Anales del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas
"Mario J. Buschiazzo"
Volumen 54 - Número 1 - Enero / Junio 2024

Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo.
Universidad de Buenos Aires.

Artículo

Contribución de los ingenieros del Real Cuerpo en el largo proceso de la fábrica de la Iglesia Matriz de Cumaná, Venezuela

Contribution of the engineers of the Royal Corps in the long process of the construction of the Iglesia Matriz de Cumaná, Venezuela

Francisco Alfonso Pérez Gallego *

https://orcid.org/0000-0002-5231-3098

* Universidad Central de Venezuela (República Bolivariana de Venezuela).

Arquitecto y Magíster Scientiarum en Conservación y Restauración de Monumentos por la Universidad Central de Venezuela (UCV). Doctor en Ambiente, Design e Innovazione por la Università degli Studi della Campania “Luigi Vanvitelli”(UNICAMPANIA). Doctor en Historia del Arte por la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Profesor agregado del Área de Historia y Crítica de la Arquitectura, por la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU-UCV). Fue coordinador de las maestrías adscritas en dicha institución. Coordina diversos proyectos de Arquitectura y de Restauración de Bienes de Interés Cultural. Autor de artículos sobre Historia de la Arquitectura y Conservación del Patrimonio Cultural.

Calle Puerto de Canencia, Nº 6, 1-B, Madrid, 28038, España. Correo electrónico: franpergal@gmail.com

El artículo deriva de la investigación practicada en el marco de la tesis doctoral “La Arquitectura de los Ingenieros en Venezuela (1700-1830). Estrategias y modelos innovadores para la valoración”, leída entre la Universitá degli Studi della Campania Luigi Vanvitelli (Italia) y la Universidad Complutense de Madrid (España).

RECIBIDO: 19 de septiembre de 2023.
ACEPTADO: 22 de noviembre de 2023.


RESUMEN

El objetivo de este artículo es revisar la contribución de los miembros del Real Cuerpo de Ingenieros en el accidentado proceso de construcción de la “Nueva Iglesia Parroquial” de Cumaná. Esta se había iniciado en 1765 en reemplazo de la primigenia, dedicada a Santa Inés, ubicada cerca de las fortificaciones. Un sismo acaecido en 1766, trastocó los planes y desencadenó un largo expediente que recogió las propuestas de nueve ingenieros durante el siglo XVIII. Es un caso relevante, en tanto Cumaná, se considera la fundación “primogénita del continente” en tierra firme que a lo largo de su historia, ha estado sometida a los embates sísmicos, debido a la Falla de El Pilar. Esta investigación, de tipo explicativo sobre fuentes primarias, devela cómo la obra se fue complicando ante la diversidad de criterios técnicos y reformas, aunados a los intereses de las autoridades y de los vecinos, hasta su colapso definitivo en 1929.

Palabras clave: Iglesia Parroquial de Cumaná; Catedral de Cumaná; Real Cuerpo de Ingenieros; Terremoto de Cumaná de 1766; Sismicidad.
Referencias espaciales y temporales: Venezuela; Sucre; Cumaná; Falla El Pilar; siglo XVIII.

ABSTRACT

The purpose of this article is to review the contribution of the members of the Royal Corps of Engineers in the eventful process of the construction of the “New Parish Church” of Cumaná. This had begun in 1765 to replace the original one, dedicated to Santa Inés, located near the fortifications. However, plans were disrupted by an earthquake in 1766, leading to a lengthy process that involved the input of nine engineers throughout the 18th century. This case is significant as Cumaná is considered the “first-born foundation of the continent” on the mainland and throughout its history it has been subjected to seismic shocks, due to the Pilar Fault. The research, based on primary sources, reveals how the work was complicated by the diversity of technical criteria and reforms, together with the interests of the authorities and the neighbors, until its definitive collapse in 1929..

Key words:  Cumaná Parish Church; Cumaná Cathedral; Royal Corps of Engineers; Cumaná Earthquake of 1766; Seismicity.
Space and time references: Venezuela; Sucre; Cumaná; El Pilar Fault; 18th Century.


Introducción

El objetivo de este artículo es examinar el proceso constructivo de la “Nueva Iglesia Parroquial” de Cumaná, capital de la provincia homónima, y la contribución del Real Cuerpo de Ingenieros en su devenir. Cumaná es una de las más tempranas ciudades establecidas en Suramérica, fundada por iniciativa de un grupo de frailes franciscanos y dominicos en 1515. Esta ciudad fue reubicada y refundada en varios momentos, con diversas denominaciones. En 1520 como Nueva Toledo de Cumaná, en 1523 como Santa Inés de Nueva Córdoba; hasta que en 1569 Diego Fernández de Serpa la reconstruye y bautiza definitivamente como Cumaná, en honor al río que la surca (González Oropeza, 1991, pp. 220 y 255-256). En el año 1777 pasa a integrar, junto con otras provincias, la Capitanía General de Venezuela.

Como parte de la refundación, en el año 1569, se erigió una iglesia dedicada a Santa Inés, la actual concatedral. Su emplazamiento próximo a las fortificaciones condujo al gobernador a solicitar permiso para su traslación en 1737. Aunque la iglesia no se demolió, en 1765 se emprendió una nueva fábrica de la sillería en otro sitio, dedicada al Sagrado Corazón de Jesús (Arquidiócesis de Cumaná, s.f.), que mantiene los dictámenes espaciales del obispo de Puerto Rico, Pedro Martínez de Oneca, de quien dependía la parroquia, y las especificaciones técnicas de José Aparicio Morata. El proceso de fabricación fue afectado por un terremoto el 21 de octubre de 1766, a raíz del cual se suspendieron los trabajos, lo que dio origen a un largo expediente que recogió, hasta inicios del siglo XIX, las propuestas de al menos nueve ingenieros del Real Cuerpo.

A través de una investigación documental de fuentes primarias, confrontadas con fuentes secundarias escritas y algunas fotografías históricas, se logró reconstruir el hilo cronológico de este largo proceso. Allí se puede apreciar la influencia de la actividad sísmica del lugar y los aportes científicos de los ingenieros militares, aderezada por las circunstancias políticas y socioculturales de la provincia, las cuales dificultaron la concreción de su sede catedralicia por casi dos siglos.

Antecedentes: la iglesia de Santa Inés

La iglesia Santa Inés de Cumaná, conocida como la Concatedral, era la iglesia principal de la ciudad hasta que en 1765 se emprendió la construcción que pretendía erigirse como iglesia matriz. Ambas fueron afectadas por los terremotos de 1766, 1787, 1853 y 1929. Esto se debe a que Cumaná se encuentra emplazada sobre la Falla de El Pilar y a la consistencia de su suelo: llano, aluvional y saturado de agua, con fuerza potencial para la amplificación de las ondas sísmicas y de licuación, lo cual ha incidido en la repetición periódica de maremotos y terremotos (Beauperthuy, 2006, pp. 103-115).

La primitiva iglesia había sido construida alrededor de 1569, sobre terrenos yermos, a raíz de la mudanza de la ciudad. A su vera, en los pies de la colina que domina la localidad, se levantó el fuerte Santa María de La Cabeza entre 1669 y 1673. El 31 de julio de 1682 se aprobó la construcción de un segundo fuerte en dicha colina llamado San Antonio de la Eminencia. De forma simultánea a esta construcción, se ordenó la demolición de la iglesia parroquial, para facilitar las maniobras militares. Por ello, “debía levantarse una nueva iglesia en lugar más adecuado” (Consejo de Indias, 1757, fol. s.n.). Pero, aunque se erigió el fuerte San Antonio y el de Santa María permaneció, la iglesia no fue demolida. Ello complicó la dinámica del sistema defensivo hasta el siglo XVIII, cuando la necesidad de perfeccionar la seguridad desencadenó un largo periplo para construir la nueva iglesia matriz.

Esta construcción representa un interesante caso de obra colectiva. Logró reunir las opiniones y trazas de varios alarifes, además de nueve ingenieros que trabajaron entre Caracas, Cumaná y Trinidad entre 1766 y 1794; fue también motivo de consulta ante el arquitecto mayor de Madrid, Ventura Rodríguez. Entre los consultados destaca el ilustre Joseph Aparicio Morata, de formación multidisciplinar “que ha dado a entender su mucha habilidad y experiencia, en las ocasiones que se ha ofrecido” (Marco Dorta, 1981, p. 74). Entre los ingenieros figuran Bartolomé Amphoux y Juan Antonio Perelló, a los que se sumaron, Miguel Roncali y Esteban Aymerich, de origen italiano; el también ingeniero y gobernador de Cumaná, Miguel Marmión; el comandante de ingenieros de la Capitanía General de Venezuela, Fermín de Rueda; así como los ingenieros, el ordinario Casimiro Isava, el extraordinario Juan Bautista Casasola, y el ayudante de ingeniero, Joseph Joaquín de Pineda.

Inicios de la fábrica de la nueva iglesia

El proceso se inició el 10 de agosto de 1737, cuando Carlos de Sucre y Pardo, gobernador de la provincia de la Nueva Andalucía, dirigió una carta al Rey, donde expuso la necesidad de emprender la fábrica de una nueva iglesia porque la existente representaba un obstáculo para el sistema defensivo, además de ser vulnerable, por estar hecha “de palos, cañas y varro y su techo un cañizo que llaman bajareque que es fácil de deshacer”. Sucre y Pardo proponía edificar una iglesia “nueva, más grande de mampostería, con pilares de piedra o ladrillo y de tabla su techado” y estimó que se requerirían unos 10.000 pesos (Sucre y Pardo, 1737, fol. 1-6). La petición del gobernador no tuvo apoyo y así transcurrieron dos décadas, hasta 1757 cuando José Diguja Villa-Gómez asumió el cargo. Con el argumento de los servicios que Cumaná había aportado a la Corona, pedía licencia para emprender las obras y a la Real Hacienda la contribución de la tercera parte de los 28.000 pesos de su costo. La comunicación fue replicada en términos similares por el Cabildo Secular y el Obispo de Puerto Rico. El proyecto proponía levantar un templo de tres naves, con pilares y arcos, crucero con media naranja y torres a los pies, con estructura portante de muros de mampostería de piedra y columnas de ladrillo sobre cimientos de piedra (Consejo de Indias, 1757, fol. s.n.).

El 27 de febrero de 1759 aún no se había obtenido respuesta. Por ello, tanto el Gobernador, como el Cabildo Secular y el Consejo de Justicia y Regimiento de Cumaná, enviaron solicitudes al rey Fernando VI, donde demandaban la licencia para su reedificación. El gobernador José Diguja recalcó que la iglesia parroquial “construida de horcones y barro”, sufría amenaza de derrumbe (Diguja Villa-Gómez, 1759, fol. 1-4). El mismo día, los miembros del Consejo de Justicia y el Regimiento de Cumaná reiteraban el petitorio (Consejo de Justicia y Regimiento de Cumaná, 1759, fol. 1-2), y otro tanto hacían los miembros del Cabildo Secular, quienes además de tildarla de “antigua, débil fábrica de horcones y barro”, alertaban que sus reparos consumían anualmente gran cantidad de fondos (Cabildo Secular, 1759, fol. único s.n.). Para todos se hacía ineludible levantar una nueva iglesia en un sitio adecuado y proporcional a las dimensiones del vecindario.

Para contribuir con la fábrica, cuyo coste se había ajustado a 30.000 pesos, los vecinos comenzaron a aportar limosnas y acopiaron cantos, para garantizar “de fábrica y materiales sólidos que aseguren su perpetua duración” (Cabildo Secular, 1759). Entre 1759 y 1762 procedieron al “arranque y corte de piedra”, seguido de su posterior traslado mediante “lanchadas de sillares, piedra ripio y piedra cal de la cantera de Araya” hasta la ciudad (Consejo de Indias, 1767, fol. 22 vto.-30). Contaban con la conformidad del Obispo de Puerto Rico, Pedro Martínez de Oneca. En respuesta, el 21 de octubre, el Consejo de Indias notificó con un informe favorable (Consejo de Indias, 1759a, fol. 1-5), y transmitió el petitorio al nuevo rey, Carlos III, que había asumido el 10 de agosto de 1759. Aprobado el informe, poco después se asignó una ayuda parcial de 10.000 pesos, tomada del ramo de medios sueldos de vacantes y desertores (Consejo de Indias, 1759b, fol. 1-7).

Las medidas fueron reiteradas el 14 de abril de 1760, donde el Obispo informaba al Rey los resultados de su visita pastoral e insistía en la pequeñez y estado ruinoso de su iglesia. Asimismo, le daba aviso de haber resuelto se fabricase una nueva. Las autoridades civiles reiteraron su estado en 1761. El gobernador Diguja refería que, aunque contaba con una torre de mampostería, el resto del inmueble presentaba carencias espaciales y conservativas (Diguja Villa-Gómez, 1761, fol. 597-790). El teniente coronel, gobernador y capitán general Matheo Gual testificaba que la edificación se encontraba “apretilada toda ella, y sus paredes de baxareque doble, su techumbre de alfaldería cubierta de texa, con sus pilares de madera, la cual tiene una torre de piedra, con cuatro troneras” (Gual, 1761, fol. 244 vto.).

En 1765, con la designación de Pedro José de Urrutia como nuevo gobernador, se reactivan las diligencias. Una vez asumido en el cargo durante el mes de julio y en presencia del obispo de Puerto Rico Mariano Martí, sucesor de Pedro Martínez de Oneca, el 24 de agosto convocó al Cabildo Secular, además de autoridades y vecinos, para seleccionar el lugar de la nueva iglesia. En el proceso participaron el maestro mayor de cantería José Ventura Manterola y el sobrestante Francisco Laziregui, a quienes se consideró idóneos para dirigir las obras (Cabildo de Cumaná, 1765, fol. 1-2 vto.). Optaron por un lote de terreno ubicado cuatro manzanas al norte de la iglesia de Santa Inés, en el barrio del Toporo. Era un sitio privilegiado, en la calle del Caño Viejo, que corresponde al solar que hoy ocupa la Catedral concluida en 1945, emplazado entre las calles Rivas y Salón, frente a la plaza Andrés Eloy Blanco.

Para formalizar simbólicamente el inicio de la construcción, el 27 de agosto de 1765, el gobernador colocó la primera piedra en el “ángulo derecho del paraje destinado para la torre” (Urrutia, 1776, fol. s.n.). Inmediatamente se procedió a efectuar exploraciones que arrojaron que el suelo presentaba escasa resistencia. En consecuencia, el gobernador convocó de nuevo a las autoridades civiles y eclesiásticas para ponerlas en cuenta e incluso instó a que la obra se efectuase “conforme a las reglas y uso de Arquitectura”. Incorporó, por proposición de los presentes, al clérigo, médico, geógrafo y cartógrafo Joseph Aparicio Morata, tenido también por “inteligente arquitecto” (Ramos Martínez, 1924, pp. 3-4). Le solicitó un modelo a escala en madera de la nueva iglesia, el cual serviría para guiar el proyecto. El mismo consistiría, según el ingeniero Amphoux, en una iglesia de traza “quadrilonga, de sesenta, y ocho baras, y un pie de largo, tomado desde la puerta principal, hasta el fondo del presbiterio, inclusos los gruesos de paredes, y treinta, y tres en iguales términos de ancho. Este según indican los postes de los testeros, debe dividirse en tres Naves (aunque no están hechos los simientos para ellas) y aquel está repartido en siete tramos, comprehendido el presbiterio” (Amphoux, 1769, fol. 174-174 vto.).

Joseph Aparicio Morata confirmó que el terreno no era idóneo, pero que si se efectuaba un pilotaje con estacas de madera de tres varas de largo y se clavaban los cimientos después de dos varas de profundidad, se alcanzaría la firmeza adecuada. La injerencia de Morata como consultor puede referirse a la fama que éste ganó en el contexto hispano, a raíz de su análisis del terremoto de Lisboa en 1755. Se sumaban a la construcción el Maestro mayor José Ventura Manterola, escogido para la dirección de la obra, además de otros peritos en cantería como Martín José Eseiza, Esteban de Michelena, Francisco Marticorena, Esperanza Marsellés y Juan Beler (Consejo de Indias, 1767, fol. 61 vto.-65 vto.).

Ante las gestiones realizadas, a fines de 1765 se iniciaron las obras. La dirección le fue encomendada a Morata el 9 de septiembre, gracias al aval del Gobernador y el Ayuntamiento, luego de haberse ofrecido a dirigirlas. La nueva fábrica sería de sillería y con el compromiso de erigirla sobre un pilotaje que genere la solidez necesaria (Ramos Martínez, 1924, pp. 3-4). Para ello presentó una fianza en la que puso como garantía a su persona y sus bienes personales (Consejo de Indias, 1767, fol. 61 vto.-65 vto.).

El terremoto de 1766 y las consultas de Amphoux, Perelló y Marmión

En marzo de 1766, el Superintendente solicitó al Gobernador que librase los 10.000 pesos que habían sido aportados por la Corona. De estos solo fue expedida la mitad, en pro de un riguroso control administrativo. No obstante, un sismo acaecido el 21 de octubre de 1766, echó a perder los planes. El terremoto afectó los trabajos iniciados, los cuales quedaron paralizados por casi treinta años. Ese mismo año, el 7 de septiembre, el gobernador Pedro José de Urrutia debió separarse del cargo para comparecer ante un Juicio de Residencia de la gobernación de Portobelo, donde fue sustituido por Mateo Gual, hasta el 27 de agosto de 1768, cuando retornó al cargo (Badaracco, 2009).

Las causas de los daños de la iglesia se justificaron mediante diversos argumentos. De acuerdo con los testimonios de algunos pobladores, las obras se habían iniciado sin respetar los lineamientos formales y constructivos acordados como plan inicial. No se había efectuado el debido “cimiento de pilotage de estaca”, recomendado por José Aparicio Morata (Consejo de Indias, 1767, fol. 61 vto.-65 vto.). En consecuencia, el gobernador interino Mateo Gual sospechó que había errores de fábrica, por lo que ordenó abrir una averiguación. Comparecieron los maestros de cantería José Ventura Manterola, Juan Esteban Michelena y Francisco Figuera; el carpintero Francisco Olaziregui que actuó como responsable, además del vecino Domingo Barreto, que era el proveedor del material para los pilotes de los cimientos. Entre todos declararon que Morata se había retirado de la ciudad al poco de iniciada la obra y ésta solo quedó cimentada con el debido pilotaje en la parte de la torre del lado de la Epístola1.

No obstante, otra versión, derivada de los exámenes practicados a finales del siglo XVIII, refirió que la edificación no habría sido afectada sustancialmente. Los daños consistían en la aparición de una grieta en el muro testero de la sacristía y algunas cuarteaduras contiguas al presbiterio (Duarte, 1972, p. 45). Estos deterioros puntuales sirvieron de pretexto para reiterar el cuestionamiento a la calidad del terreno y a la construcción ya comenzada, como así también a paralizar las obras y emprender el hilo de consultas a nueve ingenieros del Real Cuerpo.

Dadas las circunstancias, el Gobernador solicitó apoyo externo. A raíz de esto, el 19 de abril de 1768 se emitió una Real Orden, recibida por Urrutia a su regreso, que ordenaba que el ingeniero de la plaza, junto con otro de la capital, efectuaran el reconocimiento (Urrutia, 1769a, fol. 1-7). Por mediación del gobernador de Caracas, Joseph Solano y Bote, se destinó al ingeniero Bartolomé Amphoux, pasar a Cumaná. Por su parte, Urrutia consideró oportuno sumar como apoyo al ingeniero Juan Antonio Perelló, destacado en Cumaná, instándoles a avisar “a su señoría de los auxilios que necesiten, y que fecho pasen a manos de su señoría su dictamen, junto con el plano que de ella formaren según se previene en la citada Rl. orden” (Urrutia, 1769b, fol. 160). No obstante, las opiniones contrarias entre ambos impidieron tomar una decisión. Perelló proponía paralizar radicalmente los trabajos y efectuar un nuevo proyecto, debido a que el terreno no era apto y que los trabajos no habían satisfecho la rigurosa praxis de la arquitectura. Amphoux en cambio, trazó un plano guía, y se inclinaba a su continuación, si se corregían los defectos de diseño y construcción detectados:

Lo primero el haver procedido a levantar las paredes de afuera, antes de simentar las naves y cruzeros, cuya unión, y trabazones son las que aseguran el embavamiento de la fábrica, dimanado de esta falta lo que se nota en los postes, que resaltan para los arcos cruzeros de las naves colaterales, y están fundados solo a tres pies de profundidad, debiendo tener la igual con las paredes, de quien salen. Lo segundo, que el repartimiento de las Naves es muy imperfecto, pues teniendo la principal, doce baras, y media de ancho, no llega a cinco el de cada una de las Colaterales. Lo tercero, que los claros de los tramos, para las capillas, son todos desiguales entre si, y esta fealdad es transcendente y mas visible en los arcos de las Naves. Lo quarto que el ámbito de la Iglesia es exorbitante para este vecindario desproporcionado. Su costo a los medios de que se hace, y mas difícil de asegurar su construcción, y permanencia. Y finalmente haver tenido algunos descuidos en las trabazones de la sillería en los ángulos y encuentros de los resaltes [...] (Amphoux, 1769, fol. 175-175 vto.).

Ante la disparidad de opiniones y la escasez de otros ingenieros a quienes consultar, Urrutia recurrió al criterio del albañil Francisco Marticorena y el cantero Esteban Michelena, ya que para ese momento, Joseph Buenaventura Manterola había fallecido. Ambos certificaron que los daños presentes no inhabilitaban la edificación (Marticorena y Michelena, 1769, fol. 1). Acto seguido, los dictámenes de los ingenieros y los alarifes fueron remitidos al Consejo de Indias. En consecuencia, el 7 de enero de 1771, el Gobernador acusó recibo de otra Real Orden por medio de la cual se le notificó que el Rey había decidido suspender los trabajos, hasta tanto se resolviera la discrepancia de pareceres (Urrutia, 1771a, fol. 1). Como reacción, el Gobernador advirtió al Consejo de Indias que la suspensión de las obras estaba degradando los materiales (Urrutia, 1771b, fol. 1).

Esta situación continuaría por un tiempo adicional, según se desprende de una nueva comunicación de Urrutia al Consejo de Indias, a través de la cual anunciaba que el gobernador de la Provincia de Venezuela, Joseph Solano y Bote, le había informado que no se podía proseguir la obra, ya que el ingeniero más graduado de Caracas, que debía dilucidar la disparidad de criterios entre Perelló y Amphoux, estaba en desacuerdo con ambas. Esta mención hace referencia al conde Miguel de Roncali, responsable de las obras de fortificación de Puerto Cabello y La Guaira.

El caso devela cómo a pesar de una formación común de acuerdo con las premisas, se fraguaban pronósticos diversos. Ante la respuesta de Solano y Bote, el gobernador de Cumaná imploró al Consejo de Indias continuar las obras según lo indicado por Amphoux (Urrutia, 1774, fol. 1-3).

En una nueva visita pastoral, practicada el 8 de agosto de 1773 por el Obispo de Puerto Rico, se dictaminó que la iglesia en funciones se encontraba muy “indecente y tan pequeña que no cabe en ella un tercio de la gente de dicha ciudad” (Ximénez Pérez, 1774, fol. 1-8), además de que la fábrica alternativa seguía sin prosperar. Con la designación en 1780 de Manuel González de Aguilar Torres de Navarra como nuevo gobernador, se reanudó el debate. Al año siguiente, sugería al secretario de Estado del Despacho Universal de Indias, José de Gálvez y Gallardo, que la fábrica debía continuarse. Para sustentar su petitorio, formó un expediente con testimonios de lo obrado, en el que incluye los informes de los ingenieros Perelló, Amphoux y Marmión (González de Aguilar Torres de Navarra, 1781, fol. 1-217). Éste último había sido destinado como ingeniero a la provincia de Cumaná por la Real Cédula de Carlos III del 11 de marzo de 1775 y designado Gobernador en marzo de 1782. En el mes de junio de 1782, el Consejo de Indias remitió un informe al Rey, donde incluía la representación de Marmión, a favor de la continuación de las obras. Vista la multiplicidad de pareceres, se decidió elevar una consulta al arquitecto mayor de Madrid, Ventura Rodríguez (Consejo de Indias, 1782, fol. 1-4).

Las opiniones alternativas de Isava, Aymerich y Rueda

En 1784 fue designado Antonio de Pereda como nuevo gobernador. Un año después, en 1785, arribó el informe de Ventura Rodríguez. Este consideraba que el estado de la iglesia de Cumaná era deficiente y proponía emprender un nuevo diseño para erigir un edificio capaz de resistir los terremotos de la región. Asimismo, comparaba el ángulo que el Palacio Real de Madrid consideraba fuera del terreno firme, con el estado de la iglesia en uno de sus costados (Ventura Rodríguez, 1785, fol. 1-4). El dictamen, junto con una Real Cédula del 13 de julio, se remitió al gobernador Pereda, ordenándole designar un ingeniero para levantar un nuevo proyecto y emprender aceleradamente las obras (Pereda, 1785, fol. único s.n.).

El profesional designado fue el ingeniero ordinario Casimiro Isava quien atendió al llamado en abril de 1786, para lo cual se le entregó copia del dictamen de Ventura Rodríguez. Isava procedió al diseño de una nueva iglesia, cuya traza más reducida se insertaba dentro de la estructura poligonal ya comenzada. La intención del gobernador Pereda era reutilizar los sillares de la fábrica, pero debido a que no se contaba con mano de obra especializada, se la conservó intacta hasta la aprobación de la propuesta del nuevo diseño. En el interín, Isava fue designado a la isla de Trinidad, donde también fue comisionado el ingeniero Esteban Aymerich. Este último, al pasar por Cumaná, también se sumó a las consultas, y consideró que las obras se podían continuar conforme a lo planeado.

Por otro lado, en abril de 1787 se embarcó rumbo a Venezuela el ingeniero Fermín de Rueda para asumir la Comandancia de Ingenieros de Caracas. Solo permanecía en la provincia el ingeniero Andrés González Dávila ocupado en otras obras. Una de las primeras tareas que Rueda debió asumir fue revisar la propuesta de Casimiro Isava. En el mes de mayo de 1787, sin conocer el dictamen de Ventura Rodríguez, Fermín de Rueda le comunicó al gobernador que detectaba ciertas anomalías en esta. Dado que Isava seguía en Trinidad, y no contaba con “otro oficial del cuerpo a quien encargarle la corrección de los expresados defectos” (Duarte, 1972, p. 47), sugirió ocupar al ingeniero voluntario Joseph Joaquín de Pineda. No obstante, según un manuscrito del Capitán General, los planos de la iglesia acompañados del informe de Ventura Rodríguez, se le habían entregado al ingeniero Andrés González Dávila (Guillelmi, 1787, fol. 322). Esto lleva a suponer que Pineda no satisfizo la petición.

Por su parte, en julio de 1788, Isava regresó enfermo a Cumaná, para retornar al año siguiente a Trinidad, con lo cual las obras siguieron en espera. Dada la designación del gobernador Pedro Carbonell en 1789, se reactivó el proceso. En diciembre de ese mismo año, Rueda envió una misiva a Isava donde solicitaba su opinión sobre la obra y el estado del terreno (Rueda, 1789, fol. 125). Un mes después, le encomienda al ingeniero Juan Bautista Casasola, transferido a Cumaná (Guillelmi, 1790a, fol. único), el ajuste del proyecto. Casasola debía entonces inspeccionar la fábrica, levantar planta y alzados para reformular la propuesta. Por su lado, Isava volvió una vez más a Cumaná (Guillelmi, 1790b, fol. único) y ejecutó las calicatas2 para verificar la condición del suelo. Su respuesta confirmaba sus adecuadas condiciones:

He hallado un fondo igual de arena compacta, limpia, gruesa, mezclada con algún cascajillo menudo, y agua dulce […] Este terreno sobre el que se puede (a mi entender) fundar sin recelo y el mismo que aprueba Belidor en su Ciencia de Ingenieros lib 3º cap 9 y el padre Cristiano Rieguer en el capítulo 1º de las Reglas de Construcción al párrafo 227 [...] (Isava, 1790, fol. 125).

Según Isava, su naturaleza constructiva había contribuido a que persistiese, por casi tres décadas, sin techumbre:

La fenda que Vm. hace mención en su oficio dimanada del violento temblor de tierra del año de 1766 y sus repeticiones puedo asegurarle a Vm que hace quince años cumplidos que llegué a esta ciudad y en el día se mantiene en el mismo estado que la vi en aquel tiempo […], hay algunas otras inmediatas al presbiterio que es preciso mirarlas con atención las que se notaron de resultas del referido temblor de 66 (Isava, 1790, fol. 125).

Aunque Isava observaba algunos defectos menores de diseño, no apreciaba mayores problemas estructurales. También consideraba que la fábrica estaba edificada con buenos materiales. Por consiguiente, concluía que, para economizar, en vez de emplear cubiertas de bóvedas de mampostería, se duplicaran los arcos de ladrillo para fabricar falsas bóvedas de madera, dada la escasez de mano de obra en cantería. Esto pone en evidencia, cómo los ingenieros debieron cabalgar su pericia técnica con estrategias pragmáticas para concretar sus misiones.

En una misiva del gobernador Carbonell dirigida al Capitán General, donde solicitaba acelerar el proceso, le refería que Fermín de Rueda había aprobado el informe de Isava, pero aún no se había revisado la propuesta de Casasola (Duarte, 1972, p. 48).

Rueda se había forjado otra imagen: consideraba que la iglesia debía constar de una nave unitaria, para divisar simultáneamente “todos los altares y presbiterio”, según el Concilio de Trento. Con el fin de economizar, evitaría incluir “los adornos que en estos edificios se acostumbra poner”, además de la cúpula de “media naranja” del presbiterio. Estimaba que los trabajos alcanzarían los 62.061 pesos, pudiendo abaratarse si se implicaba a los vecinos, “aprovechando para ello los días festivos en que puede todo el pueblo acudir”. Para su dirección recomendaba a Casimiro Isava, por ser “sujeto de suficiencia y desempeño” (Duarte, 1972, p. 48).

Gestiones del gobernador Emparan y el ingeniero Isava

Después de la gestión de Pedro Carbonell, se debió esperar la llegada del ilustre gobernador Vicente Emparan, para continuar. Al año de su arribo, remitió un informe al Consejo de Indias donde reiteraba el mal estado de la primigenia iglesia y de la “nueva” en construcción. Según su presentación, la prolongada y negligente suspensión de sus obras obedecía más a pasiones particulares, que a argumentos técnicos:

Los que se opusieron a la continuación de la obra fueron los mismos que la repugnaban desde su principio por parecerles desviada su situación; no haciéndose cargo que con el incremento que iba tomando la Ciudad, no tardaría mucho en ser el centro de ella, como ya lo es en el día desde entonces [...] (Emparan, 1793a, fol. único s.n.).

La iglesia en construcción satisfacía los criterios técnicos, ya que a pesar de los 27 años que había permanecido a la intemperie, no presentaba mayores daños. Emparan atribuía el problema a los que, de manera interesada, se habían opuesto a su continuidad:

Supusieron debilidad en el terreno, y otras causas de puro discurso, dañosamente reflexivas más fecunda en idear dificultades, y inconvenientes, que en facilitar medios, y darles salida. Desgraciadamente es numerosa esta casta de políticos, y aquí abundan más que en otras partes[…] (Emparan, 1793b, fol. 1-9).

Un año después, Emparan reiteró la información, y enfatizó que la verdadera razón de la paralización se basó en los “apasionados informes de algunos vecinos mal contentos con que se colocase algo distante de sus casas” (Emparan, 1794, fol. único s.n.). El 22 de mayo de 1794, el fiscal del Supremo Consejo de Indias ordenó se emprendieran las obras sin demoras, disposición que motivó la emisión de una nueva Real Cédula, suscrita el 27 de mayo de 1794, mediante la cual se autorizaba al Gobernador a continuar la edificación. Empero, un nuevo sismo acaecido el 2 de septiembre de ese año obligó a una nueva inspección, esta vez practicada por el mismo Emparan, con apoyo de Isava, acompañados del obispo Francisco de Ibarra. Según relata el gobernador, el hecho de no encontrar nuevos daños reiteraba el error de haberla interrumpido por espacio de veintiocho años, ya “que nunca hubo motivo fundado para suspenderla” (Emparan, 1794, fol. único s.n.).

Al año siguiente, el Ministro de Indias participaba al Secretario del Consejo de Estado y Superintendente General interino de la Real Hacienda que, según la opinión de Isava, la obra se debía continuar (Ventura de Taranco, 1794) pero no se contaba con suficientes recursos, por lo que en 1796 solicitó apoyo y suplicó que se les “allanaran las dificultades” que habían entorpecido este asunto durante no menos de 31 años (Emparan, 1796, fol. 1-3). Por último, Emparan, junto con el impulso y mediación del presbítero de la iglesia de Cumaná, Andrés Antonio Padilla Morón, reanudó las obras, y concretó importantes progresos en la estructura portante, con lineamientos del ingeniero Isava. A pesar de los avances, en 1803 aún no se había concluido, como indica la emisión de otra orden, donde se le solicitaba informar sobre la obra y de los medios requeridos para su conclusión (Emparan, 1803, fol. único s.n.).

Devenir en los siglos XIX y XX

Durante los años subsiguientes, la obra siguió inerte. Emparan fue designado capitán general de Venezuela en 1809, y fue reemplazado en la gobernación por Juan Manuel de Cagigal. El edificio, en fase avanzada de construcción, aunque sin cubierta, cerramientos y pavimentos, quedó nuevamente desamparado por falta de fondos (Arquidiócesis de Cumaná, s.f.). La estructura logró sobrevivir como hospital, caballerizas y depósito de mercancías durante las guerras de independencia. En 1853 otro sismo comprometió de nuevo a la estructura. En 1893 se decidió reutilizarla y readecuarla como teatro, pero las obras avanzaron lentamente hasta su suspensión definitiva en diciembre de 1898, en medio de la guerra civil que asolaba al país (Ramos Martínez, J.A. 1924, p. 5).

Así, permanecerá en abandono, hasta la creación de la Diócesis de Cumaná, el 12 de octubre de 1922, mediante la Constitución Apostólica Ad munus ab Unigenito de Pío XI (Guevara Carrera, 1930, pp. 151-155). Entonces, en 1923, el primer obispo Monseñor Sixto Sosa decidió rescatar la vocación primigenia del lugar y reutilizar la accidentada estructura devenida en teatro, para convertirla en la nueva sede catedralicia de Cumaná (Figura 1); acción que enmendó la deuda histórica emprendida en el siglo XVIII. El 2 de febrero de 1928 se consagró la estructura existente y se reanudaron las obras para su terminación y adecuación como catedral (Figuras 2 y 3).

Figura 1: La fábrica en obras antes de construir la cubierta (circa 1923). Fuente: González Bruzual, 1990.

Figura 2: Consagración de la fábrica para servir de catedral (2 de febrero de 1928). Fuente: González Bruzual, 1990.

Figura 3: Reinicio de las obras de la ”nueva iglesia parroquial” (circa 1928). Fuente: González Bruzual, 1990.

No obstante, un sismo ocurrido el 17 de enero de 1929 (Centeno Grau, 1929, p. s.n.) embistió contra el inmueble, que definitivamente terminó por colapsar (Figura 4). Al año siguiente, el 3 de junio, el obispo Sixto Sosa impulsó la construcción de una nueva iglesia con un nuevo proyecto historicista del arquitecto Erasmo Calvani, y el apoyo del religioso y constructor Enrique Brekelmans, quien colocó la primera piedra sobre el mismo lugar. La catedral finalmente se concretó entre 1941 y 1945, y fue inaugurada el 3 de febrero, en el sesquicentenario del natalicio de Antonio José de Sucre, casi dos siglos después de haberse iniciado la fábrica precedente. Se conserva solo de aquella el espíritu neoclásico y racional del siglo XVIII, que inspirara a los ingenieros militares en su concreción (Arquidiócesis de Cumaná, s.f.).

Figura 4: La fábrica en ruinas después del terremoto de 1929. Fuente: González Bruzual, 1990.

Conclusiones

La construcción de la iglesia parroquial de Cumaná, que debió devenir en su Catedral a raíz de la fundación de la Diócesis en 1922, representa un excelente caso de estudio. Constituye un caso ejemplar de los diversos criterios que puede suscitar una obra ante las variables de diseño. También es muestra de los bemoles que se pueden tejer de forma circunstancial, en torno a ella, por razones naturales, personales, políticas, económicas y urbanas.

Los diversos ingenieros manifestaron disparidad de criterios entre continuar la obra, efectuando los correctivos necesarios en las fundaciones y consolidando las grietas, o paralizar y emprender un nuevo proyecto. Hacia lo primero se inclinaron al inicio Bartolomé Amphoux y Miguel Marmión, y más tarde, Esteban Aymerich, quienes consideraban que las grietas aparecidas se podrían consolidar.

Hacia el segundo punto se manifestaron Juan Antonio Perelló y más tarde Casimiro Isava. El gobernador, influenciado por el informe del arquitecto Ventura Rodríguez, apela a Isava, quien le presenta un nuevo proyecto pero de menor dimensión e inscrito en la traza poligonal de la construcción ya iniciada, lo que permite la reutilización de materiales. Sin embargo, al no satisfacerle el proyecto al comandante de ingenieros Fermín de Rueda, le encargó estudiar la cimentación efectuada y prosiguió a solicitar otros proyectos a Juan Bautista Casasola, a Joaquín de Pineda y a Andrés González Dávila. Todos ellos se enfocaron más en rediseñar la iglesia en atención al rigor formal y espacial del Neoclasicismo, que en enmendar los problemas estructurales y constructivos de lo iniciado.

No obstante, Isava, que continuó activo en apoyo del gobernador Emparan, al profundizar en estudios de campo, develó que ni la cimentación efectuada tenía problemas de origen, ni los agrietamientos causados por el sismo eran tan graves como para desahuciar la fábrica, lo que confirmaba que, a los aspectos técnicos, se habían sumado los intereses personales de las autoridades y vecinos, que no deseaban que la nueva iglesia se construyera lejos de sus propiedades, porque a la larga estas se depreciarían.

Además de los aspectos de índole técnico, el caso constituye un excelente ejemplo de cómo los trámites burocráticos, y por qué no, de la negligencia de ciertas instancias de poder y de los intereses particulares, domésticos y profesionales, a veces se mezclan para la obstrucción de los proyectos y obras; en este caso sustentado en los problemas de índole estética y técnico constructiva.


Notas

1. 1. Se denomina lado de la epístola al espacio interior de la iglesia donde se leían las epístolas (cartas) canónicas en la liturgia. Ubicado de cara al altar mayor, el lado de la epístola se encuentra a la derecha.

2. 2. Las calicatas son excavaciones para el estudio de suelo y uso de enólogos y agrónomos para plantar vid.

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Como citar este artículo

Pérez Gallego, Francisco Alfonso (2024). Contribución de los ingenieros del Real Cuerpo en el largo proceso de la fábrica de la Iglesia Matriz de Cumaná, Venezuela. Anales del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas "Mario J. Buschiazzo". 54(1). Recuperado de . Fecha de acceso:


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