Anales del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas
"Mario J. Buschiazzo"
Volumen 54 - Número 1 - Enero / Junio 2024

Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo.
Universidad de Buenos Aires.

Artículo

El Corpus Christi en los poblados guaraní de la provincia jesuítica del Paraguay. Ritualidad y festividad en un escenario de diversidad cultural.

Corpus Christi in the guaraní settlements of the jesuit province of Paraguay. ritual and celebration in a cultural diversity setting.

Carlos A. Page *

https://orcid.org/0000-0003-4708-5243

* Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), (República Argentina).

Es arquitecto y doctor en historia, con postdoctorado en el CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) con una beca de la Fundación Carolina de España. Es investigador independiente del CONICET y docente de posgrado en la Universidad de Buenos Aires y Universidad Nacional de Misiones. Es miembro del Consejo Científico de la Société Internationale d´Estudes Jésuites (SIEJ) con sede en la École des Hautes Études en Sciences Sociales, París. Publicó más de 300 artículos en revistas especializadas y de divulgación en América y Europa. Además de unos 40 libros, fundamentalmente sobre la temática jesuítica. Web: https://www.carlospage.com.ar/

Los Cerrillos 911. Alta Gracia, Córdoba. República Argentina. Correo electrónico: capage1@hotmail.com

Este artículo forma parte del proyecto de investigación CONICET titulado “El espacio público en los poblados guaraní cristianos y tutelados por jesuitas. Arquitectura y urbanismo festivo”.

RECIBIDO: 5 de octubre de 2023.
ACEPTADO: 25 de octubre de 2023.


RESUMEN

Son varios los enfoques desde donde podemos abordar la popular festividad eucarística del Corpus Christi. El artículo se inclina por el arte festivo, sin soslayar todo lo que conlleva esta fiesta especial en los poblados tutelados por jesuitas, donde se creaba para la ocasión un escenario de marcada heterogeneidad, que en cierta forma lo diferenciaba de otro tipo de núcleos urbanos. Los tradicionales arcos de follajes, flores y pájaros cortando calles pavimentadas con esteras, son algunos de los elementos comunes en América que se pretenden narrar a través de documentos y relatos de contemporáneos y que reafirman el sincretismo de estas comunidades que dejaron testimonios del tridentino, a pesar de ubicarse en un rincón remoto del mundo. Se enfatiza en esta complejidad, en la participación exclusiva de los guaraníes, significativamente permeables al cristianismo impuesto por los jesuitas con su marcada empatía por la otredad.

Palabras clave: Corpus Christi; reducciones jesuíticas; fiesta; arte efímero; provincia jesuítica del Paraguay.
Referencias espaciales y temporales: Virreinato del Perú; Argentina; Paraguay; Brasil; siglos XVII Y XVIII.

ABSTRACT

The popular Eucharistic festivity of Corpus Christi can be approached from various angles. We are inclined towards festive art, without ignoring all that this special feast entails in the towns under the tutelage of the Jesuits, where a markedly heterogeneous scenario was created for the occasion, which to some extent differentiated it from other types of urban centers. The traditional arches of foliage, flowers and birds decorating streets with mats are some of the common elements in America that we intend to narrate through documents and contemporary accounts, reaffirming the syncretism of these communities, which have left testimonies of the Tridentine tradition despite being located in a remote corner of the world. We seek to emphasize this complexity on which we focus, highlighting the exclusive participation of the Guarani, significantly permeable to the Christianity imposed by the Jesuits with their marked empathy for otherness.

Key words:  Corpus Christi; Jesuit reductions; feast; ephemeral art; Jesuit province of Paraguay.
Space and time references: Viceroyalty of Peru; Argentina; Paraguay; Brazil; 17th and 18th Centuries.


Introducción

La festividad del Corpus Christi celebra la Eucaristía y se realizaba el jueves posterior a la solemnidad de la Santísima Trinidad, que a su vez tiene lugar el domingo siguiente aPentecostés. Deviene de la Última Cena, cuando Jesús convirtió el pan y el vino en su cuerpo y sangre, es decir: la transubstanciación. Comenzó a practicarse a partir de las visiones de la mística agustina, santa Juliana de Lieja, (1193-1258), quien las sometió al juicio del obispo de Lieja, Roberto de Thourotte, que luego instituyó la fiesta en su diócesis. Se sumaron otros religiosos, como el archidiácono de Lieja,  quien más tarde ocuparía la silla de San Pedro con el nombre de Urbano IV, y formalizaría la celebración con la bula Transiturus de hoc mundo de 1264. La solemnidad fue extendiéndose con el tiempo, hasta que trascendió en una de las sesiones del Concilio de Trento (1545-1563), "que promovió entre otras cosas, las peregrinaciones y procesiones, particularmente la del Corpus”1 llevada a cabo por calles y lugares públicos con el boato triunfal sobre la herejía protestante. A partir de entonces se convirtió en el acontecimiento más relevante del ciclo litúrgico. Esta festividad fue determinante en la construcción de las custodias procesionales (unas de mano y otras monumentales) representativas de micro arquitecturas sacramentales, que se comenzaron a ubicar sobre carros triunfales o en altares efímeros, característicos  de la teatralidad  religiosa del  barroco.2 Pero al principio y ante la carencia de custodias, se usaba un humilde cáliz, aunque llevado bajo un palio (Leonhardt, 1929, p. 92).3

En España se vivía un tiempo marcado por una sociedad profundamente sacralizada, donde cualquier excusa era motivo de festejos sin condicionamientos en los fuertes estratos sociales existentes. Estas prácticas se materializaban en la procesión, donde se enfatizaba la disposición de jerarquías estamentales que marcaban la desigualdad social imperante.

La procesión del Corpus se trasladó de forma temprana a las colonias americanas. Brachetti (2005, pp. 105-106), quien sigue a Garcilaso de la Vega y al jesuita José de Acosta, marca la coincidencia de la festividad cristiana con la dedicada al dios Sol Intij Raymi, donde todos los habitantes del imperio acudían a una procesión encabezada por el sacerdote y, en la cual desfilaban los habitantes llevando sus malkis (momias), detrás su ayllu (linaje del finado), sus wayqes (estatuas que representaban a los muertos) y sus qonopas (deidades lares que protegen los hogares). En medio de danzas y representaciones o cantares, se sacrificaban cien carneros y guanacos. La celebración finalizaba con un banquete que ofrecía el rey inca.

Muchos otros ejemplos hacen referencia al sincretismo religioso, hoy cuestionado por sectores que no lo aceptan, pero que no fue más que una transferencia de nombres y prácticas tradicionales. Los españoles reemplazaron al sacerdote pagano, los malkis, wayqes y qonopas, por imágenes de santos y mantuvieron la música, danzas y representaciones, además del banquete final, como si se tratara de su propia fiesta.

Primeras expresiones en los poblados jesuíticos del Guaira

En las reducciones del Paraguay la festividad se presentó con algunas diferencias a las peninsulares; sobre todo en la pompa de origen pagano como la tarasca, acompañada por danzantes gigantes y cabezudos, tan populares en Sevilla, Madrid y Valladolid. En las reducciones no participaban las autoridades civiles y eclesiásticas, ni otras órdenes religiosas, mucho menos el Tribunal del Santo Oficio, aunque sí persistió la procesión, con la música y danzas, como contribución a darle un carácter entretenido al acto solemne. En España eran las danzas de sarao o de cuenta, de vinculación cortesana; y las populares de cascabel, con variedad y compleja narrativa. En los pueblos del Paraguay, según los inventarios de la expulsión, había una notable cantidad de instrumentos musicales, trajes e incluso partituras de una ópera (Brabo, 1872, XXXIV).

Las primeras noticias documentadas que obtenemos nos señalan que en San Ignacio del Paraná se llevó a cabo esta celebración por primera vez. Así lo manifestó el provincial Diego de Torres en un documento de 1613 al señalar que un año antes la habían realizado con una procesión:

[...] cõ muchos arcos, y otras cosas deuer, q los adornaua, colgãdo, en lugar de tapices, y paños de oro y seda quãtas menudencias tiene de sus cocechas, y muchos animales y caza del Campo, Papagayos, Auestruzes, Ch([r]) (y)rchinchos, trayedo asta los peces de los Rios, aque siruiesen en esso asu Criador, y al aparato de su fiesta añadiendo aesto fuegos, flautas, y otros juegos, y escaramuças, yla aficion cõ q acudian aesto, y a layglecia era mui grãde, y muchode estimar ē gēte tã nueua ē lafee (Leonhardt, 1927, pp. 164-165).4

Diego de Torres resalta que la procesión contenía sentimientos religiosos donde la suntuosidad quedaba reducida a sus humildes pertenencias, con mayor importancia del “aparato” festivo. El traslado y consumo de la hostia consagrada, que representaba el Cuerpo de Cristo, debe haber causado algún efecto en una cultura aún no suficientemente cristianizada, que le recordaría su carácter antropófago.

Hay que insistir en la nocion de “pobreza”, pues esta referencia es constante y repetitiva y  muestra la realidad de aquellos poblados a pesar de su piedad y devoción. A propósito, el provincial Torres escribe: “El tabernáculo o trono de exposición lo fabrican ellos con plumas y papel de colores. Los tapices son esteras tejidas de junco, que colocan en las paredes. Las imágenes las más de las veces son láminas de papel” (Leonhardt, 1927, p. 462).5

A los pocos años esta situación mutó en la misma reducción de San Ignacio, posiblemente por encontrarse sus habitantes más preparados para los misterios de la fe y más animados, por lo que fueron a:

[...] adereçar y componer bien las calles, tomaronlo muy bien haciendo sus arcos y adereçandolos con mil invenciones poniendo en ellos quantas comidas se crian en sus casas y chacaras, que truxeron hasta sus canastillos, colgaron algunos, y alguna buena India piadosa […] colgo los ovillos desu ilado que sin duda se dio nro señor por también servido de ella como de los que cuelgan brocados y telas e hicieren sus danças […] los trages y galas de los danzantes es lo que mas causa admiración porque con colores y plumas pintan mil libreas e invenciones ensu cuerpo a costa de muy poco o ningún hilo oseda. El santisso sacramento iba en vn calis dorado por falta de custodia debajo del palio nuevo (Leonhardt, 1929, p. 92).6

Además del ornato urbano, las procesiones estaban signadas por manifestaciones propias, como las danzas que solo ejecutaban niños y adultos varones, y que fueron cambiando lentamente de las originarias guaraníes a las peninsulares, como también se reemplazó gradualmente por el uso de pinturas corporales.

En el poblado de San Nicolás, por verse a los indígenas más adelantados en la doctrina, se introdujo en la procesión:

[...] una hermosa custodia de plata sobredorada que se llevó del Peru y los indios estimaron en mucho, y con la curiosidad y devoción que entre año se sirven las fiestas y culto divino ha començado a florecer una grande estima y veneracion deste augustisimo sacramento (Maeder, 1990, p. 151).7

Como señala Bohn Martins (2006, p. 202): “É digna de atenção nos casos destacados a precoce relação estabelecida entre la participação dos índios nos rituais da festa e sua conversção. Isso com mais razão se consideramos as que tratam de registros da primeira comemoração”.

Descripciones de algunos contemporáneos

Sobre la festividad del Corpus no solo se encuentran descripciones en las Cartas Anuas, sino que hay evidencia de varios relatos de contemporáneos, tanto del siglo XVII como del XVIII, entre estos últimos los expulsos e incluso laicos. También del XIX son valiosos los aportes de Brabo y Hernández que, según los relatos contemporáneos, hacen referencia a los inventarios de las temporalidades.

El conocido historiador y biógrafo aragonés Francisco Jarque, que fue jesuita, aunque dimitió en 1637, estuvo en la región entre 1628 y 1640. Tras un breve paso por Sucre y Potosí regresó a España, y allí publicó diversas biografías, algunas de las cuales fueron incluidas en un libro que en su última parte se refiere extensamente a las celebraciones del Corpus en las reducciones. Jarque señala el esmero de cada pueblo en arreglar las calles y la plaza para la procesión que se hacía después de la misa, al atardecer, con elementos diferentes a los usados en la opulencia peninsular. Por ejemplo, los tan mencionados arcos triunfales,8 que en la península  estaban a cargo de los gremios, aquí eran realizados por los caciques barriales:

Formanse vnos como arcos triunfales, distantes entre si diez, ó doze passos, y vnen el vno con el otro curiosos enrejados, que todo se forma de cañas, y maderas bien labradas, y pintadas. En el preeminente lugar de cada arco, se ve alguna Imagen de talla, ó pincel, á que acompañan otras de menor porte, y el resto del arco, y enrejados se componen en lugar de colgaduras, con las aves mas hermosas, y exquisitas (Jarque, 1687, p. 350).

No solo eran aves lo que ataban a los arcos, también se incorporaban otros animales vivos, desde los domésticos, como peces ubicados en grandes fuentones de agua, hasta “los animales más exquisitos, y a veces las fieras más bravas” que salen a cazar los días previos. Además agregaban frutas, raíces, semillas y legumbres. Sumado a esto, las mujeres amasaban con harina de trigo, maíz y mandioca: “numerosa variedad de curiosidades, que cocidas en el horno ayudan”, y que luego se colgaban en los arcos junto con quesos, un cuarto de vaca y otros comestibles (Jarque, 1687, p. 350).

En las calles por donde pasaba la procesión se disponían esteras, alfombradas con hierbas y flores donde se colocaban semillas, con la creencia de que crecerían mejores al pisarlas el sacerdote que lleva el Santísimo. Además, el aire del poblado estaba impregnado de fragancias de diversas especies aromáticas. 

Todos acompañaban la comitiva de la cruz procesional con pendones, estandartes, palios, coros y variados instrumentos musicales. Resaltaban también las danzas, y sobre ellas escribe Jarque que había “mucha variedad de danças, casi todas a lo Español, qual, ó qual á su vsança Indica” (Jarque, 1687, p. 350-351).

En este marco aparecen sencillos altares, generalmente en las cuatro esquinas de la plaza (Figura 1):

[...] no lleno de plata, y oro, pero compuesto muy decente, con pinturas sagradas, y Santos de talla, gradas, y otras obras de escultura, doradas, y estofadas, que acompañadas de ramos, y flores de mano, y naturales, mueven no menos á devocion que el aparato mas costoso (Jarque, 1687, p. 351).

Figura 1: Detalle del plano de Candelaria. Las cruces colocadas en los cuatro ángulos de la plaza eran los sitios donde se levantaban los altares y colocaba al Santísimo Sacramento. Fuente: Jarque, 1687, p. 351.

En ellos se detiene la procesión, mientras: “los mas selectos Musicos cantan alguna letra del misterio. Despues una danza espaciosa, á vezes con algun breve coloquio alegran los niños, y enternecen a sus padres” (Jarque, 1687, p. 352).

Como indican los decretos pontificios, el sacerdote encabeza la procesión; detrás de él y bajo un palio cargan la custodia u ostensorio, con la hostia consagrada (Figura 2). La misma es llevada por el consejo indígena “con su Corregidor, que se compone de los Alcaldes, Alguaziles, Fiscales de Doctrina, Procurador del Pueblo, y Mayordomos de enfermos, Maestres de Campo, Sargentos Mayores, y Cabos Reformados de Milicia” (Jarque, 1687, p. 351). Siguen las congregaciones que llevan cada una su estandarte y otras insignias además de su titular en andas. Sobre ellas, menciona Jarque (1687, p. 351), que se ordenaban: “primero la de la juventud, y vltimo lugar la de los varones ya ancianos, en que se cuentan los Caziques, Capitanes”. Hernández (1913, p. 314) agrega que la primera congregación era la de San Miguel (Figura 3) y la última la de la Santísima Virgen, donde se ubicaban los caciques, capitanes y personas virtuosas del pueblo.

Figura 2: Restos de la puerta del sagrario, a modo de custodia, de la iglesia del pueblo de Corpus Christi que se incendió en 1817 y que actualmente se conserva en una casa familiar en Loreto, Corrientes (Argentina). Fuente: fotografía del autor (2016).

Figura 3: San Miguel procesional. Madera tallada y policromada de 77 cm de alto. Data del siglo XVII, antes de la desafortunada intervención de 2005-2006. Repositorio: Museo de San Ignacio Guazú.

Por último, cerraban la procesión las mujeres. Se sumaban también algunas compañías de soldados con todas sus insignias, cajas y clarines que, cuando se les indicaba, hacían salva y batían sus banderas.

Jarque destaca por sobre todas las cosas la devoción de los indígenas, el orden, el silencio y las aseadas vestimentas.9 Al concluir la procesión los jesuitas recogían los comestibles que habían quedado en las calles y en la residencia los repartían entre los feligreses enfermos y necesitados (Jarque, 1687, pp. 350-352).

El P. Oliver también describe esta fiesta, sumado a lo ya mencionado por Jarque respecto de la procesión y el estandarte real, donde existieron participantes del propio pueblo y visitantes extranjeros que oficiaban en calidad de observadores. Oliver brinda una larga lista de animales de la región que se mezclan en la procesión e insiste en que los miembros del:

[...] Cabildo ricamente vestidos lleban el Palio, asisten todos los monacillos, acompañan unos muchachos vestidos de Angeles con candeleros en la mano y los danzantes que vailan delante de el Señor acompaña toda la Musica y todo con tanto orden, que mueve y respira devocion: y es todo argumento de la viva fee de aquellos pobrecitos, que no puede mirarse sin derramamiento de lagrimas (Oliver, s/f, f. 27-28).10

En otras descripciones dos prestigiosos historiadores europeos escribieron sobre las reducciones en tiempos de su mayor esplendor: uno de ellos es el sacerdote italiano Ludovico Antonio Muratori, considerado el padre de la historiografía italiana. Su voluntad de escribir esta obra se debe a la información que obtuvo, sobre todo, de los PP. Cattaneo, Contucci y Orosz, y alguna bibliografía por entonces conocida. Su obra se divide en dos partes, aparecidas en 1743 y 1749, con ediciones posteriores (Geoghegan, 1960, pp. 276-296) y en castellano recién en 1997. Su trabajo fue tan difundido que el papa Benedicto XIV11 se refiere a la fiesta del Corpus en las reducciones del siguiente modo:

Graecis longe feliciores Christiani in Paraguai, quorum quanta sit pietas in Festivitate et Processione Corporis Christi, haud facile quisquam legerit, quin intimo suavique animi sensu tactus commoveatur. Id optime exponit Ludovicus Antonius Muratorius in relatione de Missionibus Paraguai anno 1743. edita cap. 15.12

En la primera parte del capítulo XV que se titula “Delle Feste principali di que novelli Cristiani, e della maniera dì celebrarle” Muratori sigue a Jarque, pero destaca:  

Ancorché per la loro povertà non usìno apparati se non villarecci, contuttociò li dispongono con tal ordine, varietà, e proporzione, che anche in Europa cagionerebbono meravìglia, forse non inferiore aquella, che esigono le nostre tapezzerie, pitture, ed argenti13 (Muratori, 1743, pp. 73-78).

El segundo historiador europeo que escribió sobre las reducciones en tiempos de su mayor esplendor fue el jesuita francés Pierre-François-Xavier de Charlevoix. Pierre-François-Xavier tampoco estuvo en la región, pero su obra (1757) impresa en seis tomos en lengua francesa, contó con traducciones al latín de Domingo Muriel, quien le agregó un tomo en 1779, y al castellano de Pablo Hernández (1910-1919), ambos con sustanciales aportes críticos. Este autor, también se ocupa de la festividad y aunque no lo nombra, sigue a Jarque. Sí hace referencia a Jorge Juan y Antonio de Ulloa. Cabe destacar del autor francés la alusión a la pobreza. “Puede decirse que sin emplear en ella riqueza ni magnificencia, forma un espectáculo que en nada cede á cuanto en otras partes se ve, por espléndido y magnífico que sea” (Charlevoix, 1912, p. 88).

De las citas al marinero Jorge Juan y del científico Antonio de Ulloa, Charlevoix resalta “que los danzantes llevan trajes muy pulcros y que la pompa iguala a la de las mayores ciudades; pero viéndose aquí más decencia y devoción”. Agrega más adelante que: “Por la noche hay fuegos artificiales, cosa que se hace asimismo en todas las grandes solemnidades y en los días de regocijos públicos”. Pero “de todo se privan estos neófitos”, y continúa: “con el mayor gusto con tal de no carecer de esta diversión, y sus actos públicos no son inferiores á los de las mayores ciudades de España, ni por su orden, ni por la competencia y destreza de quienes los preparan” (Charlevoix, 1912, p. 90).

Por su parte, los autores de la Relación Histórica, Juan y Ulloa, dedican otras varias páginas a las misiones guaraníticas, donde escriben:

[...] se hacen las Procesiones publicas; entre las quales se particulariza la del Corpus, à que acompañan el Governador, Alcaldes, y Regidores con las galas reservadas para tales Dias, y las Milicias en Cuerpo de Tropa, quedando para alumbrar la demas Gente, que toda và con buen orden, y mucha reverencia. Disponense para ella Danzas muy lucidas […] para las quales hay tambien Vestidos muy costosos, y galanos, no echandose menos nada de lo que hace majestuosa (Juan y Ulloa, 1748, pp. 233-234).

Podría cuestionarse que se usaran fuegos artificiales como dice Charlevoix, por lo difícil de conseguirlos. También parece cuestionable que asistiera el Gobernador como mencionan Juan y Ulloa, aunque podría referirse al corregidor indígena.

Relatos de dos jesuitas expulsos

Finalmente, se presentan los relatos de dos expulsos, los PP. Juan de Escandón (1696-1772) y José Cardiel (1704-1781), que escribieron sus impresiones a mediados del siglo XVIII, en distintas circunstancias, pero con el denominador común de que fueron testigos directos. Escandón escribió una carta en 1760 al P. Andrés Burriel, historiador y profesor del Colegio Imperial de Madrid. Aquel se encontraba en Europa como procurador y estaba en Madrid desde donde redactó este texto sobre diversos temas de las reducciones, entre ellos la fiesta de Corpus, que infundía notable devoción, y agregó que tres o cuatro días antes comenzaban los preparativos donde los hombres se ocupaban de cazar animales, como de limpiar y adornar la plaza. Lo hacían:

Con ramas de árboles, de que forman una bien ancha calle, alrededor de toda la plaza, y a uno y otro lado ponen lo más precioso que tienen en sus casas que todo es de una pobreza, pero todo lo sacan para adorno del camino, que ha de llevar al Señor (Furlong, 1965, pp. 99-100).

Repite cómo los indígenas sacaban sus sacos de semillas para que al paso de la procesión sean bendecidos. También menciona los cuatro altares adornados de la plaza:

[...] nada ricos pero muy aseados y bastamente vistosos y decentes para poner allí al Señor; cuando allí llegue. Cuántos pájaros y animales particulares cogen, aquéllos días en el campo, los llevan vivos o muertos a la plaza para ponerlos en su ramada aun al pie de cuatro altares (Furlong, 1965, p. 100).

A estos altares llegaría la custodia que era presidida por dos niños que esparcían por el camino algunas flores naturales o artificiales, porque efectivamente escaseaban para la estación otoñal. Al respecto escribe Escandón:

[...] las flores que esparcen son todas o las más, no naturales sino artificiales y hechas a fuerza de fuego de una cierta especie de maíz blanco, que allí llaman abatí pororó, cuyos granos puestos a tostar revientan y se abren en una especie de flor, algo semejante a nuestros jazmines (Furlong, 1965, p. 100).

La procesión que giraba en torno a la plaza se detendría en estos cuatro altares y allí se interpretaba música y baile de danzantes que ya para esta época “van éstos vestidos y calzados a la española y sin ponderación ninguna, lo hacen tan bien como lo hicieran los más diestros danzantes acá en España” (Furlong, 1965, p. 100).

Por su parte el P. Cardiel, cuyo texto fue publicado por el P. Hernández (1913, p. 566) reafirma varios detalles, como que en esa calle ubicada alrededor de la plaza se colocaban los arcos con ramas, flores y pájaros como loros, además de monos y venados, que ataban al mismo y sobre el cual colocaban una imagen de algún santo. En cuanto a los altares de las esquinas de la plaza, Cardiel escribe que: “á los cuatro ángulos, adornan cuatro capillas con sus chapiteles muy aderezados, con muchos frontales y otras alhajas de la iglesia”.

La celebración comienza con la misa y luego la procesión donde todos pasan del templo a la plaza:

sale el Preste con su custodia (que es vistosa y rica), al sonoro y devoto estruendo de cuantos instrumentos hay en el pueblo: violines, arpas, bajones, clarines, tambores, tamboriles y flautas. Van siempre dos acólitos con ricos roquetes y sotanas, incensando con dos incensarios de plata, y otros con una vistosa cestilla llena de flores, echándolas por toda la procesión á los pies del sacerdote (Hernández, 1913, p. 566).

Continúa Cardiel:

la primera capilla, ponen la custodia en el altar inciensan, cantan los músicos alguna devota letrilla y el versículo y el Preste su oración. Luego se sienta delante de la capilla en una rica silla de las tres que sirven para las vísperas solemnes, que por lo común son de terciopelo carmesí con galones de oro y los Cabildantes y Cabos con sus vestidos de gala, en los asientos correspondientes (Hernández, 1913, p. 566).

Es el momento donde aparecen los ocho o diez danzantes delante del Santísimo vestidos de ángeles o de naciones:

diez de asiáticos con cazoletas de incienso de su tierra, y en ellas un grano grande como una nuez en cada una para que dure toda la danza. Puestos de hilera, comienzan á incensar al Señor, con reverencias hasta el suelo, al uso de su tierra: y al mismo tiempo cantan Lauda Sion Salvatorem14 y con bellísimas voces, que casi todos son tiples. Esto lo cantan despacio, al compás de la incensación. Repiten todos más apriesa, danzando y cantando, y prosiguen dos ó tres mudanzas. Cantan segunda vez dos de ellos quantum potes tantum aude15 etc, incensando y cantando con pausa, y repiten todos lauda sion salvatorem etc., danzan y cantan más apriesa. Con este orden van cantando todo el sagrado himno. Al fin van de dos en dos sucesivamente al altar, con muchas vueltas y genuflexiones y dejan allí delante en orden todas sus cazoletas con sus pebetes.

Otra vez salen cuatro Reyes, que representan las cuatro partes del mundo, con sus coronas y cetros, y un corazón de palo oculto pintado en el seno. Estos suelen ser tenores, y traen el traje correspondiente á su país ó región. Pónense en fila delante del Señor: y con gran gravedad cantan el Sacris solemniis16. Acabados estos primeros versos, danzan algunas mudanzas con majestad de Reyes. Paran, y vuelven á cantar los segundos, y vuelven á danzar sus mudanzas. Al fin van los dos primeros al Santísimo con grandes reverencias: danzan, y allí ofrecen la corona, y vuelven por el mismo orden de vueltas á sus compañeros. Estos van del mismo modo, y ofrecen del mismo modo. Después de alguna mudanza, vuelven los primeros, y ofrecen los cetros: y después de otra, arrancan á un tiempo el corazón y con él en la mano, con festivas vueltas y reverencias le ofrecen á aquel Señor, dejando allí corona, cetro y corazón (Hernández, 1913, p. 566).

De allí, la procesión continúa hacia las demás capillas, donde se repite lo realizado en la primera, se marcha en silencio y absoluta devoción: “y sobre todo, va la música repitiendo el Tantum ergo17”, en medio del repique de campanas y los instrumentos de viento, cuerdas y percusión. Al final: “se van á prevenir su convite, que este día es grande” (Hernández, 1913, p. 567).

Algunas recomendaciones restrictivas de los superiores

La fiesta del Corpus fue la más importante en la América colonial, como lo era en España, representando uno de los cimientos del catolicismo. En ella, la procesión constituía la afirmación del rango de poder y estatus dentro del disciplinado orden social, aunque al promover un ambiente festivo daba lugar a “manifestaciones populares”. Algunas de esas manifestaciones no fueron aceptadas y otras fueron soportadas hasta el siglo XVIII para luego ser desterradas. No contamos con referencias que indiquen que dentro de las reducciones se dieran “manifestaciones” como la tarasca, tabernas y tablados en calles, o puestos de venta de diversas cosas. En la península, varias restricciones sobre la festividad se incorporaron a las Leyes de Indias, como por ejemplo las de Felipe III de 1619 (Recopilación, 1681, p. 68). Igualmente sucedió con las prohibiciones de Fernando VI de 1755, o la de su sucesor Carlos III de 1765 (Martínez Gil y Rodríguez González, 2002, pp. 151-175). Dichas disposiciones fueron continuadas por los gobernantes americanos, como el virrey Toledo (Brachetti, 2005, p. 106), quienes se enfrentaron a otra realidad: las idolatrías. En otras palabras, se limitaron algunas prácticas ante la imposición de otros valores con el objeto de fortalecer el orden, coartar las relajadas “manifestaciones populares” y normalizar el espacio público, ayudando para ello el clero y las autoridades civiles.

Buenos Aires reglamentó la festividad del Corpus en los Estatutos y Ordenanzas aprobadas en 1695 e impresas en 1697. Inspiradas en Toledo, recomendaba allí barrer las calles, que los vecinos exhiban colgaduras y adornos en los balcones, que los dueños de las esquinas hagan altares vistosos y que cada gremio (indios, negros y mulatos) asista con una danza acompañada no solo de instrumentos musicales sino también de cohetes. Esta festividad acababa siempre en grandes borracheras que consiguieron que la danza fuera prohibida. En cuanto a la procesión, que era el corazón y acto central de la festividad, era la ocasión de legitimar y afirmar claramente el poder de las autoridades (Caravaglia, 2002, p. 398).

En las reducciones, tenemos noticias de que el general jesuita Noyelle instruyó en 1684 severas disposiciones en cuanto a ciertos excesos en las danzas, de acuerdo a información que le llegó a Roma. Por tanto, estableció que:

1° es que los trajes de los Danzantes, que por más costosos de lo que es razón, y el modo es profano; el 2° es que suelen ser indecentes sus mudanzas, compases y movimientos, practicando todos los que usan los del país, en que hay muchos menos honestos y malos; el 3° es que todos, aun los Provinciales, fomentan y aplauden con demasía las tales Danzas; que en el pueblo de San Nicolás hay un vestido de un Danzante que se hizo de un frontal, o de sus cenefas y caidos, que eran colorados; que habiendo dejado orden el P. Agustín de Aragón para que de estos vestidos, los que fuesen de seda, se compusiesen en forma que sirviesen para vestir a los niños, que alumbran en las Procesiones, y cuando llevan el Viático a los enfermos, no sólo no se ha hecho, sino que se han llevado vestidos nuevos costosos. No pondero estas cosas, aunque lo merecían. V.R. las examine y remedie (Leonhardt, 1924, p. 30).

El aquí mencionado P. Aragón, provincial entre 1669 y 1672, después de una visita a las reducciones, dejó un escrito con instrucciones de lo que considera faltas a reparar, como por ejemplo, que los indios en la noche de vísperas anden: “por todo el lugar con atambor, y flautas cantando el Guahu18 concurriendo hombres, y mujeres en que necessariamente ay riesgo del alma” (Carta del P. Provincial Agustín de Aragón, 18 de julio de 1670), por lo cual las prohíbe  exceptuando aquellas que se hagan delante de la iglesia.

Por su parte y volviendo a los uniformes de las autoridades del Cabildo y vestimentas de los danzantes, (especialmente de seda y paños adquiridos en Londres y Holanda, que se compraban para las fiestas y que tenían un excesivo precio), escribe el general González, al provincial Núñez, el 1° de junio de 1694:

[...] que en adelante no se compre cosa alguna del género para ese efecto; que esto nos parece muy necesario, que así se observe, porque era intolerable demasía, a lo que se había llegado, comprando telas de coste tan excesivo para gente tan humilde y pobre; y que conviene se conserve en toda moderación y modestia, y así confirmo el orden dado, de que en adelante no se compre tela alguna de seda, ni medias de seda, ni sombreros de castor […] Sólo ocurre añadir, que lo que V.R. según me avisan, dejó permitido, que pudiesen comprar paños de Londres y Holanda, y finos de Segovia, tiene los mismos inconvenientes de gasto y profanidad, que las telas de seda, y así se les deben también prohibir (Leonhardt, 1924, pp. 20-31).

Cinco años después el general revocó la orden al entender que la lana, al tener poco uso, se apolillaba y permitió el uso de seda en las vestimentas de los danzantes, aunque recomendando que no sean caras (Leonhardt, 1924, p. 31).

En el siglo XVIII también se acompañó la limitación de algunas prácticas a las que se consideraba fuera del orden establecido. Así el general Tamburini, que en 1713 desecha  las danzas en los colegios, repitió una carta, con una serie de órdenes, entre las que estaban: “13º Que se quiten las danzas, que se usaban el dia de el Corpus“. (carta del Pe Provincial Agustín de Aragón, 18 de julio de 1670).

Es decir que las órdenes provenientes de Roma no se cumplieron debido a una flexibilización necesaria en las costumbres de los sitios que era difícil comprender en Europa.

Conclusión

La festividad del Corpus se celebró fomentada por el Tridentino, siendo en las reducciones del Paraguay donde se festejó desde prácticamente los inicios, aunque con diferencias de las otras ciudades americanas. Estas diferencias eran debido al aporte indígena manifestado en algunos actos profanos como la música, las danzas y el particular aparato festivo que se montaba en los poblados, con un cierto control de la actividad lúdica de la que participaba todo el pueblo. Con la permisividad que caracterizó a la evangelización jesuita, no se perdió oportunidad para hacer de este acontecimiento la exaltación de la Eucaristía como instancia clave para la conversión. Pero esta manifestación cultural, con un fuerte signo identitario, poseía una función social visible en el interés por el orden dentro de la comunidad. Dicho orden era garantizado por medio de la sumisión y obediencia hacia los misterios de la iglesia y los propios jesuitas.

Si bien no era la única fiesta del calendario litúrgico, ésta impartía participación y entusiasmo entre los indígenas, que algunos días antes comenzaban a preparar el escenario de la procesión (momento fundamental del evento), después de la ceremonia de la misa, donde se destacaban los sagrarios y las custodias que presidirían luego la procesión junto a algunas imágenes llevadas en andas.  En la plaza, que se aseaba convenientemente, se trazaba el camino procesional compuesto por una sucesión de arcos. Sobre ellos se colocaba una imagen de talla o pincel y se vestía de follaje, flores, frutas, objetos personales, animales domésticos y salvajes. Todo se construía de ramas y cañas, en tanto la calzada se delimitaba con enrejados del mismo material, con unas esteras en el piso, donde se colocaban semillas para ser bendecidas al paso del Santísimo y con ello, esperar mejores cosechas. Además se colocaban flores silvestres o artificiales, como el maíz inflado que era considerado decorativo.

En las cuatro esquinas de la plaza había cruces que, por la repetida representación en los planos existentes, parece que fueron permanentes. En ellas se levantaban altares floridos con gradas y frontales donde se colocaban alhajas e imágenes de talla. Aquí se detenía la procesión y se colocaba la custodia, en medio de un ambiente incensado. Después de una oración del sacerdote, intervenían los músicos que cantaban alguna letra del misterio y luego aparecían los danzantes, correctamente vestidos, que representaban diversos bailes y cantos españoles como indígenas.

En absoluto silencio y devoción, pero con el repique de campanas y resonar de variados instrumentos, la procesión continuaba su recorrido hasta el próximo altar. A veces iba el estandarte real, luego seguían los caciques con sus refinados trajes de corregidor y de los funcionarios del Cabildo que cargaban la custodia bajo el palio y las milicias con sus insignias, cajas y clarines. Detrás se ubicaban las congregaciones, con sus estandartes que representaban sus titulares cargados en andas, y por último desfilaban las mujeres, aunque también acompañaban niños que llevaban candeleros con velas para iluminar el atardecer.

Al final de la procesión venía el llamado convite o pepy, que era la comida que ofrecían los jesuitas en su casa a los pobladores. Melià y Temple (2004, pp. 213-214) relacionan el convite como rasgo fundamental de la estructura guaraní en relación con el trabajo cooperativo y el fortalecimiento de vínculos. De tal manera que aparecen otros indicadores sobre la devoción de los guaraníes manifestada en la Resurrección de Cristo y de los hombres: un triunfo que encontraba su vinculación con la creencia de la vida inmortal en la “Tierra sin Mal”. La Eucaristía era el inicio y el final del paso a la Resurrección y constituía el banquete terminal que acompañaba la celebración de la alegría, constituyéndose en los festejos más participativos y gozosos de estos poblados.

Evidentemente, asistimos a un sincretismo religioso que se entiende como forma de resistencia al desarraigo cultural de los pueblos originarios y que pervive hasta nuestros días entre las mismas comunidades. En este eclecticismo cultural de religiosidad popular o de mixtura religiosa, conviven dos modelos, donde no se traicionaba su cultura y a su vez se obedecía a sus conquistadores para protegerse de ellos.


Notas

1. La sesión XIII, celebrada el 11 de octubre de 1551, aprobó el decreto “Sobre el Santísimo Sacramento de la Eucaristía”, compuesto de ocho capítulos

2. Los inventarios de las Temporalidades son elocuentes, aunque no hayan quedado testimonios materiales de estas custodias. Por ejemplo, en el pueblo de San Miguel había “una custodia dorada y esmaltada, grande, y pesa diez y nueve libras y media”, en el de Santa María “Una custodia grande de una vara de alto, con sol de oro y varias piedras finas, como asimismo en todo el resto del pedestal”, en San Ignacio Miní se encontraban “dos custodias grandes, sobredoradas” y otra “pequeña” (Brabo, 1872, pp. 183, 583 y 587). Todos los pueblos las tenían y las registraron en el frondoso ítem de “Alhajas de plata”. Pues bien señala Furlong (1993, p. 579) que en todos los pueblos había un taller de platería, incluso registró el nombre del indio Gabriel Quirí, “quien era músico y admirable orfebre”.

3. Carta Anua del P. Oñate, Córdoba, 22/IV/1618.

4. Carta Anua del P. Torres, 2/1613.

5. Carta Anua del P. Torres 12/6/1615.

6. Carta Anua del P. Oñate, 22/8/1618.

7. Carta Anua del P. Boroa, Córdoba 26/7/1635.

8. Una descripción de arcos para esta festividad construidos en México dejó fray Toribio de Benavente Motolinía (2001, pp. 85-97), escribiendo que la calle procesional se dividía en tres partes una central más ancha por donde pasaba el Santísimo con diez grandes arcos y dos laterales más angostas donde circulaba la gente con más de mil arcos. Todo de construcción efímera debidamente decorada.

9. Al publicar los inventarios de las Temporalidades, Francisco J. Brabo escribe en base a ellos y en la introducción, una descripción muy completa de la vestimenta que usaban el corregidor, los alcaldes, regidores, alguaciles, alcaldes de la hermandad, como a su vez el comisario, el maestre de campo y el sargento mayor. No menos brillante, sigue Brabo, eran los uniformes de los cuatro alféreces, los capitanes de infantería y tenientes de caballería. Habla también de un “cabildo infantil” que vestían “lujosos trajes de chillones colores”. Describe a los danzantes, calculando en base a la ropa de los inventarios que llegaban a cien individuos. El resto del pueblo iba con sencillos vestidos de lienzo blanco, contrastando con los que usaban las autoridades. También hace referencia a la ubicación de los personajes en la misa, acompañada por una “orquesta de cuarenta a cincuenta músicos” (Brabo, 1872, pp. XXXI-XXXV).

10. Archivo Romano de la Compañía de Jesús, Paraq. 14, f. 27-28. Oliver: Breve noticia de la numerosa y florida Cristiandad Guarani.

11. De festis domini nostri jesu christi et beatae Mariae virginis.

12. Mucho más éxito que los griegos tuvieron los cristianos en Paraguay, cuya piedad en la fiesta y procesión del Corpus Cristi, no es fácil para nadie leer sin ser movido por el toque de un sentimiento íntimo y dulce del alma. Ludovico Antonio Muratori lo explica muy bien en su informe sobre las Misiones del Paraguay en 1743. Capítulo publicado. 15. (Benedicto XIV, 1767, p. 248).

13. Aunque, debido a su pobreza, no emplean más que una decoración pueblerina, sin embargo, los disponen con tal orden, variedad y proporción, que incluso en Europa causarían asombro, tal vez no inferior al que exigen nuestros tapices, pinturas y platería (Muratori, 1743, pp. 73-74).

14. Lauda Sion Salvatorem es una secuencia que la Iglesia católica usa en la misa de la solemnidad de Corpus Christi y en otras ceremonias dedicadas a la Eucaristía. La compuso Santo Tomás de Aquino tras la creación de la misa de Corpus Domini en 1264.

15. Quantum potes, tantum aude es la primera línea de la segunda estrofa del Lauda Sion compuesta por Santo Tomás de Aquino, alrededor de 1264 para la misa de Corpus Christi y significa: “Pregona su gloria cuando puedas”.

16. Sacris Solemniis es un himno escrito también por Santo Tomás de Aquino para la fiesta del Corpus Christi. La estrofa de Sacris solemniis que comienza con las palabras "Panis angelicus" (pan de los ángeles) a menudo se ha musicalizado por separado del resto del himno.

17. Tantum ergo es la última parte (últimas dos estrofas) del himno eucarístico Pange lingua, escrito por santo Tomás de Aquino.

18. Guahú es el “canto de los indios, aguahú, yo canto boàra, yâra, hába. Amboguahu, hacerlo cantar. Aguahú rái, cantar mal” (Ruiz de Montoya, 1639, p. 128).

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Como citar este artículo

Page, Carlos A. (2024). El Corpus Christi en los poblados guaraní de la provincia jesuítica del Paraguay. Ritualidad y festividad en un escenario de diversidad cultural. Anales del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas "Mario J. Buschiazzo". 54(1). Recuperado de . Fecha de acceso:


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