«El turismo y las ciudades: Puerto Madero y la construcción de la ciudad ´oasis´»
El artículo «El turismo y las ciudades: Puerto Madero y la construcción de la ciudad ´oasis´» de Julieta Barada es un informe presentado para el Centro de Arqueología Urbana (Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo, Universidad de Buenos Aires).
La fotografía incluida ha sido obtenida de la página WEB del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
“Los sitios turísticos equivalen porque no son lugares singulares
sino posibilidades genéricas en un catálogo posible de viajes.
El turismo trivializa los lugares”. (Debord [1967] 2003)
En Arquitectura plus de sentido, Lewkowicz y Sztulwark (2002) plantean una diferenciación entre el concepto de viajero y el de turista: el viajero es quien toma como acción la experiencia, lo que lo convierte en un ente activo, un ente en situación. El turista es quien se traslada a un lugar para ver, para presenciar imágenes que ya han sido codificadas; su campo es entonces el de la escena. El turista, como espectador se encuentra fuera de la escena, la observa sin intervenir sobre la misma, realiza un recorrido automático que no altera el campo y permite dejar tras él exactamente lo mismo que encontró y que de este modo será reiteradamente visto en su plenitud, dado que la escena no es más que una imagen encargada de perpetuarse como tal. En ese sentido, entendemos al turismo como una práctica conformada por la imagen en sí; lo que se ve es lo que está construido a priori para ser visto.
La construcción de esta imagen responde simultáneamente a dos escalas: la local y la global. Por un lado, requiere de elementos particulares que permitan identificar dicha imagen con una cultura, una sociedad o un grupo social y por lo tanto resulte atractiva para el turista. La búsqueda por lo “diferente” y lo “exótico” es sin duda, uno de los grandes motivadores de la industria turística en las distintas partes del mundo; conocer aquello que identifica al lugar que visitamos. Ahora bien, la incertidumbre y temor a aquello desconocido que podría existir en una búsqueda de este tipo, no es un riego que el turista esté dispuesto a correr, y es allí donde interviene la segunda escala de la imagen turística, la global. El control del paisaje por parte de aquellos actores responsables de la materialización de la propuesta (autoridades locales, promotores turísticos, industria hotelera) lleva a que el “factor sorpresa” esté dirigido o pautado por la mirada y la experiencia turísticas. La modalidad de parque temático es la forma en que en los “lugares” se internalizan aquellos valores universales y las conceptualizaciones asociadas (Bergesio y Montial 2008).
El recorrido turístico es el medio que nos permite decodificar las distintas facetas, actores y montajes que componen el catálogo de imágenes configuradas para el mismo fin: existir dentro de un sistema de equivalencias que las legitima y les da valor, no como objetos sino como partes. Cada ciudad posee muchas de estas imágenes que se configuran a su vez como ciudades en sí, ciudades que se superponen como capas a la ciudad real.
Ahora bien, ¿cuáles son esas ciudades? ¿Cuáles son esos modelos pre concebidos que resultan de interés para la industria turística? ¿Dónde está la particularidad que se evalúa desde afuera para extraerse y calificarse dentro de un sistema global?
En este artículo, nos dedicaremos a desentrañar y a entender una de estas muchas ciudades posibles que el turismo extrapola de su compleja realidad para construir la postal: la ciudad oasis.
La ciudad oasis
La palabra oasis tiene, según la Real Academia Española, dos posibles significados; el primero es: “sitio con vegetación y a veces con manantiales, que se encuentra aislado en los desiertos arenosos de África y Asia.” Lo que indica que, en este caso, un oasis es un lugar que se caracteriza por tener determinadas condiciones distintas a las de su entorno. En la segunda definición: “tregua, descanso, refugio en las penalidades o contratiempos de la vida”, se agrega el carácter satisfactorio de dichas condiciones particulares.
La ciudad oasis es aquella que por sus características históricas, paisajísticas, estratégicas y de desarrollo se constituye como un área privilegiada de su entorno urbano y el concepto de este privilegio está basado en su pertenencia o similitud al primer mundo contemporáneo1. Su localización estratégica en la ciudad tanto a nivel ambiental como geográfico, la presencia de grandes edificios corporativos, tecnologías, locales de cadenas gastronómicas mundiales, obras de arquitectos y artistas extranjeros reconocidos, gigantescos hoteles de lujo, son algunos de los elementos que permiten generar dicha asociación. Es en este punto donde radica el valor de la segunda definición presentada, la satisfacción y el desahogo que brinda el oasis, está dada justamente por ese factor común. La ciudad del oasis es la evidencia del éxito económico de la ciudad, su pasaporte al mundo globalizado, su posibilidad de competencia a nivel mundial, la imagen difusa de la vida metropolitana.
Lo que intentaremos abordar a partir del estudio de esta ciudad es el entendimiento de las relaciones entre realidad e imagen y, fundamentalmente analizar el rol que juega la arquitectura como agente constructor de la ciudad y la urbanidad. Para esto, tomaremos como eje principal del análisis, las múltiples relaciones que existen entre la arquitectura y las prácticas sociales2, haciendo foco particularmente el rol que ocupa la práctica del proyectar del arquitecto en relación a las producidas por el habitante.
Tomaremos, como caso de estudio, el área de Puerto Madero en la ciudad de Buenos Aires. En primer lugar, analizaremos los factores que intervienen en la conformación de la pieza urbana como espacio particular en la ciudad. Cuales son aquellos elementos que permiten definirla como tal y cuáles son las operaciones arquitectónicas que la conforman. Abordaremos la problemática del área definiendo sus condiciones externas e internas. Su aporte a la construcción de ciudad y sus lógicas interiores. De este modo, abordaremos el problema de la escala para poder entender las distintas esferas de dimensiones urbanas y las múltiples relaciones entre el espacio privado y el espacio público. Nos interesa pensar en la construcción de ciudad desde la arquitectura y las situaciones urbanas3. Preguntarnos sobre los sentidos que proponen determinadas arquitecturas, pero fundamentalmente sobre aquellos sentidos que no están definidos a priori y que entran en juego cuando la arquitectura es habitada, es vivida.
“El arquitecto que piensa por delegación de la ciudad administra un sentido preexistente. El que piensa, en cambio, por situaciones urbanas, opera en los hiatos del sentido preexistente”. (Lewkowicz y Sztulwark 2003:116)
La construcción de la ciudad
“Ciudad por partes, construcción de ghettos de ricos, “gentrificación”, creación de una zona privilegiada con máxima renta, de posición histórica y paisajística y con el máximo valor absoluto de los predios, por su ubicación junto a los terrenos centrales de la city, Puerto Madero permitió imaginar una verdadera isla, una imagen urbana perfecta para los nuevos ideales de los poderosos en los noventa.” (Liernur 2008:378)
El nacimiento de una ciudad trae consigo un conjunto de razones de distintas características que pueden definirse como la vocación4 de esa ciudad. Este primer motivo de origen permanece presente de uno u otro modo a lo largo de la historia de la ciudad ocupando distintos lugares en los diversos procesos que atraviesa esta en su desarrollo. Pero lo que nos interesa destacar, es que este “motivo inicial” es aquel que cumple un rol preponderante en la construcción de la imagen de dicha ciudad ante el mundo. El puerto es el motivo de Buenos Aires, y como tal, es su puerta al mundo, su fachada principal, su rostro. Es por esta razón que el Puerto de Buenos Aires muestra, o debe mostrar, no solamente aquello que la ciudad es sino lo que pretende ser.
El proyecto de Eduardo Madero para el Puerto de Buenos Aires se llevó a cabo entre los años 1886 y 1889 y fue inaugurado por etapas, pero solamente estuvo en funcionamiento escasos años, cuando la compleja propuesta técnica de Madero resultó obsoleta para los buques de carga utilizados entonces. De este modo, en 1911 se iniciaron las obras del Puerto Nuevo, inspirado en la propuesta que el Ingeniero Huergo había realizado ya para el definido entonces como Puerto Madero. Es importante aclarar que, tanto los Ingenieros que realizaron el proyecto de Madero, como los capitales que permitieron su posterior construcción fueron de Empresas Inglesas. Esto nos permite comenzar a entender lo que planteamos anteriormente acerca de la importancia de manifestar en el Puerto de Buenos Aires la proyección de la imagen de la ciudad, que por entonces se encontraba ligada al proceso de modernización liderado por Gran Bretaña.
En 1991, se comienza lo que suele llamarse la “reconstrucción del Puerto de Buenos Aires”, ya no con los fines utilitarios originales sino con el objeto de revitalizar el antiguo puerto desde la generación de un área de inversión privada.
“La Ciudad de Buenos Aires mira ahora hacia el río por un cristal que reproduce los múltiples atractivos de un lugar convertido en un oasis de urbanización. No es un espejismo, sino la contundente transformación de su legendario puerto.” (Corporación Puerto Madero, Internet)
Desde la Corporación Puerto Madero, conformada por el Estado Nacional y la entonces Municipalidad de Buenos Aires se inició un proceso licitatorio por las obras a realizar en aquellos terrenos, guiadas por un masterplan inicial seleccionado por concurso en el que intervino la Sociedad Central de Arquitectos.
La rehabilitación de Puerto Madero constituyó el caso leader de revalorización de un idealizado pasado productivo, y más tarde se extendió al Riachuelo, también puerto. La rehabilitación de estas formas se adscribe a un programa cultural con inflexiones turísticas y de marketing urbano. (Silvestri 2004: 31)
Operaciones urbanas
El resultado de este proceso involucra principalmente tres tipos de operaciones que nos interesa abordar para comprender la conformación de la pieza urbana como imagen proyectada de la ciudad. Entendemos a estas como “factores necesarios” para el entendimiento de Puerto Madero como ciudad oasis. Estas son: el reciclaje de los docks5, las torres de oficinas y vivienda y los espacios verdes.
“Una vez la ciudad genérica tuvo un pasado. En su tendencia por destacarse, grandes secciones de ella de algún modo desaparecieron, primero sin lamentos, luego, sin advertencia, el alivio se tornó arrepentimiento. Ciertos profetas habían estado siempre advirtiendo que el pasado era necesario, un recurso. Lentamente, la máquina de la destrucción rechina hasta detenerse; se conservan algunas casuchas al azar sobre el lavado plano euclidiano, restauradas a un esplendor que nunca tuvieron…” (Koolhaas 1994)
El reciclaje
Como planteamos en la introducción al capítulo, una de las condiciones características de la conformación de un área de “privilegio” es la histórica, por lo tanto la presencia concreta, física de ese factor actúa como recordatorio constante del valor de esa historia. La arquitectura, en este caso, es quien permite que esa presencia exista. Sin embargo, podemos distinguir al menos tres maneras de que esto suceda: en ruinas, en monumentos y en la “refuncionalización” de edificios. Con respecto a los dos primeros, podemos decir que operan desde la memoria, en la cual el pasado se mantiene de modo inalterable. En el tercer caso, el pasado y el presente se entremezclan, parte de esa memoria es alterada y es en este punto donde se construye la particularidad dentro de lo global. En Puerto Madero, los docks son aquel elemento indentitario (definido por historia y no por origen) que se muestra y se explota en extremo. Los depósitos fueron categorizados como “área de protección patrimonial antiguo Puerto Madero” y dentro de ellos se almacenaron principalmente oficinas de empresas privadas. La planta baja se destinó en la mayoría de los casos a comercios como restaurantes de comidas étnicas, discotecas exclusivas, bares que proponen ambientes “vanguardistas” cuyas cartas de presentación incluidas en las guías turísticas de la zona incluyen lemas tales como: “para los amantes de la buena vida” y “carta de comidas pensada para exigentes”. Es notable la ausencia de mercados y locales comerciales de carácter “doméstico”, cuestión a la que nos referiremos más adelante; sin embargo, podemos destacar la existencia de un drugstore y un fresh market, que promete a los visitantes “un viaje por los sabores de nuestro país y del mundo”. El turista es entonces quien recibe esta nueva imagen de ciudad proyectada en gran parte para él, en la cual los objetos participes de la «imaginación técnica» de la ciudad son elementos clave para la conformación de la imaginación contemporánea.
Las torres
La segunda operación realizada sobre esta pieza que nos interesa analizar es la construcción de edificios nuevos. Como planteamos anteriormente, los docks, por su pertenencia al antiguo puerto, funcionan en la ciudad actual como elementos que forman parte de la identidad construida, a su vez, para esta ciudad. Esta forma de identidad que sugiere la ciudad oasis se pone de manifiesto al ser completada por la “identidad global”. La dialéctica de los mismo y la diferencia es una condición de la modernización. (Liernur 2008:387) Los edificios en torre conforman la morfología urbana identificada con la ciudad capitalista y junto con ella la idea de progreso ligada al éxito económico; las torres permiten conformar el paisaje de la nueva tecnología urbana, al servicio del sistema. A su vez, los medios que permiten el desarrollo de estas arquitecturas también actúan dentro de un sistema global; la gran mayoría de las torres corporativas de Puerto Madero son proyectos de arquitectos argentinos en asociación con oficinas extranjeras, arquitectos argentinos reconocidos internacionalmente y se reconoce también la actuación de arquitectos extranjeros en algunos “hitos” de la ciudad que le permiten a esta ingresar en el catálogo de obras “de autor”, tales como el Puente de la Mujer de Santiago Calatrava. Completan el conjunto grandes edificios de cadenas hoteleras internacionales, dentro de los cuales se destaca el hotel Hilton de Mario Roberto Álvarez, uno de los protagonistas del “desarrollo técnico” del siglo XX en Buenos Aires. Si analizamos entonces el conjunto de edificios que conforman la nueva arquitectura del puerto, es indispensable plantearnos dos cuestionamientos: ¿Qué modo de habitar generan? y ¿Qué tipo de ciudad construyen? Si bien la primera pregunta formará parte del análisis del último apartado, es importante presentarla ahora en el contexto del conjunto, y la utilización de este término no es un dato menor a la hora de responder al segundo cuestionamiento.
“La arquitectura que considera que el contexto es nada más que el fondo sobre el que emerge la figura del objeto, genera una subjetividad de pura interioridad. Dicho de otro modo, no instituye subjetividad urbana o habitante de ciudad sino subjetividad de consumidor o de individuo”. (Lewkowicz y Sztulwark 2003:78)
Cada edificio actúa en la ciudad como una unidad en sí misma, donde la arquitectura actúa únicamente para sí. Es decir, cada torre se propone a sí misma desde una particularidad, ligada a la utilización de materiales innovadores, a la altura alcanzada, a su forma o a su firma. Sin embargo, la propuesta arquitectónica se encuentra ligada en todos los casos a los mismos valores planteados al comienzo del capítulo. La arquitectura se ha convertido en un diseño de disfraces que no revelan la verdadera naturaleza de sus interiores repetitivos, sino que se deslizan suavemente en el subconsciente para interpretar su papel como símbolos (Koolhaas 1978:130). El turista es atraído entonces por el rol que pueden ocupar estos edificios en el imaginario del progreso a nivel global. Este imaginario es justamente el que se vale de la idea del conjunto, donde cada elemento actúa desde su particularidad para formar parte de una imagen que se vale únicamente de la sumatoria de elementos bajo un patrón común, donde la construcción colectiva es inexistente debido a que no hay vínculos entre los elementos que se separen del patrón.
“El baile de disfraces es la única convención formal en la que el afán de individualidad y extrema originalidad no pone en peligro la interpretación colectiva, sino que es realmente una condición para ella. Al igual que en un concurso de belleza, es un extraño formato en el que el éxito colectivo es directamente proporcional a la ferocidad de la competición individual”. (Koolhaas 1978:130)
El espacio público
La última cuestión que abordaremos en lo que respecta a la construcción de Puerto Madero como imagen turística, es la de los espacios verdes. En este aspecto es importante destacar la localización de la pieza urbana que se desarrolla casi como un apéndice de la ciudad en contacto con el río. Si bien esto nos permite plantear cuestiones acerca del vínculo que establece Puerto Madero con el resto del tejido urbano que desarrollaremos en el próximo apartado, es interesante reconocer a la pieza como un área que, conjuntamente con la Costanera Sur, constituye uno de los espacios verdes más importantes de Buenos Aires. En este sentido, cabe plantearse cuál es la función que ocupan estas áreas en la configuración del espacio público de la ciudad. La primera cuestión que se presenta es la dualidad existente y visible entre aquellos espacios de uso público constituidos por la calle, los bulevares, las veredas y demás lugares de tránsito y aquellos lugares que fueron específicamente diseñados como “áreas comunes”, los espacios verdes, plazas y parques que pertenecen tanto al área de Puerto Madero como a la de la Costanera Sur.
“La circulación de público por los paseos durante el fin de semana no puede confundirse con un “uso público” del lugar, cuando los programas edilicios están mayoritariamente dirigidos a cumplir expectativas de minorías de consumidores, y mientras ese “público” se limite a mirar en los escaparates la buena vida de los otros”. (Liernur 2008:378)
Para poder analizar el uso público de los espacios es importante definir, en primer lugar, cuál es ese público. En este trabajo, definimos al turista como aquel que se traslada a un lugar, en este caso el área del Puerto Madero, para consumir imágenes. En este sentido, el turista es quien observa la escena sin participar en ella, es espectador. Para ello, el espacio que visita debe reunir esa condición, la de ser un espacio concebido a priori, donde no hay lugar a la construcción, donde la arquitectura es inalterable. Sin embargo, entendemos al espacio público como aquel espacio cuya condición fundamental es la participación, es decir que, el espacio público no puede ser considerado como tal hasta tanto no sea intervenido. Esta característica definitoria es justamente aquella que está ausente en las amplias avenidas, bulevares y paseos pertenecientes al proyecto llevado a cabo por la Corporación Puerto Madero. Este concepto se pone violentamente de manifiesto cuando se observa la contraposición de estos espacios con los del parque Micaela Bastidas (inaugurado en el año 2003 y el único hasta hoy del área de espacios públicos planteada en el masterplan de la Corporación Puerto Madero) y las distintas plazas y paseos que conforman la Costanera Sur. El visitante ocasional, local, proveniente de distintos sectores de la ciudad o el conurbano bonaerense que puebla, especialmente los fines de semana, estas áreas definitivamente elige estos últimos. Es allí donde interviene, donde genera su hábitat temporario, donde convive con otros distintos, donde hay tumultos, donde hay ruidos, donde se siente parte y se hace parte. Y es de esto último en definitiva de lo que trata la ciudad. La ciudad perfecta es intolerable; su belleza y su orden, como en la ciudad ideal de Piero della Francesca (1470), intimidan porque materializan una abstracción inabordable por su perfección y simetría, ajena a las cualidades de un paisaje humano. La ciudad ideal es la ciudad desierta, sin atmósfera, sin tiempo futuro. Sus cualidades implican la conclusión de lo urbano, no su dinámica; el orden y la armonía son un pasado que pesa mucho más que cualquier estado de imperfección. (Sarlo 2009:143) El turista, sin embargo, no hace ciudad, ni la busca; es por ello que elige aquellos lugares donde cada especie arbórea está en su sitio, donde los bancos tienen un correcto espacio de separación, donde hay lugares para caminar, para detenerse y para sacar fotografías.
La imagen en la ciudad
“Los turistas no saben que, a mil metros de Puerto Madero, está la villa miseria del Doque. Los locales que lo saben, mientras comen en Puerto Madero o pasean por el obrador que es el “Faena District” tienen que olvidarlo.” (Sarlo 2009:187)
Como planteamos en la introducción, la ciudad oasis tiene, como condición fundamental, su singularidad. Se define como un espacio distinguido por su diferenciación con el resto, y esto es justamente lo que determina cierta condición de aislamiento. Lo que nos interesa abordar en este apartado es lo que ocurre con Puerto Madero como pieza en la ciudad, tanto en lo que respecta a la ciudad como tal y a la ciudad como escenario turístico.
El problema de la relación entre la ciudad y el río, es un tema recurrente en el urbanismo y específicamente en Buenos Aires. El río, como límite de la ciudad, genera, por su condición, un área de borde que posee características particulares. El área de Puerto Madero, como hemos planteado anteriormente, suma a esta condición, la del puerto, con la cual el borde se transforma en puerta, en fachada. A su vez, el esquema de puerto que propuso Madero y que fue llevado a cabo, produce otro borde, que es el de los diques. Es decir que, la llegada al río de la ciudad encuentra en esta parte, una barrera previa que genera dos áreas diferenciadas: la llegada del tejido hasta los diques y la pieza que oficia de remate de esta llegada, conectada con la ciudad por cuatro puentes que funcionan como vías circulatorias. La primera pieza entonces, compuesta por la línea de los docks y una primera costanera hacia los diques, funciona como el vestíbulo del “gran salón del progreso” que, en el sentido de lo que planteamos en el primer apartado, se lleva a cabo en la segunda pieza.
La centralidad
Entendiendo que la motivación urbana de la reconstrucción de Puerto Madero está ligada, como en otras ciudades latinoamericanas, a la necesidad de generar nuevas centralidades urbanas en función de desplazar algunas actividades productivas del casco histórico de la ciudad, cabe plantearnos entonces, cuales son las características de estas nuevas centralidades generadas en las llamadas periferias internas 6, en relación a la ciudad y sus otros centros.
“En Europa, Le Corbusier y una parte sustancial de los sostenedores del Movimiento Moderno criticaron los tejidos cerrados, la plaza tradicional y la calle corredor haciéndole perder su legitimidad como lugar urbano contemporáneo y proponiendo, en cambio, la reapropiación de la planta baja, la creación de espacios abiertos y una nueva monumentalidad basada en la presencia de edificios “funcionales”. (Varas 2006:164)
Consideramos a la centralidad como aquella porción de ciudad donde el espacio común (las calles, avenidas, plazas, parques) cobra especial importancia, donde la idea de centralidad se define no solamente por las edificaciones de carácter público sino justamente por la riqueza de ese espacio colectivo donde se pone de manifiesto la complejidad y la diversidad de la ciudad. En Puerto Madero, este espacio se materializa de manera difusa. Cada edificio se eleva sobre su terreno generando un espacio de planta baja libre pero que lejos de participar en la construcción del espacio urbano, opera únicamente en función del edificio que se apropia de él de manera total. Como planteamos anteriormente, es una arquitectura que actúa por y para sí misma, que deja entonces un espacio común que es residuo del espacio privado.
Las prácticas sociales y el espacio público
El habitar en Puerto Madero en el sentido del ejercicio de las prácticas sociales, se da principalmente desde el ámbito privado, incluso para aquellas prácticas que se desarrollan dentro del espacio público. La calle actúa solamente como aquel elemento que permite la unión de los puntos, pero no como generadora de un ámbito que permitiría establecer relaciones entre estos. Dentro de esta centralidad no hay jerarquías, las construcciones se diferencian entre sí por su imagen, pero no existe un orden que permita una organización espacial propia de lo urbano. El orden y las jerarquías están dados desde la composición de la imagen, de la postal, pero no desde el recorrido, desde el habitar del espacio urbano. El recorrido de la ciudad no encuentra puntos de referencia, no plantea cambios de velocidad, no propone espacios intermedios. Como la esfera de Pascal, quien la recorre no discierne lo que es arriba, ni abajo, ni norte o sur, porque el centro está en todas partes (Sarlo 2009:145). Es que la ciudad oasis, como representación del mundo contemporáneo, ligado al desarrollo tecnológico, la multiplicidad de información, la velocidad, la simultaneidad, el liberalismo económico, la transnacionalización, se vale de esta anulación de las jerarquías espaciales, anula lo urbano para dar paso a la expresión de lo individual, que se apropia del espacio público sin dar nada a cambio.
“A cada construcción que alberga en ella, la retícula le asegura exactamente el mismo tratamiento: la misma cantidad de “dignidad”. La inviolabilidad de la propiedad privada y su resistencia consustancial al control formal global impiden la creación de perspectivas premeditadas; y en la ciudad del “automonumento”, el aislamiento de objetos simbólicos con respecto al tejido principal carece de sentido: el tejido mismo ya es una acumulación de monumentos”. (Koolhaas 1978:197)
Escalas urbanas y el habitar
En Puerto Madero, el paso del área pública, o bien de uso irrestricto, al área privada no encuentra escalas intermedias; y el porqué de esta cuestión se manifiesta cuando se comprende que desde el área privada no hay uso ni intervención sobre el espacio público. La única relación existente se da desde la dominación. Es decir, la calle es de uso público pero su ordenamiento depende de la gestión desde el ámbito privado. La organización racional del espacio no se ve alterada por la aparición de vendedores informales ni repartidores de volantes. Este ordenamiento es capaz de reducir al máximo los rasgos de “urbanidad” ligados al desorden y la imprevisión. Esta condición genera una situación comparable a la que describe Beatriz Sarlo para los shopping centers: Modelo de un mercado ordenado, el shopping ofrece un modelo de sociabilidad ordenada entre “iguales”: sin interferencias de acontecimientos no programados, sin posibilidad de desplazamientos que se alejen de las rutas trazadas, sin usos perversos de escenografía (no se admiten grafitis, ni obleas, ni esténciles, nada que resulte ajeno a la estética y la gráfica del shopping) (Sarlo 2009:24).
El barrio, como unidad espacial, es sustituido por los espacios comunes del ámbito privado que no guardan relación con el espacio urbano. Quien vive, se hospeda o trabaja en el área se mueve dentro del circuito delimitado para el uso exclusivo que guarda con el espacio público una relación casi estrictamente visual. Un ejemplo que permite entender esta condición es la del Parque Micaela Bastidas, uno de los primeros parques realizados en el marco de la rehabilitación de Puerto Madero. Si bien este propone, como planteamos en el anterior apartado, distintas situaciones de recorrido y estar, su excesiva previsión a respecto de estas áreas funciona como un límite al desarrollo de distintas prácticas sociales. Es decir, que la arquitectura del parque encuentra un límite en su posibilidad de desarrollo y transformación. A su vez, esta arquitectura, cuya composición formal responde a una coherencia de principio a fin, puede ser únicamente comprendida como tal si se lo contempla desde la altura. En este sentido, la condición de espectador del turista en este caso trasladado también a quien vive de forma permanente en Puerto Madero, nos permite plantear el concepto que da pie al desarrollo de este apartado que es el de la imagen en la ciudad. La “vista” que es posible tener, por un lado de la ciudad y por otro del río, desde los edificios de Puerto Madero es, sin duda, uno de los elementos más atractivos para inversores, turistas y habitantes de la zona. Esta atracción funciona, en gran parte a partir de la condición de lejanía que esta vista permite tener sobre aquellas componentes de la ciudad que podrían presentar discontinuidades, imperfecciones y peligrosidad. En el sentido contrario, Puerto Madero constituye también una imagen para Buenos Aires, una postal que se contempla y asombra. Hoy los edificios de Retiro o Puerto Madero son accesibles solo con tarjetas magnetizadas o si algún turista caritativo invita a un local a tomar unos tragos (Sarlo 2009:162). Como el oasis en el desierto, esta imagen es a veces solo un espejismo, una ilusión de aquello que se anhela y admira, pero no se puede alcanzar.
La ciudad Autosuficiente
“El buque de pasajeros como ciudad flotante autónoma, con sus instituciones, servicios y jerarquías sociales, adaptado a una porción de territorio que más que una extensión de ciudad puede considerarse como una isla conectada a Buenos Aires por varios puentes (modelo Manhattan, combina la exclusividad de los espacios privados por su finitud –perímetro de la isla- con espacios públicos a escala metropolitana –Central Park / Costanera Sur-)”. (Goldaracena 2006:107)
El proceso de transformación espacial que comenzó a atravesar la Ciudad de Buenos Aires y su Área Metropolitana a partir de la década del 90 está, sin dudas, vinculado a la aplicación una política de extrema liberalización de la economía, donde se produjo un gran incremento en las inversiones extranjeras y en el consumo de los sectores medios y medios-altos al mismo tiempo que se incrementó también el desempleo, la marginación y la deuda externa. En este marco, el espacio de Buenos Aires comienza a responder a estos mismos valores, generando operaciones que proponen, como ya hemos planteado en los anteriores apartados, una privatización del espacio urbano que, llamativamente, en muchos casos está acompañada de una gran inversión pública. La reconstrucción de Puerto Madero, la construcción de shopping centers, barrios privados en diversas zonas del conurbano, hoteles y torres de viviendas con amenities, forman parte de este conjunto de operaciones que empiezan a generar “fragmentos” de ciudad. Sobre esta cuestión nos interesa destacar un factor fundamental para la concepción de este tipo de operaciones urbanas, que es el del aislamiento. Para que este sea posible, cada una de estas piezas debe vivir por y para sí misma, y esta condición de autosuficiencia es la que permite entonces, generar un universo privado de iguales. Poblada por acaudalados jóvenes empresarios y personas relacionadas con el sector financiero, las áreas residenciales de Puerto Madero tienen altos alquileres y precios de venta, reflejando su cercanía a los puestos céntricos de trabajo, las excelentes condiciones ambientales, los espacios abiertos, y un número creciente de recursos de alta calidad (Gutman y Hardoy 2007:285).
Ciudad en sí y para si
Entendemos entonces a Puerto Madero como una pieza que se distingue de la ciudad y se aísla. Sin embargo, en su lógica interna repite este mecanismo y las partes que la componen funcionan del mismo modo que la pieza en sí. Cada elemento que compone la pieza es independiente del otro; como hemos planteado anteriormente, no solamente en su arquitectura, en su modo de ocupación del suelo o en su relación con el espacio público, sino que también en su hábitat. El espacio privado absorbe al espacio público de modo tal que todas las necesidades del habitante se encuentran satisfechas en ese espacio, incluso las que responden a su vida social. Estos edificios de entre 30 y 50 pisos de altura modificaron el perfil de la ciudad, especialmente visto desde el río. Son los denominados “countries en altura” que incluyen servicios comunes de seguridad privada, canchas de tenis, gimnasio, salas de usos múltiples y piscina (Gutman y Hardoy 2007:286).
Lo que ocurre entonces es una aniquilación de escalas: la vida privada domina la vida social cotidiana e inmediata, lo que conduce al aislamiento y a la restricción de vínculos sociales. La vida pública entonces, se encuentra lejos del área de lo íntimo, pero en otra área igualmente privada, lo que contribuye a la conformación de una ciudad de nodos, donde el espacio entre estos es inexistente en su calidad.
“Cada edificio se convertirá en una “casa”: un ámbito privado que se infla para acoger huéspedes, pero no hasta el punto de pretender alcanzar universalidad en su gama de sus ofertas. Cada “casa” representará un estilo de vida diferente y una ideología también diferente. Cada ciudad dentro de otra ciudad será tan singular que atraerá de manera natural a sus propios habitantes”. (Koolhaas 1978: 125)
Contenedor. Otros contenedores
En la década del 30, los arquitectos de Manhattan empezaron a plantear la idea de la multiplicidad de programas en un mismo contenedor, en relación a la idea de que una persona pueda realizar todas sus actividades diarias (domésticas, laborales, recreativas) dentro del mismo “conjunto unificado”7. El sentido de estas ideas se encontraba vinculado al problema de la congestión que se comenzó a manifestar en las ciudades modernas, en lo que respecta a desplazamientos horizontales y vinculación de centralidades. La utilidad, el orden formal y las ideas de aire, luz y verde en el espacio público proveniente de los planteos urbanísticos del Movimiento Moderno encuentran puntos de contacto con el desarrollo edilicio norteamericano. El Rockefeller Center es la manifestación más madura de esa teoría tácita del manhattanismo que consiste en la existencia simultánea, en un único emplazamiento, de programas distintos conectados tan sólo por los elementos comunes de los ascensores, los núcleos de servicios, los pilares y la envoltura externa (Koolhaas 1978:197). Sin embargo, el desarrollo de edificios de múltiples programas en la década del 90 en Buenos Aires encuentra motivos ligados más estrechamente a cuestiones de segregación social que a planteos urbanísticos de escala metropolitana. El caso del Faena Hotel en Puerto Madero nos permite plantearnos estos interrogantes en relación a la relación del turista con la ciudad, en este caso, Buenos Aires.
“Al igual que muchos de los recientes mega hoteles, el Luxor aparece como un parque temático tipo Disney, donde el cuidadoso entramado de entretenimiento y relaciones sociales sustituye las formas de rutina de la vida doméstica”. (Cass 2006:276)
El entretenimiento y la vida doméstica: el caso Faena
El Faena Hotel ocupa uno de los antiguos depósitos de Puerto Madero que forma parte de la acción de reciclaje que hemos mencionado anteriormente, su exterior entonces no demuestra lo que ocurre dentro, sino que, por el contrario se involucra con el paisaje histórico del puerto. Esta decisión no es casual en dos sentidos: el primero, responde a aquellas cuestiones de “identidad construida” a las que refiere Puerto Madero, y esto se oficializa cuando, en la carta de presentación del hotel en su página de Internet, se hace referencia a la historia de Buenos Aires ligada, por un lado, a los ideales de progreso de la generación del ´80 y por otro definiendo la “identidad” porteña desde el baile del tango: “La ciudad más elegante de Sudamérica vive y desborda de pasión, allí encontrará la grandeza de la belle époque, elegantes boutiques y magníficos parques con bellas fuentes. Sin embargo, eso no será lo que recuerde más vívidamente de “la París de Sudamérica”, pues el fantástico firulete de una pareja de tango y sus zapatos taconeando sobre un piso de madera serán inolvidables”. Sin embargo, esta característica de la arquitectura exterior del Faena permite plantear otra cuestión, que es la propone que no cualquier transeúnte debe sentirse atraído por el hotel y mucho menos invitado a ingresar; el huésped del Faena, cuya exclusividad social le permite elegir el hotel antes de verlo, debe sorprenderse por el “universo” construido que encontrará al ingresar. En este sentido, el hall de acceso al hotel funciona como fuelle entre la ciudad y el espacio interior, denominando a este como “pasillo de la transformación”. La arquitectura del hotel es netamente interior, y es allí donde el turista debe permanecer.
Como planteamos anteriormente para la concepción del Rockefeller Center, la arquitectura del Faena coincide en el planteo de la convivencia de actividades diversas en un mismo sitio, de modo tal que el huésped puede transformarse en turista solo con pasar una temporada dentro del hotel. En la introducción al trabajo definimos al turista como aquel que se traslada a un lugar para consumir imágenes y este es justamente el elemento de consumo principal en el hotel. Dentro de este se reconstruyen una diversidad de escenarios que permiten desarrollar en cada uno de ellos las actividades diarias, en un contexto que se presenta como “un compendio de imágenes de Buenos Aires”8. Las características, nombres de fantasía y lugares a los que refieren estos, son completamente anacrónicos, es decir que son solamente imágenes construidas con un mismo propósito sin guardar relación con su contexto histórico, geográfico o social. Esta cuestión genera una situación similar a la descripta por Jeffrey Cass (2006) para el hotel Luxor de Las Vegas: ha logrado construir una experiencia turística eficiente, un entorno de constante vigilancia donde el turista/consumidor se informa sobre otras culturas en formas previsibles y seguras. Dependiendo de la lógica del espacio acotado, la dirección también sacará partido de la difuminada diferencia entre realidad y recreación histórica, o hará una distinción tan exagerada y deslumbrante que se convertirá en un entretenimiento amanerado (Cass 2006:279).
Del mismo modo que el Faena Hotel “vende” una estadía ya planeada, donde las actividades turísticas se encuentran circunscriptas al circuito de consumo de imágenes del hotel, las torres de vivienda que a partir de la década del ´90 y hasta el día de hoy se realizan en Puerto Madero y algunos otros puntos de la ciudad, proponen, en muchos aspectos, una vida prefabricada. Los hoteles son ahora contenedores que, por la expansión y la integridad de sus instalaciones, vuelven redundantes a casi todos los otros edificios. Haciendo incluso de centros comerciales, son lo meas cercano que tenemos a una existencia urbana, estilo siglo XXI (Koolhaas 1994). La estructura de servicios que estas arquitecturas proponen se repite en todos los casos, y esta es trasladada también, a la estructura familiar que se define desde el diseño. La vida de quien habita estos edificios, se confunde entonces, con la del turista.
Reflexiones Finales
En la lógica del turismo, la ciudad se fragmenta y se multiplica; partes de la ciudad se “artificializan” para satisfacer al turista. Sin embargo, dentro de estos fragmentos de artificialidad hay lugares, recorridos y personas que no entran dentro de esta lógica.
A lo largo de este artículo, hemos atravesado por algunos de los factores característicos de la ciudad Oasis que nos permitieron entender los motivos de su existencia, su funcionamiento y su rol tanto para la ciudad “real” como para su homologación como destino turístico. Entendemos la necesidad de su conformación estética a partir de la dialéctica entre lo global y lo propio, una construcción de identidad donde la historia funciona como recurso. Sin embargo, creemos también, que la característica fundamental de la ciudad oasis es el aislamiento. Como planteamos en la introducción, el oasis se define por la diferenciación, es decir, por ser un lugar de privilegio en un entorno complejo, aparentemente hostil. Puerto Madero se separa de Buenos Aires, construye un ambiente diferenciado donde las condiciones de vida urbana se aíslan del resto de la ciudad. En este sentido, se define como un área ordenada y de acceso limitado. Pero esta condición, no se manifiesta de manera física, con puertas y controles, sino que es virtual. Su condición geográfica de separación de la trama urbana, el excesivo control sobre el espacio público, la arquitectura privada que va adueñándose de porciones de tierra de manera excesiva y poco mensurada, son algunas de las cuestiones que nos permiten entender a la ciudad oasis como un área de exclusividad.
La diversidad en Puerto Madero no está dada por la complejidad resultante de la coexistencia de distintos factores, sino que es generada por la variedad de la producción privada, donde la posibilidad de elección se limita al rango controlado de variedades previstas. Esta previsión absoluta es la que nos permite trabajar acerca de los interrogantes que planteamos en la introducción entorno a los “límites” de la arquitectura, más precisamente los límites en la práctica del proyectar que ejerce el arquitecto. En este sentido, es interesante lo que plantean Lewkowicz y Sztulwark en Arquitectura plus de sentido: Si la obra es pensamiento en acto, entonces, la obra piensa más allá del arquitecto. Y si la obra piensa más allá del arquitecto, el que la habita piensa más allá de lo que el arquitecto ha pensado. Ese plus de pensamiento es lo que la vuelve algo habitable (Lewkowicz y Sztulwark 2003:70). ¿Qué ocurre entonces cuando todo ya ha sido pensado a-priori? ¿Qué ocurre cuando la obra es producto de una idea preconcebida sobre los modos de habitar? Creemos que lo que se pone justamente en juego es la existencia misma de ese habitar, la posibilidad de las personas de dejar de “estar” en un espacio para pasar a intervenirlo, para formar parte. En Puerto Madero, el espectáculo se lleva a su máxima expresión y abarca no solamente aquello parte de la imagen turística sino que también esa imagen es trasladada a la “ciudad real”. La realidad de Puerto Madero, puede entenderse como una realidad artificializada, donde la vida urbana se ve anulada por completo, donde la ciudad se transforma en un hecho meramente visual. La arquitectura, en este caso, genera un conjunto que anula las prácticas sociales, y transforma al habitante en turista de su propia realidad.
Bibliografía
Bergesio, Liliana y J. Montial
(2008) “Patrimonialización de la Quebrada de Humahuaca: identidad, turismo y después…”. En: Encuentro Pre- Alas 2008. Universidad Nacional del Nordeste.
Cass, Jefrey
(2006) “Egipto en esteroides: Luxor Las Vegas y el orientalismo posmoderno”. En: McLaren, Brian y M. Lasansky. Arquitectura y Turismo; percepción, representación y lugar. Gustavo Gilli, Barcelona.
Doberti, Roberto
(1992) Lineamientos para una teoría del habitar. Papeles de cátedra, FADU, UBA.
Eternautas
(2008) Buenos Aires tiene historia; once recorridos guiados por la ciudad. Aguilar, Buenos Aires.
Goldaracena, Daniel
(2006) “Urbanismo de marca. El universo faena en Puerto Madero”. En: Revista UR, Núm. 1 “Viajar”.
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(2007) Buenos Aires 1536-2006. Historia urbana del Área Metropolitana. Infinito, Buenos Aires.
Koolhaas, Rem
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Liernur, J. Francisco
(2008) Arquitectura en la Argentina del Siglo XX. La construcción de la modernidad. Fondo Nacional de las Artes, Buenos Aires.
Sarlo, Beatriz
(2009). La Ciudad vista. Siglo veintiuno, Buenos Aires. Silvestri, Graciela (2004). El color del río. Prometeo, Buenos Aires. Varas, Alberto (1997). Buenos Aires Metrópolis. CP 67, Buenos Aires.
http://corporaciónpuertomadero.com.ar
Referencias
1 El concepto de primer mundo contemporáneo se separa del concepto de primer mundo patrimonial, dado que muchos países empobrecidos actualmente son ricos en patrimonio natural, sin embargo ocupan lugares relegados en la esfera económica y política mundial.
2 Denominamos «práctica social» a las organizaciones de actividades que una comunidad convalida, reconoce y ejercita, es decir, aun conjunto o grupo institucionalizado de actividades. En nuestras sociedades contemporáneas se ejercita una gran variedad de prácticas, las que a su vez se relacionan en forma compleja. Sin embargo, el carácter social -cultural, convencional y cambiante de estas prácticas pasa generalmente desapercibido en la vida cotidiana; se instalan como los modos «naturales» -adecuados, universales y estables- en que se organiza la vida comunitaria. (Doberti 1992)
3 La ciudad es la instancia propia del urbanismo que codifica, que proporciona una identidad y un lugar para cada cosa. Por el contrario, las situaciones urbanas se organizan a partir del viviente, del habitante aquí y ahora, en la espontaneidad de su hacer en la ciudad. (Lewkowicz y Sztulwark 2003:115)
4 Tomaremos el concepto de “vocación de la ciudad” del Arquitecto Alfredo Garay, que refiere a aquel motivo fundamental que determina el origen de una ciudad. Si bien entendemos a la ciudad como un todo complejo y al desarrollo de una ciudad como un proceso ligado a múltiples factores, nos resulta interesante destacar la presencia de algunos de estos que cumplen un rol fundamental en dichos procesos.
5 En el caso de Puerto Madero, se llamó docks, a los depósitos de almacenaje del puerto, mientras que se llamó diques al conjunto de embarcadero y dársenas que es lo que originalmente se corresponde con la denominación inglesa de docks. (Eternautas 2008)
6 En el caso de Buenos Aires, las “periferias internas” y los vacíos no significativos incrustados en el inmenso tejido metropolitano aparecían por entonces como el gran desafío para las transformaciones de la ciudad a fin de siglo y, a la vez, como la gran posibilidad de recuperación de sus identidades locales. (Varas 2006:209)
7 “Coloquemos a un trabajador en un conjunto unificado, y apenas tendrá que poner un pie en la acera en todo el día.” (Raymond Hood (1931) Ciudad bajo un solo techo)
8 El Hotel Faena posee distintos lugares comunes que proponen en su presentación y ambientación distintas referencias sobre Buenos Aires y su historia. El Mercado: “inspirado en los antiguos mercados europeos y en las legendarias cantinas de Buenos Aires”, El Bistró: “rememora las más brillantes patisseries de la Buenos Aires de principios de siglo”, The Library Lounge: “inspirado en los livings de las grandes estancias de la Argentina”; son algunas de las propuestas de situaciones que recrea el hotel dentro de un mismo espacio.
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Fotografía: Obtenida de la página oficial del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
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[…] resuenan las palabras de Francisco Liernur, decano fundador de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Torcuato Di […]
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