«Un grupo de piedras de chispa del fuerte de Buenos Aires (obras en la ex Aduana de Taylor)»
El artículo «Un grupo de piedras de chispa del fuerte de Buenos Aires (obras en la ex Aduana de Taylor)» de Daniel Schávelzon ha sido escrito en el año 1994 en su versión original y reescrito en el año 2000.
Durante el año 1983 se hizo una gran excavación y trabajos de arquitectura en lo que era el Museo de Casa de Gobierno, con el objeto de abrir el antiguo Patio de Maniobras hecho por Eduardo Taylor en 1855. De esa manera el Museo se ampliaba en lo que se suponía que sería un gran patio de exhibiciones. No vamos a entrar en detalles de esa obra salvaje y destructiva, porque otros ya lo han hecho y los medios de comunicación desde ese momento hasta 1987 en que se terminó, publicaron docenas de artículos. Con el final del gobierno militar y el inicio de la democracia se descartó el proyecto que estaba en proceso, y se rehizo en su totalidad, aunque de todas formas los grandes errores ya estaban cometidos. Varios de ellos fueron denunciados por Marcelo Magadán en un trabajo pionero de arqueología de la arquitectura. El fue testigo de cómo se levantó el piso de lajas de Hamburgo dejándose nada más que un sector de ellas y otras acciones destructivas de ese tenor1.
En esos trabajos se hallaron cientos de objetos que diariamente iban a parar a la basura o a las manos de un par de anticuarios conectados con la empresa contratista, y obviamente no permitían el ingreso de nadie interesado en el tema. Por suerte un curador del Museo guardó un conjunto de objetos en dos cajas las que permanecieron por años arrumbadas. Durante el año 1994 las ubicamos y fue posible limpiar los objetos y hacer dos vitrinas para su exhibición que permanecieron allí largo tiempo. Demás está decir que poco más tarde de su inauguración, sólo una semana, al regresar a tomar fotos con un equipo de iluminación de mayor calidad, parte de la colección había desaparecido de las vitrinas, las que fueron arregladas para que nada se notase. De algunos objetos sólo se salvaron las notas que habíamos tomado en ese momento2.
Entre los diversos objetos hallados había un conjunto interesante de piedras de chispa, quince en total, de las cuales doce de ellas mostraban que no habían sido usadas; para ese momento de la arqueología histórica era un hallazgo único. De todas formas no resulta extraño ya que un Fuerte, eso era el lugar antes de ser Casa de Gobierno, es el sitio indicado para encontrar este tipo de objetos. Lo que sí llamó la atención es que habían sido descartadas juntas y sin uso; esto podría tener como explicación –hipotética obviamente-, el que la construcción de la Aduana coincide con el paulatino abandono del tipo de armas de fuego que necesitaban piedras de chispa para encender la pólvora. Las nuevas armas las estaban reemplazando rápidamente, por lo que en algún momento, sea mientras se hacía la Aduana o en los rellenos que la cubrieron con posterioridad a su demolición en 1894-97 –aunque esa es una fecha tardía para esto-, se descartaron. La información suministrada por un trabajador del edificio es que al hallarlas estaban todas juntas, que eran “muchas más” y que la mayor parte fue entregada a un coleccionista que las hizo buscar con todo cuidado entre la tierra. Es posible entonces que lo que se haya descartado haya sido un barril entero, ya que estas piedras venían de a miles en pequeños barriles de madera llamados generalmente cuñetes.
Recordemos que su descarte fue enorme, no sólo por que su uso estándar es de unos diez disparos y luego quedan inutilizadas, si no también por la cantidad existente de este tipo de objetos en la ciudad. Ya hemos publicado documentos de compra de hasta dos millones de piedras de chispa por los ejércitos de la independencia3. La bibliografía sobre este tema es enorme y en nuestro país hay al menos un buen libro sobre el tema4, más aun es importante la documentación de archivo, los manuales de artillería del siglo XIX son accesibles y describen bien su uso. Hay algunos ejemplos que son interesantes, aunque no queremos entrar en historiar estos objetos en detalle, pero podemos recordar cuando llegaron en 1812 “trescientos sesenta y dos mil piedras de chispa de suprema calidad”; o más tarde en un bergantín inglés de 1815 arribaron “12 barricas de piedras de chispa”, o desde Nueva York otro barco con “doce barriles con 318.000 piedras de chispa para fusil” o al año siguiente un envío, de entre tantos, conteniendo “52 cuñetes de piedras de chispa”. Era tal la cantidad de estas piedras que al hacerse un inventario en el Parque de Artillería de Buenos Aires había “1.505.612 piedras de carabina; 1.146.484 de fusil y 585.700 de pistola, además de 15.800 de pistola de bolsillo”5. La comprensión de la dimensión del consumo de este tipo de objetos nos aclara el porqué de su alta presencia en los sitios históricos; eran objetos que se desgastaban rápidamente ya que es raro que resistieran, en la mejor calidad, más de una docena de disparos sin comenzar a fallar.
Por otra parte se ha terminado la larga polémica nacional que los consideraba raspadores indígenas, u objetos inexplicables y antiquísimos, cuando una visita a los museos históricos muestra estos chisperos incluso puestos aun en las armas. Resulta interesante que la tradición arqueológica ha considerado que el trabajo de la lítica fuese indígena y no también europeo. Más allá de la ceguera de quien camina por Buenos Aires y no ve que las calles son –o eran- de adoquines y los cordones de las veredas de piedra tallada –los que los rebajan se llaman aun “pica pica”-, ya hemos hecho una primera lista de materiales líticos trabajados con diversos tipos de herramientas hallados en Buenos Aires entre el siglo XVI y el XX6, tan extensa que no vale la pena repetirla. Pese a eso en la arqueología histórica de la ciudad de Buenos Aires y su conurbano no hay referencias bibliográficas sobre el trabajo de la piedra. Si bien en un libro editado en 1991 hicimos algunas primeras reflexiones y presentamos ejemplos concretos de lo hallado en 1986 en San Telmo7, parecería que la arqueología ha partido de la misma presunción que la historia documental: como no hay piedras en el subsuelo de Buenos Aires no hay objetos hechos de piedra. Es por eso que siempre resulta interesante mostrar conjuntos de objetos de este tipo, aunque no tengan un contexto claro como es este caso.
En Buenos Aires, aunque si bien es cierto que no hay piedras naturales en su suelo o subsuelo –para hallarla debemos ir a Martín García, Olavarría o Tandil entre otros sitios-, las piedras son algo de lo más común en la ciudad: caminamos todos los días sobre ellas en los empedrados, las viejas veredas y patios de lozas (o lajas) de Hamburgo, los viejos pisos eran de mármol y pizarra, tenemos cientos de esculturas de mármol y granito, usamos mesadas de mármol blanco en la cocina, al igual que todos los edificios de cierta edad tienen escalones, zócalos, molduras y columnas, hechos o recubiertos de piedra. Y no hay nada más “criollo” que un aljibe hecho de mármol de Carrara. Recorrer la zona bancaria es un muestrario inusitado de las piedras de calidad que llegaban desde Europa –y luego desde el interior del país- para recubrir muros; las ventanas de las iglesias de la ciudad se cerraban con alabastro de Huamanga (Perú) y quedan a la vista las del Pilar y Santa Catalina. La variedad es enorme y lo fue desde temprano; no es un rasgo moderno si no que desde los inicios de la ciudad las piedras fueran usadas de una u otra forma y trabajadas de muy diferentes maneras. Un conjunto de piedras encontradas en el pozo de basura de la entrada del Museo Etnográfico y fechado para 1620-1650 mostró más de una docenas de grandes cantos rodados8. Creo que no es difícil mostrar que el trabajo lítico es una muy antigua tradición europea que nunca desapareció, la que llegó a América en el siglo XVI donde vivió muchas vicisitudes: o se mantuvo igual, o se mezcló de diversas formas con otras indígenas preexistentes, o se amoldó a lo indígena.
No debemos dejar de tener en mente –aunque cueste probarlo aun- que deben haber también tradiciones africanas de talla que llegaron al país con la esclavitud, como en tantos otros lugares del continente. El asociar mecánicamente una piedra tallada con el universo indígena, en el período histórico, es de por sí una falacia, así como ya se acepta que hay piedras de chispa de mano indígena en diversos países, tratando de reemplazara algo que a veces el mercado no llevaba o era caro. Estos pequeños objetos han sido un rompecabezas para la arqueología prehistórica, ya que es común ver en la bibliografía que se las confundía con raspadores indígenas. Resultaba casi imposible aceptar que, valga el ejemplo simple, un soldado del ejército de San Martín y en plena batalla, tenía que hacer retoques a un pequeño sílex para poder mantenerse en la lucha.
Estos pedernales, o piedras de chispa, o chisperos, ya que toman todos esos nombres, fueron comunes en cualquier sitio en que hubiera armas de fuego o asentamientos europeos casi desde la fundación de la ciudad. Luego pasaron a manos indígenas, criollas y todos los grupos sociales las usaron; si dejaron su impronta en los retoques para mantenerlos en uso –ya que posiblemente en su totalidad vinieron terminados de Europa-, es tema abierto a la investigación y la bibliografía presenta casos interesantes. Aquí hay amplias colecciones en los museos aun sin estudiar, pese a lo interesante que resulta estar aun asociadas a cierto de tipo de armas.
Resulta imposible en unas notas de esta naturaleza explicar los tipos y variantes de chisperos e incluso su compleja evolución en Europa. Pero debemos recordar las tres grandes tradiciones: desde el siglo XVI en que comenzaron a usarse, la proveniencia era incierta e irregular llegando de diversas fuentes como Albania o Dinamarca, o de donde hubiera el mineral accesible en Europa central sin necesidad de grandes canteras como sí se hizo desde el siglo XVIII. Las primeras en sistematizarse para la exportación masiva fueron las francesas hacia 1770 y luego, en los inicios del siglo XIX las inglesas en especial en Brandom. Si bien los materiales silíceos son diferentes en color y manera de trabajo, sus formas son también muy diferentes; la bibliografía las identifica habitualmente como de tres formas: 1) cuña (flake), 2) escama (spall) y 3) hoja de afeitar (blade); sus colores son variados y hay numerosa bibliografía para identificarlas.
En general las francesas son irregulares tienen el talón redondeado y corto, mostrando múltiples golpes unifaciales, son de sílex de color amarillento y desde 1800 tienden a ser cada vez más cuadradas; las inglesas en cambio son oscuras, casi negras o grises, rectangulares, parejas y con los lados paralelos, casi sin retoques ya que el talón se hacía de un solo golpe9. De manera muy reciente ha habido revisiones aun inéditas de la cronología de Witthoft y de la proveniencia de algunos tipos de estas piedras, pero no parece afectar lo hallado en Buenos Aires10.
Básicamente miden entre 2 y 3 cm en su superficie mayor y tienen cerca de 5 mm de espesor, la cara plana es la de arriba y el lado largo y con más punta es donde se produce el golpe para la chispa, provocando lascados que deterioran al objeto hasta hacerlo inútil y a veces irreconocible. Es reconocible el uso ya que por lo general la piedra, una vez colocada en el arma y ajustada, tiende a golpear siempre en el mismo lugar, produciendo conos que van quedando uno dentro del otro hasta hacerla inútil. Si se quería mantenerla en uso había que moverla para lograr que golpeara en el otro extremo o saliente.
Es posible que haya habido producción de este tipo de objetos en algunos otros sitios fuera de Europa central, pero el tema aun está sin definir. Siguen siendo objetos que necesitan estudios serios y metódicos. Sabemos, por documentos, de la existencia de ejemplos “españoles”, vinieran de donde vinieran, pero que a veces eran identificados como diferentes a los demás. No hemos podido definirlos arqueológicamente y casi no hay referencias bibliográficas, de todas formas parecen ser una minoría y desconocemos el sitio de manufactura o al menos en qué país las compraban los comerciantes españoles que las exportaban a América. Resulta interesante saber que una sola cantera, la de Brandon, podía suministrar al comercio más de un millón de piedras al mes a inicios del siglo XIX.
Por otra parte un estudio a futuro podría mostrar la presencia de objetos de este tipo hechos por manos indígenas, ya que al igual que ha pasado en otros países se han encontrado piedras de chispa en contextos netamente indígenas o de frontera, resultado de tipos de trabajo que parecen ser no europeos. Si esos objetos de producción local –lo hicieran quienes lo hicieran-, sirvieron y fueron o no eficientes, es otro tema, pero parecería que las fuentes de materiales de alta dureza para hacer fuego, en este continente, son mayores de lo antes pensado. Al menos las provenientes de Estados Unidos tienen características propias, en general son totalmente cuadradas y con el mismo trabajo en todos sus lados; sin duda el hacerlas de esa forma implicaba un esfuerzo productivo cuádruple, pero seguramente se las usaba para más tiros al aprovechar los cuatro lados y no sólo uno, porque su desgaste era muy rápido –no era realmente sílex-, o porque era más fácil girarla que reemplazarla. Pero son temas abiertos al estudio.
En relación concreta a la colección del Museo de la Casa de Gobierno y Aduana de Taylor, podemos agregar que los chisperos que hemos podido observar en su momento eran quince, de ellas alcanzamos a dibujar ocho, siendo seis de origen francés, típicos de los usados para rifle, con un máximo de 3,2 centímetros de largo, bastante cuadradas, nuevas o casi nuevas. Los otros dos eran típicamente ingleses, de color gris muy oscuro, teniendo uno 3 y el otro 2,5 centímetros de largo máximo. Dos de los franceses sobrepasaban los 5 mm de alto de talón, todos las demás era menores. Sólo dos tenían evidencias de uso pero no de descarte por ese motivo, ya que no presentaban más que un par de golpes de disparos.
Resulta ahora interesante que las piedras de chispa de la Aduana fueron precisamente las que usamos por primera vez para darles nombre a cada parte del objeto: tomando en cuenta su forma cuadrada o rectangular con un lado más “afilado” que el otro, y siguiendo las nomenclaturas ya existentes. Podemos asumir que la superficie mayor es la “plataforma”, la base menor es precisamente la “base” ya que es donde se apoya en su agarre. Los chisperos eran habitualmente fijados mediante un tornillo pero la piedra en sí era envuelta en un cuero o tela gruesa para evitar que se movieran de su encastre una vez fijadas. El extremo más alargado es la “cuña” o “punta” y el “talón” es el extremo romo, corto, casi vertical, los otros dos lados del paralelepípedo son los lados, derecho e izquierdo. La posición normal es con la plataforma o base mayor hacia arriba, aunque por motivos de simplificación se la representa en gran parte de la bibliografía al revés, con la base arriba, ya que de esa menare en un único dibujo se muestra toda la pieza, salvo el perfil o corte transversal.
Bibliografía
Demaría, Rafael, Historia de las armas de fuego en la Argentina, Ediciones Cabargón, Buenos Aires, 1978.
Durst, Jeffrey J., Sourcing gunflints to their country of manufacture, inédito.
Hamilton, T. M. y Kenneth Emery, Eighteenth Century gunflints from Fort Michilimackinac and other colonial sites; Archaeological Completion Reports Series, no. 13, Mackinac Island State Park Commission, Michigan, 1988.
Magadán, Marcelo, Un caso de arqueología arquitectónica: la Aduana de Taylor, Summa no. 229, pp. 30-35, Buenos Aires, 1986.
Daniel Schávelzon, Arqueología histórica de Buenos Aires, vol. 1: La cultura material porteña de los siglos XVIII y XIX, Editorial Corregidor, Buenos Aires, 1991.
Daniel Schávelzon, Descripción del material arqueológico excavado en el jardín del Museo Etnográfico, ponencia en el XI Congreso Nacional de Arqueología Argentina, San Rafael, 26 de mayo de 1994.
Daniel Schávelzon, Lítica histórica: la talla de la piedra en Buenos Aires (siglos XVI al XX), CAU, CONICET, informe inédito (presentado en el XVI CNAA, Río Cuarto, con el mismo nombre).
Williams, Merfyn, The slate industry, an history of the extraction, processing and transport of slate in Britain, Shire Publications, Pembrokshire, 1988.
John Whitthoft, A history of gunflints, Pennsylvania Archaeologist vol. 36, nos. 1-2, pp. 12-49, 1966.
Notas
1 Marcelo Magadán, Un caso de arqueología arquitectónica: la Aduana de Taylor, Summa no. 229, pp. 30-35, Buenos Aires, 1986.
2 Este trabajo se hizo con la colaboración de Pablo López Coda, a quien agradecemos.
3 Daniel Schávelzon, Arqueología histórica de Buenos Aires, vol. 1: La cultura material porteña de los siglos XVIII y XIX, Editorial Corregidor, Buenos Aires, 1991.
4 Rafael Demaría, Historia de las armas de fuego en la Argentina, Ediciones Cabargón, Buenos Aires, 1978.
5 Rafael Demaría, pp. 239 y 247, op. Cit.
6 Daniel Schávelzon, Lítica histórica: la talla de la piedra en Buenos Aires (siglos XVI al XX), CAU, CONICET, informe inédito. (Postcriptum: presentado en el XVI CNAA, Río Cuarto con el mismo nombre).
7 Los primeros provienen de la excavación de la calle Defensa 755 hecha en 1986-87.
8 Daniel Schávelzon, Descripción del material arqueológico excavado en el jardín del Museo Etnográfico, ponencia en el XI Congreso Nacional de Arqueología Argentina, San Rafael, 26 de mayo de 1994.
9 Hamilton, T. M. y Kenneth Emery, Eighteenth Century gunflints from Fort Michilimackinac and other colonial sites; Archaeological Completion Reports Series, no. 13, Mackinac Island State Park Commission, Michigan, 1988; Merfyn Williams, The slate industry, an history of the extraction, processing and transport of slate in Britain, Shire Publications, Pembrokshire, 1988; John Whitthoft, A history of gunflints, Pennsylvania Archaeologist vol. 36, nos. 1-2, pp. 12-49, 1966.
10 Jeffrey J. Durst, Sourcing gunflints to their country of manufacture, inédito.