ser de lajas irregulares o escuadradas, incluso en las veredas.
Este fue el sistema usado en la década de 1940 para obras que imitaron las obras coloniales. Valgan dos ejemplos en San Ignacio: el edificio hecho por el arquitecto Onetto para museo de la Comisión Nacional, quien no usó piedra de los edificios sino que las hicieron a nuevo, y el pórtico ahora destruido de entrada a la ciudad que incluso fue tallado reproduciendo la fachada de la iglesia de San Ignacio Miní y que ahora a vuelto a ser rehecho pero más ancho. La casa de piedra de la familia Canteros, hoy negocio a la calle, tiene una escalinata de entrada inspirada en las de Santa Ana y de algunas otras misiones con sus escalones curvos. No fue sacada de allí sino hecha especialmente y la calidad lo hace obvio.
Otra técnica, aunque muy rara, fue la de hacer sillares cúbicos extraídos de canteras con piedras silíceas en lugar de areniscas, lo que permite un tallado por percusión que deja no sólo las marcas sino un brillo especial en la piedra. Llama la atención que pese a la buena selección de la piedra, las hiladas no mantuvieron la lógica de no superponer las juntas. Pese a eso las casas continúan sólidamente en pie y hasta con el agregado de un piso encima.
Por último cabe destacarse que por mucho tiempo se usó piedra en los cimientos por una razón muy simple: los ladrillos locales se hacen mezclando arcilla del Paraná con aserrín de los aserraderos, no con arena, tal como aun puede verse en cualquier olería regional[7]. Esto producía que la humedad constante de la tierra los pudriese en poco tiempo, lo que se salvaba con piedras. La antigua Escuela de San Ignacio, el edificio que hoy funciona como museo en las ruinas, es un buen ejemplo de piedra abajo y mampostería arriba.
La llegada y difusión del hormigón armado acabó esa costumbre. Y el impacto de la gran obra pública del Estado nacional cambió, como era previsible, el escenario constructivo de la región. Luego la televisión y la difusión masiva de los modelos internacionales, la urbanización creciente, y en el medio la crisis que significó en las colonias alemanas la Guerra Mundial y el sostener sus tradiciones, acabó con todo. Igualmente hoy en día para hacer un canal, para una obra menor, para ponerle un piso a una modesta cabaña de madera por más pobre que sea, se usa piedra aunque irregular.
Todas las casas de piedra que relevamos en San Ignacio, Corpus, Candelaria y Apóstoles, más algunos lugares menores cercanos –creemos haber relevado todas las que quedan en pie-, usaron mezcla de cal y a veces con agregado de cemento en las juntas de unión de los bloques. Todas las paredes son de sillares en hilada paralelas, casi sin cambios o errores. Hay diferentes tipos de piedra como dijimos, de terminación según la dureza, de manos de obra y calidad de detalle lo que es normal, pero nada se sale demasiado de la norma. El sistema constructivo de todas estas estructuras entre 1890 y 1930, es similar entre sí y en nada se parece al que presentan las ruinas previas.
Las construcciones de Teyú Cuaré
En la zona de San Ignacio, y ese fue el motivo para el estudio de la arquitectura moderna en piedra, hay un grupo de edificios que sale de lo normal, incluso de estas peculiares estructuras de piedra: las construcciones ubicadas dentro del parque de Teyú Cuaré[8]. Las hemos ubicado en el tiempo como hechas durante la Segunda Guerra Mundial. Si bien puede haber en el lugar construcciones un poco anteriores todas son de la primera mitad del siglo XX. Son de piedra hecha con junta abierta, sin mortero de unión ni siquiera de barro, y en los dos casos en que había parches de cemento son reparaciones muy tardías en que el material fue puesto encima y no entre las juntas. Por fuera del parque pero en las cercanías existe aun una construcción hecha con el mismo sistema, de un conjunto disperso de la menos cinco pero ya las demás destruidas. Nada más hay en la zona que se le asemeje a esto.
Resultó notable que, como arquitectura, son edificios absolutamente diferentes a todo lo demás de la región. Lo son en planta, en materiales, en terminaciones, en carpinterías, en los detalles. El uso de materiales, la forma de colocar puertas y ventanas, de hacer las juntas o de tallar las piedras no se parecen a los de ningún otro edificio que exista en la región de San Ignacio. No existe en el casco urbano de la ciudad una construcción con aparejo murario de tan mala calidad o de tal envergadura como las del Parque, ni con las plantas que presentan, lo que nos lleva a proponer que quienes construyeron estas últimas no eran albañiles entrenados acordes a su tiempo; gente que hizo lo que pudo pero en base a planos diseñados por alguien que sabía lo que pedía. Ciertas características nos indican que el diseño de esas obras fue realizado por una mano entrenada en el oficio, detalles de fuerte modernidad, pero que no ocurrió lo mismo con la ejecución. Lo construido en el Teyú no da cuenta de la presencia de un especialista en ningún momento, y a pesar de tener sólo setenta años y ser todo de piedra ya se está derrumbando, es más, casi no queda nada comprensible. Los detalles son pésimos, no hay lógica constructiva alguna, se colocaron muros en primer piso sobre vanos con dinteles casi sin empotrar, es decir: defecto sobre defecto que produjo su rápida ruina.
La explicación establecida es que fueron edificios construidos con propósitos definidos externos a la funcionalidad local habitual, y asociados a la guerra y posible refugio de prófugos. Pero que fueron hechos en secreto desde Paraguay, cruzando el estrecho río Paraná en ese lugar escondido. Más allá del interés que suscitan estas obras, resultan ser foráneas a la región aunque usen piedras en su obra. Y trabajar la piedra en esa forma para una fecha cercana a 1943-45 resulta casi inusitado.
Todos los edificios del conjunto son de piedra, hechos con bloques o con lajas, con muy poco esfuerzo de cantería, pero mientras que los principales muestran un cierto trabajo de superposición otros muros son simples apilamientos expeditivos. En las estructuras más grandes las piedras de los vanos tienen cierta calidad, mientras que el resto son apilamientos que no han resistido. Es tan endeble que solucionaron los problemas haciendo muros extremadamente gruesos, habiendo uno que mide la friolera de 3.80 metro de ancho. Los paños de las paredes se hicieron tan rápido o sin control, que parece que se hubieran caído y que volvieron a ponerlas como se pudo. Comparado con el de las paredes de las ruinas de San Ignacio o el de algunas casas realizadas por inmigrantes a comienzos del siglo XX, los muros presentan una factura realmente poco cuidada. Es obvio que lo que se buscaba era hacer estructuras rápidas y en silencio absoluto, al grado que en ese momento ni siquiera existía un camino hacia el pueblo cercano, no habiéndolo por muchos años más. Los estudios arqueológicos fecharon el lugar en construcción y uso entre 1943 y 1960.
Aceptando que se decidió optar por el material más cercano, la piedra, aunque llevara más trabajo hacerlo, para no comprar a terceros más de lo imprescindible porque indagarían el propósito de la adquisición, y que la obra fue realizada por personas no del todo familiarizadas con la actividad, es posible proponer que los individuos empleados para ello no fueron albañiles sino simplemente trabajadores locales. Teniendo en cuenta la falta de caminos que llevaran al sitio desde el pueblo y la mencionada discreción que parecen haber buscado los responsables de la misma, consideramos posible que los obreros hayan sido contratados en la orilla opuesta a la de la península, en el Paraguay, cruzándolos directamente por el Paraná. Es una hipótesis que dista de poder probarse, pero consideramos que explicaría en gran medida las singularidades que presentan las ruinas del Parque en relación con su contexto regional inmediato, pese a la semejanza de material y tiempo.
Conclusiones
Toda construcción de una épica histórica implica el desconocimiento de otros eventos, diacrónicos o sincrónicos que pudieran opacar esa grandeza. Sea o no verdad, como en este caso que lo jesuítico no puede ser siquiera discutido en su grandeza. Hemos mostrado con algunos pocos ejemplos de arquitectura que en los siglos XIX y XX hubo importantes obras construidas en piedra que sin un análisis muy detallado pueden ser atribuidas erróneamente a épocas precedentes. Y si bien no hemos entrado en el estudio de asentamientos, también es posible hacerlo.
El objetivo ha sido mostrar que es necesario ampliar los estudios misioneros a toda la región, repensar su amplitud y las atribuciones dadas a toda obra en ruina en especial si es de piedra, y estudiar con mayor detalle la producción del siglo XIX, tantas veces minimizado, y al siglo XX sin la exclusiva mirada de la búsqueda de la modernidad.
Daniel Schávelzon
CONICET – UBA
dschavelzon@fibertel.com.ar
Bibliografía
- Ambrosetti, Juan Bautista
1892-93 Viaje a las misiones argentinas y brasileras por el alto Uruguay (I y II), Revista del Museo de La Plata, La Plata. - Arenhardt, Elida
2005 El sistema Waldhufendorf organiza el paisaje rural de Colonia Eldorado (1924-1948), en: IVas. Jornadas sobre poblamiento, colonización e inmigración en Misiones, Ediciones Montoya, Posadas. - Carbonell de Masy, Rafael y Norberto Levinton
2010 Un pueblo llamado Jesús, Fundación Paracuaria, Asunción. - Eidt, Robert
1971 Pioneer Settlement in Northeast Argentina, University of Wisconsin Press, Madison. - Gallero, María Cecilia
2003 La inmigración y colonización alemana en Misiones, 12º Congreso Nacional y Regional de Historia Argentina (separata), La Plata.
2009 Con la patria a cuestas. La inmigración alemana-brasileña en la colonia Puerto Rico, Misiones, Araucaria Editora/IIGHI-CONICET, Buenos Aires.
2010 La territorialización de la germanidad en los alemanes-brasileños de Misiones, Argentina, Iberoamericana vol. X, no. 39, pp. 77-103. - Huret, Jules
1912 En Argentine: de Buenos Aires au gran Chaco, Biblioteque Charpentier, E. Fasquelle Editeur, París. - Queirel, Juan
1897 Misiones, Imprenta de la Penitenciaría Nacional, Buenos Aires. - Schávelzon, Daniel y Ana Igareta
2016 Teyú Cuaré: Arqueología de un refugio nazi en la Argentina, Planeta, Buenos Aires (en prensa).
REFERENCIAS
[1] Rafael Carbonell de Masy y Norberto Levinton, Un pueblo llamado Jesús, Fundación Paracuaria, Asunción, 2010.
[2] María Cecilia Gallero, 2003, La inmigración y colonización alemana en Misiones, 12º Congreso Nacional y Regional de Historia Argentina (separata), La Plata. Ídem, 2009, Con la patria a cuestas. La inmigración alemana-brasileña en la colonia Puerto Rico, Misiones, Araucaria Editora/IIGHI-CONICET, Buenos Aires. Ídem, 2010, La territorialización de la germanidad en los alemanes-brasileños de Misiones, Argentina, Iberoamericana vol. X, no. 39, pp. 77-103.
[3] Robert Eidt, 1971, Pioneer Settlement in Northeast Argentina, University of Wisconsin Press, Madison. Elida Arenhardt, 2005, El sistema Waldhufendorf organiza el paisaje rural de Colonia Eldorado (1924-1948), en: IVas. Jornadas sobre poblamiento, colonización e inmigración en Misiones, Ediciones Montoya, Posadas.
[4] Gunter Weimer, 2005, Arquitectura popular da inmigracao alemá, edición del autor, Porto Alegre.
[5] Juan B. Ambrosetti, 1892-93, Viaje a las misiones argentinas y brasileras por el alto Uruguay (I y II), Revista del Museo de La Plata, La Plata.
[6] Jules Huret, 1912, En Argentine: de Buenos Aires au gran Chaco, Biblioteque Charpentier, E. Fasquelle Editeur, París, cita pag. 469.
[7] Olerías: son los lugares en donde aun anualmente se fabrican los ladrillos sobre la costa del Paraná.
[8] Daniel Schávelzon y Ana Igareta, 2016, Teyú Cuaré: Arqueología de un refugio nazi en la Argentina, Planeta, Buenos Aires (en prensa).
Agradecimiento:
Estos estudios en Misiones se han hecho gracias a Ana Igareta, en viajes con Patricia Frazzi y Armando Cardozo, quien nos sirvió de guía para encontrar, casa tras casa, entre los laberintos de los caminos secundarios. A Norberto Levinton le debo la idea de que parte de lo existente en las Misiones mismas no son del período jesuítico y es complejo diferenciarlo.